TRANSFORMACIONES EN CURSO
EN EL SISTEMA EDUCATIVO ARGENTINO

*Cecilia Braslavsky

RESUMEN

En el presente texto se ofrece la hipótesis de que la educación argentina atraviesa un proceso de profunda transformación, caracterizado por un protoconsenso respecto de la orientación de esa transformación: mayor calidad con márgenes variables de preocupación por la eficiencia y la equidad; descentralización y participación con interpretaciones diferentes acerca de su sentido; y necesidad de protagonismo activo de diferentes actores en la cosa educativa, con variaciones respecto de qué actor debe ocuparse de cuáles aspectos. Se ofrecen avales empíricos para demostrar que la transformación ocurre en distintos planos, en particular en el institucional y en el curricular, y en menor medida y a partir de una fecha mucho más reciente también en el económico-financiero. Al mismo tiempo se ofrecen eficencias empíricas respecto de que las transformaciones en curso todavía no involucran masivamente áreas de tanta importancia como la formación docente, ni se reflejan en un mejoramiento significativo del comportamiento del sistema educativo en términos de su eficiencia, equidad de oferta y calidad. Los índices de rendimiento del sistema educativo continúan siendo insatisfactorios, la segmentación permanece y las primeras experiencias de evaluación de logros de los estudiantes de la educación básica y media permiten proponer que porcentajes significativos de la población argentina no acceden a los códigos de la modernidad ni avanzan en la formación de habilidades intelectuales superiores. La transformación no habría logrado tampoco mejorar las condiciones de trabajo de los docentes, incrementar las competencias técnicas y operativas del sector, en particular de los Ministerios, ni superar otros condicionantes altamente significativos de la calidad de la educación. Por último su impacto no sería homogéneo en todo el país, ofreciéndose en el texto información sobre algunas de las diferentes interprovinciales más significativas.

Introducción

La educación argentina está atravesando un proceso de profunda transformación, reconocida por muy diversos autores; pero interpretada en claves muy diferentes. Para algunos, esa transformación es el resultado de la instalación cada vez más clara de un proyecto neoconservador (Paviglianitti 1991). Para otros podría ser el resultado de "ocho años de esfuerzos en procura de los cambios que la sociedad argentina ha consensuado y que han fructificado en una acción programática vasta y diversa" (Cantero 1992).

Para nosotros es el resultado de un movimiento heterogéneo, que intenta responder a una multiplicidad de necesidades, con elementos tomados de diversas fuentes y a través de prácticas constructivas y obstructoras de numerosos actores.

Las necesidades consisten en modificar decididamente una prestación que no está a la altura de los desafíos para el mejoramiento de la calidad de vida de toda la población ni satisface a prácticamente ningún actor ni sector. Diversas investigaciones demuestran que ya a mediados de la década de los 80 los padres y los alumnos manifestaban esa insatisfacción, aunque en muchos casos en forma vaga o difusa y sólo referida a aspectos de la compleja situación vigente (Entel y Braslavsky 1987; Frigerio 1987). En términos diferentes también el empresariado manifestaba la suya, al no mencionar a la escuela ni a las universidades entre las instituciones formadoras de las cualidades apreciadas en los trabajadores, y sí hacerlo entre las formadoras de las despreciadas (Gentili 1993).

A comienzos de la transición a la democracia, las necesidades de transformación de la educación fueron enfrentadas por actores tan variados como la primera gestión del Ministerio de Educación Nacional, amplios sectores del progresismo, de la Iglesia católica, y del estudiantado universitario, en clave restauradora. Para los primeros y parte de los segundos se trataba de volver a fines del siglo XIX, época de oro de la educación pública argentina, signada por un fuerte Estado docente que tuvo la capacidad de generar un sistema educativo muy dinámico al unísono con un proceso de prosperidad económica e integración social. Para los terceros se trataba de saldar la deuda que el Estado tenía con la Iglesia por la imposición de 100 años de laicismo. Para los cuartos el objetivo era reinstalar la Reforma Universitaria de 1918 y su versión de 1958-1966, ampliada con la práctica de ingreso irrestricto incorporada en 1972.

El punto culminante de la lógica restauradora para abordar las necesidades educativas fue febrero de 1988. El proceso que mejor la representa es el Congreso Pedagógico que tuvo lugar entre 1986 y esa fecha. A lo largo de su desarrollo y en el Informe Nacional elaborado por los delegados de todas las provincias, quedó en evidencia que la lógica restauradora imponía la parálisis, pues impedía la elaboración de alternativas creativas para atender viejos problemas no resueltos y otros nuevos emergentes.1

Sin embargo, fue en ese mismo proceso que comenzó a gestarse una lógica de concertación de nuevas posiciones y políticas educativas y de búsqueda o creación de nuevas estrategias de acción. Se construyó una nueva lógica que estuvo representada por la forma en que se resolvió el Congreso en algunas provincias, y por el grado de elaboración de nuevas posiciones que se alcanzó en el informe elaborado por su Comisión Asesora Honoraria Nacional 1988, donde estaban representados sectores hasta entonces fuertemente enfrentados.

Desde ese momento en adelante disminuyó la importancia del pasado como imagen-objetivo de los posicionamientos en educación, y se multiplicaron las referencias a la investigación educativa nacional, a procesos de otros países de América Latina, al Banco Mundial, a la UNESCO y la CEPAL, a experiencias y procesos de Estados Unidos y Japón, a la sociología crítica de la educación, etc.

Diversos actores de la transformación educativa, en particular diferentes gestiones nacionales y provinciales, citan e incorporan parte o todas las fuentes mencionadas. La variedad de referencias se articula a tres lógicas distintas. En primer lugar, a la discontinuidad de las gestiones. En segundo lugar, a una penetración periférica de los nuevos discursos, y en tercer lugar a la constitución de un protoconsenso, o consenso incipiente de primer grado, todavía inmaduro.

La discontinuidad de las gestiones sigue siendo una característica que —aunque algo modificada— impregna a la educación argentina. Desde 1984 hasta 1993 la Argentina tuvo 5 Ministros de Educación, cinco Secretarios y una Secretaria de Educación, muchos más Subsecretarios y Subsecretarias, Directores o Directoras Nacionales y Técnicos. Cada una de las gestiones cumplió con la vocación fundacional de la cultura política argentina, dejando sin efecto una parte importante de las innovaciones de su antecesora y reiniciando otras con una cuota no desdeñable de improvisación. A diferencia de etapas anteriores convivieron con la discontinuidad posiciones preocupadas por fortalecer la continuidad, que están comenzando a lograr mayor incidencia.

En las 24 Jurisdicciones argentinas la situación fue muy variable. Algunas responden al parámetro descrito (Por ejemplo, Santa Fe y la Provincia de Buenos Aires). En otras (Rio Negro, Mendoza, Capital Federal hasta 1992, Córdoba y La Pampa) hubo mayor continuidad educativa en el marco de cambios de corrientes de un mismo partido o la alternancia de partidos en el poder. En un tercer grupo la inacción fue la norma.

Denominamos penetración periférica de los nuevos discursos a cierta tendencia a incorporar lo nuevo, sin analizar su pertinencia para la resolución de problemas que tienen en cada país su especificidad, a la cual son más proclives los técnicos y funcionarios que sienten su destino atado a la inestabilidad y discontinuidad descritas y no se sienten plenamente responsables de la formulación de políticas y estrategias que presumen que tendrán que desarrollar —o paralizarán— otros.

La presión por la continuidad de las políticas se retroalimenta con la generación del protoconsenso. El mismo consistiría en la aceptación generalizada de las críticas, la centralidad de la calidad como objetivo, la necesidad de introducir cambios institucionales, la necesidad de involucrar a mayor cantidad y variedad de actores en las cuestiones educativas, la necesidad de incrementar los recursos destinados a la educación y la necesidad de elevar la calidad y cantidad de información para la toma de decisiones en materia educativa. Fuera del mismo quedarían —con matices según los temas— la necesidad de mejorar la eficiencia y equidad del sistema en su conjunto, la dirección y profundidad de los cambios institucionales a promover, la distribución de poder y de funciones entre los distintos actores, el origen y la distribución de los recursos y las estrategias a implementar para obtener la información necesaria.

Sugerimos que el mencionado protoconsenso se debe al esfuerzo de un grupo aún pequeño —pero creciente— de investigadores, técnicos, políticos, asesores y dirigentes gremiales de una generación intermedia y conectados a instituciones o iniciativas regionales. Planificadores que participaron de los Seminarios Regionales organizados por la OREALC-UNESCO, consultores involucrados en distintas etapas del Programa Nacional de Asistencia Técnica a los Sectores Sociales (PRONATASS), investigadores y egresados de la Maestría en Ciencias Sociales con orientación en Educación de FLACSO, gremialistas con conocimiento de procesos de concertación que se llevan a cabo en otros países de América Latina, buscan alimentar la transformación realizando una síntesis propia de las influencias diversas y reconociendo el dinamismo existente en diferentes ámbitos. Constituyen un grupo que siente su futuro vinculado al del sector, al margen de los avatares de los cambios políticos.

Pese a la heterogeneidad de influencias, a la inestabilidad de las gestiones y de una gran cantidad de políticas, a la inacción de otras gestiones, a lo incipiente e informal de ciertos consensos y a la falta de acuerdos formalizados al estilo del mexicano, el ecuatoriano o el dominicano, en la transformación educativa argentina se reconocen tendencias que muestran que ese protoconsenso discursivo y propositivo tiene un correlato en las prácticas.

En las próximas páginas se presentarán esas tendencias organizándolas en dos capítulos. En el primero se hará referencia a las tendencias de transformación institucional. En el segundo a las tendencias de transformación curricular. En ambos casos se procurará articular su descripción a las políticas, programas o proyectos que les dieron origen, las impulsan o, por el contrario, las frenan.

Se pasará luego a otro capítulo referido al análisis de esas tendencias en relación con algunos problemas de equidad, eficiencia y calidad.

Por último se presentará una síntesis y conclusiones elaboradas con referencia a la propuesta CEPAL-UNESCO (1992), dejando entre paréntesis debates necesarios que en torno a esta última aún se adeuda la comunidad de investigadores y políticos educativos latinoamericanos.

Características y tendencias institucionales<R>del sistema educativo argentino

En este capítulo se hará referencia a algunas características y tendencias institucionales del sistema educativo argentino organizadas en cinco temas. El primero se refiere a la estructura de niveles y ciclos y a la matrícula atendida por el sistema educativo el segundo, a los mecanismos previstos para transitar entre aquéllos; el tercero, al tipo de prestadores existentes; el cuarto a la estructura de gobierno y de gestión del sistema educativo y de sus instituciones; y el quinto y último, a la gestión de la educación y a la participación de la comunidad.

Breve presentación de su estructura y matrícula

Hasta este año el sistema educativo argentino está estructurado en cuatro niveles: inicial, primario, medio y superior o universitario. La obligatoriedad se aplica al nivel primario exclusivamente. Con la aprobación de la Ley Federal de Educación 24.195, en abril de 1993; esta estructura queda modificada. De aquí en adelante se mantendrá el nivel inicial, pero a continuación se organizará una educación general básica (EGB) de 9 años de duración, luego un nivel denominado polimodal, de 3 años de duración. La educación superior no universitaria y universitaria son el nivel siguiente, que —como innovación— continúa en el nivel cuaternario.

La Ley impone la obligatoriedad del último año del preescolar y de toda la EGB. Según lo dispuesto en la norma la nueva estructura deberá aplicarse paulatinamente, después que se llegue a los acuerdos del caso entre el Ministerio de Cultura y Educación de la Nación y los gobiernos provinciales. Los documentos de trabajo que se están preparando en el Ministerio de Educación para avanzar en su expansión progresiva insisten en que no debe ser un mero avance cuantitativo, sino una oportunidad para un cambio cualitativo en la educación, aun cuando se reconoce que se deberán seguir haciendo esfuerzos importantes de incorporación de matrícula.

Esos esfuerzos deberán comenzar por el último año de la educación inicial que recién ha incorporado algo más del 80% de los niños de la edad correspondiente, mientras que la tasa de escolarización en el nivel primario alcanza al 95,3% de los niños de esa edad (véase cuadros Nº 1 y 2).

Hasta ahora el nivel medio está estructurado en dos ciclos y tres modalidades. Los ciclos son el básico común; y las modalidades, el bachillerato, el comercial y el técnico. Diversas medidas acumulativas de los últimos 30 años han tendido a homogeneizar el ciclo básico de las tres modalidades, a la par de la expansión del nivel, como resultado de la cual actualmente más de la mitad de los jóvenes de 13 a 17 años asisten a algún establecimiento secundario (véase cuadros Nº 1 y 2).

Pero además de los desafíos de expansión y de la oportunidad de transformación cualitativa, el planteo de la nueva estructura y disposiciones complementarias, plasmadas en la Ley 24.195, obligan a rediseñar los mecanismos de tránsito de un nivel a otro del sistema educativo y aspectos de la gestión del sistema educativo en su conjunto, tales como la profesionalización definitiva de toda la prestación preescolar, la generación de una verdadera metodología para lograr consensos que impidan la disgregación del Sistema Educativo Nacional, y el diseño de nuevos modelos compatibles de gestión institucional que permitan a cada jurisdicción respetar su idiosincrasia y tradición, cuidando las posibilidades de tránsito de alumnos y docentes por todo el territorio nacional. Esos desafíos también afectan directamente al nivel superior y universitario, ya que conllevan la revisión de toda la formación docente, hoy a cargo fundamentalmente de profesorados, pero también de universidades.

Cambios en las características del tránsito entre sus diferentes niveles

La expansión matricular argentina tiene una curva de crecimiento y retracción que tiende a coincidir con los cambios de régimen político que caracterizaron a la vida política del país. Generalmente en los períodos democráticos se tendió a crear nuevos establecimientos para atender y también promover la demanda educativa. En los períodos autoritarios —en cambio— se tendió a cerrar establecimientos educativos o a establecer políticas restrictivas para el tránsito de un nivel a otro del sistema educativo.2

En el período inmediatamente anterior a 1984, el gobierno militar y numerosas intervenciones provinciales tendieron a cerrar establecimientos educativos de nivel primario (véase cuadro Nº 3), y también establecimientos de la modalidad técnica del nivel medio (Tedesco y otros 1983). Pese a eso la presión matricular no cesó.

La única forma de ponerle un freno fue estableciendo fuertes barreras para el tránsito de un nivel a otro. Por eso, entre 1976 y 1993, se volvieron a organizar exámenes de ingreso para acceder al nivel medio.

Por otra parte, la población había comenzado a percibir la fuerte segmentación del sector público de la educación argentina, en cuyo seno —y al margen de la separación entre sector público y privado— se ofrecía una prestación muy diferente en distintos establecimientos educativos. En consecuencia, la prueba o examen también era necesaria para reorientar el exceso de demanda desde establecimientos considerados muy buenos o buenos hacia otros considerados regulares o malos (Braslavsky 1986).

También para ingresar a la universidad se rendían exámenes de ingreso. No bastaba con aprobarlos para estudiar las carreras elegidas. En cada carrera existían cupos, es decir una cantidad fija de matrícula prevista.

Durante la vigencia de esas modalidades de tránsito entre niveles del sistema educativo se generó un mercado de ofertas de preparación para el ingreso al nivel medio y a la universidad. Esta situación fue un componente importante de una tendencia a la enajenación de responsabilidades del Estado y de los sistemas educativos por los logros o resultados. Por otra parte podían costear esa nueva oferta sólo los sectores de mayores ingresos. En consecuencia, acumularon oportunidades educativas formales y no formales en detrimento de la equidad (Braslavsky 1986).

Esas modalidades de tránsito entre niveles se modificaron a partir de 1984. El principal argumento utilizado fue garantizar la equidad. En 1985, el gobierno nacional dispuso la suspensión del examen de ingreso a los establecimientos bajo su dependencia, que eran hasta entonces los segundos más solicitados luego de los establecimientos universitarios. Los exámenes de ingreso para los establecimientos provinciales fueron también suprimidos. Sin embargo, los procesos de segmentación educativa siguen teniendo vigencia, por dos razones muy diferentes, pero convergentes. En primer lugar porque las familias y los niños y jóvenes de los distintos sectores sociales siguen inscribiéndose en los establecimientos que les "son destinados" (Filmus 1986); y en segundo lugar porque los propios establecimientos generan prácticas institucionales más sofisticadas que la de un examen de ingreso para atraer o rechazar a la matrícula del sector social que creen conveniente atender (Krawczyk 1989).

Por otra parte, también a partir de 1985 las universidades nacionales levantaron los exámenes de ingreso y los cupos. En el caso de la Universidad de Buenos Aires y de algunas otras instituciones se organizó un Ciclo Básico Común (CBC), que cumple en la práctica funciones compensatorias en relación con los escasos aprendizajes realizados por los aspirantes durante sus años de escolarización secundaria y de limitación del acceso; pero permitiéndoles a los estudiantes tomar un primer contacto con la institución universitaria. Este Ciclo Básico concentra una proporción muy alta de los recursos del total de la Universidad y es fuertemente criticado desde diversos lugares. Para algunos porque efectivamente selecciona y ésta no debería ser su función; para otros porque no compensa eficientemente las deficiencias de formación de los jóvenes; para otros porque lejos de corregir la previa selección social de los estudiantes a lo largo de su tránsito por el sistema educativo, decididamente la profundiza.

Al margen de la problemática específica del CBC de la Universidad de Buenos Aires, los estudios realizados en más de una institución universitaria han puesto de manifiesto que el denominado "ingreso irrestricto", o sea sin examen y sin cupos, no tendría ningún impacto decisivo en facilitar la presencia de sectores de bajos ingresos en las universidades, ya que los mismos ya habrían sido expulsados con anterioridad del sistema (Braslavsky y Filmus 1988).

Los cambios en las políticas de tránsito entre un nivel del sistema educativo sí incidieron en cambio fuertemente en el incremento matricular, muy particularmente en la duplicación de la matrícula de nivel superior y universitario. Ellos incidieron también en la permanencia de un patrón más tradicional de relación entre la prestación pública y privada, pues otro efecto del examen y los cupos en las universidades públicas había sido la iniciación de un corrimiento matricular hacia un sector privado con menos exigencias académicas para el ingreso, que se habría luego lentificado.

La relación entre los prestadores estatales y privados de educación

Efectivamente, la expansión matricular desde 1984 hasta ahora no significó todavía una inversión del patrón histórico de la Argentina, en el sentido del dinamismo del sector público en la provisión de educación (véase cuadro Nº 4).

El actor predominante de la expansión educativa sigue siendo el Estado, aunque ya no a nivel nacional. El mayor esfuerzo administrativo y financiero para la provisión de educación lo realizan los estados provinciales, contando para ello con los fondos de coparticipación federal.

Un indicador de la importancia relativa del papel económico del Estado en materia educativa respecto del que desempeña en otros sectores sociales es su participación en el gasto público total que, según datos oficiales de la Secretaría de Programación Económica, no siempre idénticos según las citas de distintos autores, se ha incrementado considerablemente respecto a los últimos años del gobierno militar, pasando del 7.7% en su punto más bajo al 13% en 1990. Sin embargo esto ha sucedido en un contexto de retracción del gasto social y de recuperación del crecimiento económico, en especial a partir de 1990, razón por la cual el porcentaje del PBI destinado a educación, si bien es superior en 1990 que en 1981, no lo es respecto de otros años del gobierno militar. En ese contexto el gasto público social destinado a educación se redujo en un 12% y el gasto per cápita en casi un cuarto (Carciofi y Beccaria 1993).

Esta tendencia podría estar en un proceso de inflexión a partir de 1991, pues se habría estabilizado el crecimiento y combinado con cierta recuperación del gasto público social. El presupuesto educativo habría pasado de 5.940.387 miles de pesos en 1991 a 8.353.000 miles de pesos en 1993, período en el que la inflación habría estado relativa —aunque no totalmente— controlada. Del total de 1993, 6.686.000 miles de pesos corresponden a las provincias (MCE 1993).

Los efectos de ese mejoramiento no son visibles en los salarios docentes ni en otros aspectos de la prestación, aun cuando deben reconocerse avances en asignaciones de asistencia a escolares de menores recursos, en edificaciones escolares y en la provisión de textos a las escuelas.

El sector privado avanza lenta, pero sostenidamente, con mayor lentitud en el nivel primario que en el medio, y en el medio a su vez con mayor rapidez que en el superior y universitario.

Pese a la ausencia de datos a este respecto, es posible sostener que el sector privado no se expandió a través de nuevas inversiones, sino fundamentalmente aprovechando más intensivamente capacidades ya instaladas, sobre todo en las grandes ciudades. Es interesante notar, por ejemplo, que mientras la matrícula de nivel primario atendida por el sector se incrementó en casi un 80%, los establecimientos lo hicieron en la mitad de esta proporción (véase cuadro Nº 5).

Esa forma de expansión del sector privado puede extrañar en un contexto de exaltación del mercado y de euforia privatizadora. Pero parecería que los límites a la privatización en la educación están impuestos por las tendencias económicas de desindustrialización (CEPAL 1993), y sociales de empobrecimiento y concentración de las ganancias (Minujín 1992). Es probable que mucha más gente de sectores medios bajos desée enviar a sus hijos a escuelas privadas, pero sus retraídos ingresos no se lo permitan. Todo esto lleva a pensar que en la Argentina sigue siendo válida la observación respecto de la ineludible necesidad de un fuerte dinamismo estatal en la provisión directa de servicios para los sectores de menores ingresos (Tedesco 1989). Ese dinamismo estatal será diferente en la medida que deberá darse en el marco de un cambio muy significativo de los modelos de gestión a nivel central e institucional.

Por otra parte es posible que en el marco de la concentración de ingresos otros muchos quisieran acceder a instituciones universitarias privadas de alta excelencia. Pero éstas no existen en la Argentina, a excepción de algunas creaciones recientes en ciencias económicas. Los grupos fundadores de universidades privadas han tendido a priorizar el logro de ganancias inmediatas y la capitalización inmobiliaria frente a las posibilidades de diseño de una política salarial orientada a la captación de profesores de excelencia y a un equipamiento adecuado para desarrollar mínimos de investigación indispensables para alcanzar altos parámetros de calidad.

Pero tal vez la tendencia más nueva en la relación entre los distintos prestadores educativos sea la emergencia de un mercado desleal para el pago de salarios y honorarios. Los establecimientos privados pueden pagar a sus directivos y docentes los honorarios que deciden, mientras que los establecimientos nacionales y provinciales les pagan salarios fijados por ley y sujetos a las políticas de ajuste.

En consecuencia, las maestras y maestros de las escuelas estatales tienen un ingreso promedio inicial muy por debajo de la canasta familiar, y que representa el 19.2% del que percibían en 1990 (Gurman y Lemos 1991). El paliativo para enfrentar esta situación es el pluriempleo docente o mixto, que en algunas ciudades podría afectar al 27% y en otras al 43% de los maestros y maestras (Braslavsky y Birgin 1993). Como resultado de años de deterioro salarial, el magisterio habría pasado a integrar el contingente de nuevos pobres del país (Minujín 1992). La primera consecuencia de esta situación es la reiteración de huelgas de alcance provincial o nacional que devienen en situaciones tales como apenas 100 días de clase al año en algunas provincias; y en un reiterado ausentismo.

En algunos establecimientos del sector privado, especialmente en la Capital Federal y de la Zona Norte del Gran Buenos Aires, se están comenzando, en cambio, a pagar salarios de hasta US$ 1.000 por un turno docente de cuatro horas (en el sector público ronda los US$ 400) y a ofrecer posiciones directivas por US$ 2.000, 3.000 y hasta 5.000. Esta situación contribuye a profundizar un proceso de selección negativa de docentes para el sector público, contribuyendo desde otro ángulo a acentuar la ya mencionada segmentación. Sin embargo por ahora no está probado que salarios docentes tan diferentes se traduzcan en niveles de logro de los egresados proporcionalmente dispares.

Gobierno y gestión del sistema educativo y de sus instituciones

El gobierno y la gestión de la educación argentina están transitando un largo proceso de más de 25 años de transformaciones. Uno de los ejes más visibles de esas transformaciones es la transferencia del tradicionalmente extendido sector educativo dependiente del Estado Nacional a las provincias y a la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires; y la apertura de mayores posibilidades de protagonismo a otras municipalidades a través de nuevas disposiciones constitucionales y/o legales, o de la puesta en vigencia de artículos no aplicados de algunas más antiguas.

A fines de la década de los 60 el gobierno militar de aquel entonces avanzó primeros pasos para transferir las escuelas creadas por el Estado Nacional en todo el territorio de la República a las provincias (Puiggrós 1993). La falta de consenso acerca de esos pasos determinó que con el retorno a la democracia en 1973 se discontinuara la transferencia hasta el siguiente gobierno militar. En 1978, prácticamente toda la educación primaria quedó en manos de las jurisdicciones provinciales y de la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires. El actual Gobierno constitucional, llevó a cabo la transferencia de los establecimientos de nivel medio a las mismas jurisdicciones —provincias y municipalidad de la ciudad de Buenos Aires— y está concertando la de los establecimientos de formación docente a los mismos ámbitos.

La justificación de la transferencia radicaría de acuerdo con sus promotores en el hecho de ser el paso decisivo y la mejor modalidad posible, para garantizar un proceso de descentralización que permita una más plena realización del federalismo constitucional, un mejor uso de recursos cada vez más escasos, una mejor reorganización de una cantidad de sistemas educativos superpuestos en un mismo territorio y el acercamiento de las decisiones a todos y a cada uno de los establecimientos educativos.

El argumento constitucional se apoya en la interpretación del artículo de la Constitución que otorga a las provincias la potestad de hacerse cargo de la instrucción general, lo cual hoy involucraría cuanto menos a la educación primaria y media. La ayuda del Estado Nacional compensó imposibilidades transitorias para fundar escuelas (Puiggrós 1993), pero hoy ya no tendría razón de existir bajo esa forma. Si bien desde este argumento no se justificaría la transferencia de la formación docente a las provincias, no cabe duda de que el mismo es atendible en lo que respecta a los otros niveles.

La necesidad de racionalizar recursos escasos es otro argumento utilizado por las administraciones promotoras de la transferencia, representadas por economistas de orientación fiscalista (Piffano 1987). Sus críticos, generalmente educadores, aunque también economistas de otras orientaciones, sostienen que más allá de racionalizar se buscó disminuir los recursos destinados por el Estado Nacional a la educación (Narodovsky 1991). En una u otra dirección lo cierto es que la racionalidad económica estuvo muy presente en el momento de tomar las decisiones del caso, y con más fuerza incluso que las otras enunciadas.

Cuando se planteó la transferencia existían en una misma ciudad cuanto menos cuatro tipos de establecimientos de nivel primario y casi siempre también secundario: públicos nacionales, públicos provinciales, privados supervisados por el gobierno nacional y privados supervisados por el gobierno provincial. Cada uno de ellos tenía sus propios planes, programas, normas, supervisores, salarios, etc. (Tedesco y otros 1983). La transferencia debía constituirse en el punto de partida de la reorganización de los servicios de un mismo territorio, facilitando el planeamiento, la supervisión y los pases de alumnos entre diversos establecimientos. La necesidad de esa reorganización fue y es aceptada aún por algunos de los críticos de la transferencia, que no delinean sin embargo una clara alternativa para la misma (Paviglianitti 1989, 49 y Paviglianitti 1991).

Por último, una parte significativa de los sectores no guiados por una lógica fiscalista, o al menos no exclusivamente por ella, que apoyaron la política de descentralización y que consideran que la transferencia es un paso imprescindible de aquélla, evaluaban que la misma facilitaría la participación de las comunidades educativas en las decisiones (Cincecyt 1986).

Es posible que al proceso de transferencia de las responsabilidades educativas desde el Estado Nacional hacia las provincias lo continúe en algunas de ellas un proceso de municipalización. En diez provincias las principales normas que rigen la organización institucional de la educación preveen —aunque no imponen— la municipalización de la educación. Siete de ellas fueron dictadas con posterioridad a 1984. En algunos casos, como la ciudad de Mar del Plata en la Provincia de Buenos Aires, la municipalización ya es una realidad.

La investigación educativa adeuda una evaluación exhaustiva de los procesos de transferencia de los establecimientos educativos a las provincias y a la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires, que sería casi indispensable antes de que avance la municipalización. Sin embargo las pocas reconstrucciones existentes (Senen González 1989; Tapia de Cibrián 1989; Kisilevsky 1990) y sobre todo la experiencia de trabajo en el sistema educativo permiten proponer el desencadenamiento de cuatro efectos paradojales. El primero es la cristalización de sistemas de gobiernos provinciales a menudo tan burocráticos y distantes de los establecimientos educativos como lo era antes el gobierno nacional. El segundo es el fortalecimiento de mecanismos clientelares en la base del sistema. El tercero es el incremento de ciertos costos sin un claro mejoramiento de la calidad de los servicios, por ejemplo a través de la creación de equipos técnicos con escasa experiencia y formación y consecuente baja eficiencia, y el cuarto la enorme dificultad por construir la participación de las comunidades educativas, en sectores del sistema educativo ya transferidos (Tiramonti 1993a y Cigliutti 1993).

La apertura a la participación social en la educación está inscrita en las Constituciones y/o las Leyes de Educación de 20 de las 23 provincias argentinas. Todas ellas plantean que la conducción del sistema educativo tiene que estar en manos de órganos colegiados de gobierno, con algún tipo de participación de la comunidad, al menos educativa. Por lo menos Chaco, Río Negro y Salta, plantean además en su normativa de primer nivel la organización de Consejos en las instituciones educativas. En ninguno de estos casos se procedió a organizarlos en los hechos, como ocurrió en la Provincia de Buenos Aires, donde su creación y constitución se produjo por decreto. Allí fue extremadamente difícil construir un modelo diferente de gobierno de las instituciones educativas, debido tanto a resistencias en la cúpula como en la base del sistema educativo y a dificultades para convocar al trabajo activo a padres, alumnos y vecinos (Tiramonti 1992 y S. Cigluitti 1993). Más recientemente en Río Negro los padres iniciaron demandas para la constitución de los Consejos que marca su nueva Ley de Educación, a las cuales el Ejecutivo Provincial está respondiendo. Los modelos propuestos son muy diferentes y tal vez por eso también sus posibilidades de éxito o fracaso. En la Provincia de Buenos Aires los docentes quedaban en franca minoría frente a los representantes de los demás grupos de la comunidad educativa. En la de Río Negro se preservó la paridad entre los docentes y los representantes de todos los demás sectores de la comunidad educativa, dando a los Directores facultad de desempatar en caso de paridad de votos.

Como un tema independiente del de la participación, en estos últimos años se comenzó a plantear, desde ángulos muy distintos, la necesidad de fortalecer las instituciones educativas (Fernández Lamarra s.f.; Braslavsky, Frigerio, et al. 1992), sin percibir plenamente que los establecimientos educativos ya han sufrido una importante transformación, no captada por la investigación educativa ni mucho menos a la hora de diseñar políticas para el sistema.

Al menos dos estudios recientes, uno realizado con la metodología de entrevistas en profundidad (Braslavsky 1993) y otro con la metodología de encuestas (UEPC 1992) ofrecen algunos elementos que dan cuenta de la transformación de los establecimientos educativos en el contexto de la descrita transferencia y del languidecimiento del sector educación del Estado Nacional. De ambos puede concluírse que las instituciones son crecientemente autónomas en diversos ámbitos de la toma de decisiones. Sus márgenes de autonomía van más allá de lo prescrito por la normativa vigente. Su ejercicio depende sobre todo de la capacitación y de ciertas características de los directivos y de su forma de interacción con las comunidades. Los resultados de ese ejercicio no siempre se reflejan en un mejoramiento de la prestación educativa, ya que las instituciones no pueden controlar aspectos cruciales tales como los salarios, los lineamientos curriculares generales, la formación y capacitación de los docentes y la calidad de los libros de texto (Braslavsky 1993).

Es extremadamente complejo explicar las múltiples razones de los efectos paradojales de la transferencia y de las limitaciones de la autonomía institucional. Una hipótesis es que parte de las mismas radican en la ausencia de mecanismos de coordinación y concertación y en la falta de un concepto nuevo para el Ministerio de Educación de la Nación.

La nueva Ley de educación define un espacio privilegiado para la coordinación y la concertación educativa: el Consejo Federal de Cultura y Educación. Este Consejo está presidido por el Ministro Nacional del área e integrado por el responsable de la conducción educativa de cada jurisdicción y un representante del Consejo Interuniversitario Nacional.

Se compone de tres órganos y dos Consejos. Los órganos son la Asamblea Federal, el Comité Ejecutivo y la Secretaría General y los Consejos, el Económico-Social y el Técnico-Pedagógico. La determinación de sus funciones y su composición parecen adecuados para promover la profundización de los consensos y el sellado de acuerdos, entre otros aspectos porque también se define que este Consejo debe cooperar con el Congreso de la Nación, y con las legislaturas de las provincias y de la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires, es decir con los representantes políticos del país. La concreción de acuerdos dependerá sin embargo no sólo de la habilidad que hayan o no tenido los legisladores al diseñar ese ámbito, sino de la profundización del protoconsenso existente y de la capacidad del Ministerio de Cultura y Educación de proponer una metodología de trabajo adecuada y de sostenerla en el tiempo.

Por otra parte, si bien la transferencia de los establecimientos educativos comenzó hace ya 25 años, la reflexión acerca de si era necesario reformar al centro, para lograr que la transferencia tuviera los efectos deseados, y en qué dirección; recién comenzó a cobrar cuerpo en los últimos dos o tres años. A través de un largo y costoso proceso, se ha ido definiendo el perfil de un "ministerio sin escuelas" (Wilkinson, et al. 1990; MCE-PPEALC 1993), cuyas funciones principales —en coincidencia con lo que se está elaborando a nivel regional (Tedesco 1989)— deberán ser el aporte a la fijación y el seguimiento de políticas, la asistencia técnica, la compensación de desigualdades, la información y evaluación, la promoción de la investigación, la representación externa y el reconocimiento y equivalencia de títulos.

El mejor diseño de los mecanismos de coordinación y concertación educativa y de un nuevo tipo de Ministerio de Educación tampoco será suficiente para resolver los problemas de gestión que involucran a los niveles centrales, pues a la fragmentación interjurisdiccional debe además sumársele la fragmentación intrajurisdiccional, la insuficiencia en cantidad y las limitaciones en calidad de los equipos técnicos permanentes del Ministerio de Cultura y Educación de la Nación y de sus pares provinciales.

Existen evidencias empíricas que muestran que, al menos en el Gobierno Nacional, diversos estratos de la burocracia educativa sostenían —y probablemente sostienen— diferentes lógicas. El fluctuante estrato superior actuaba hacia 1988 de acuerdo una lógica política inscrita en las necesidades de legitimación de los funcionarios, propia de las democracias liberales. Ella indica que es necesario cambiar aquéllo sobre lo cual existe insatisfacción para mantener a la clientela. El estable estrato intermedio actuaba, en cambio, hacia esa misma fecha de acuerdo con una lógica burocrática de reproducción de lo existente; y el estrato inferior a cargo de las escuelas se asimilaba a la lógica burocrática o quedaba desarticulado de las políticas (Braslavsky y Tiramonti 1990).

Por otra parte, el tipo de políticas de reforma del Estado puestas en práctica, más orientadas hacia su achicamiento que hacia su redefinición, han contribuido a vaciar de los mejores equipos a los organismos técnicos de gobierno, a excepción de algunas provincias. Las funciones que ellos cumplían o debían cumplir son hoy llevadas a cabo por consultores contratados por préstamos internacionales, sin ninguna estabilidad laboral y que no garantizan por consiguiente ninguna estabilidad institucional. Las plantas funcionales están devastadas.

Del mismo modo la disposición normativa de la participación no será tampoco suficiente para transformar la gestión en la base del sistema, ya que la misma depende además de la capacitación e involucramiento de la comunidad y los directivos para una conducción distinta.

Currículum, docentes y textos en la educación argentina

Es extremadamente difícil presentar un cuadro de tendencias cualitativas de la educación argentina. Esto se debe a tres razones. En primer lugar a la falta de información sistemática. En segundo lugar a la escasez de investigaciones a este respecto; y en tercer lugar a la proliferación de programas y proyectos especiales de transformación que se ocupan del currículum y de la formación docente, no así de los textos. De 225 programas relevados en un estudio muy reciente, la mayoría (61%) se concentra en tres líneas prioritarias: "Transformación curricular y escolar", "Aprendizaje escolar" y "Formación, perfeccionamiento y apoyo docente" (Cantero 1992). Este dato ha sido interpretado por el autor del estudio como indicador de un proceso de pedagogización de la agenda de los políticos y planificadores. Según su autor esa pedagogización pareciera confirmar algunas afirmaciones respecto del agotamiento, que él considera prematuramente enunciado, de un modelo de desarrollo educativo centrado en la expansión y cobertura de la educación básica y en programas asistenciales.

La situación curricular

Hacia 1984, los diseños curriculares para el nivel primario estaban orientados a la marginación del saber elaborado o, dicho en lenguaje más corriente, al oscurantismo y la ignorancia (Braslavsky 1989). El indicador más claro de esta situación era la prescripción del Diseño Curricular de la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires de enseñar sólo 13 letras del alfabeto en primer grado y de retener el aprendizaje de todo el código gráfico y de la lectura significativa hasta el tercer grado.

El nivel secundario, por su parte, no contaba con diseños curriculares en sentido moderno, sino con planes y programas; muchos de los cuales databan de 1957. La superposición de planes aprobados en diferentes momentos (144 en total), (véase Aguerrondo y Prado 1992; Tiramonti 1993b), y la postergación de la preocupación por la calidad de la educación, debida a la priorización de la participación democrática (Tiramonti 1987), dificultan la realización de un diagnóstico rápido y transparente de la situación curricular.

Todavía hacia 1989, es decir cinco años después de la transición democrática, la mayor parte de los diseños curriculares para el nivel primario, aun cuando hubiesen sido transformados (véase cuadro Nº 6), continuaban respondiendo a los contenidos mínimos elaborados por el Consejo Federal de Educación en 1979, en el momento más oscurantista de la gestión del gobierno de facto y cuando ese organismo era ocupado por los representantes de los interventores federales del Poder Ejecutivo Nacional, ocupado por los militares.

Los análisis existentes no coinciden en su evaluación respecto de los diseños curriculares vigentes, aun cuando todos marcan cortes entre los anteriores a 1984 y los renovados con posterioridad. De acuerdo con un estudio comparativo de los documentos para el nivel primario previos a 1984, éstos harían —como ya se indicó— propuestas para retener los procesos de enseñanza-aprendizaje (Braslavsky 1989). Otro estudio señala respecto de los mismos documentos que organizan sus prescripciones concibiendo a la educación como un proceso de autorrealización individual; mientras que los documentos que se apartarían de ellos favorecerían un enfoque del currículo como un proceso orientado a promover la transformación social desde la construcción de nuevos sujetos (MCE 1992a).

Más allá de esas interpretaciones acerca de la orientación más general de los diseños curriculares para el nivel primario, es de señalar que según todas las evaluaciones realizadas ellos tendrían fundamentos muy diversos, pese a lo cual coincidirían en al menos dos cuestiones: la integración por áreas y la regionalización. Esas dos tendencias también estarían atravesando a los nuevos diseños curriculares para el nivel medio (véase cuadro Nº 7).

Los riesgos de estas tendencias han sido evaluados en varios estados de situación de la educación en diferentes provincias (Birgin, et al. 1991; Birgin, Duschatzky y Pineau 1992).

Esos trabajos evalúan que la propuesta de integración tal como está siendo puesta en práctica puede conllevar riesgos mayores de deterioro de la calidad de la educación, porque no siempre se han ponderado los requerimientos de dominio de las disciplinas a integrar por parte de todos los docentes, previsto las actividades necesarias de capacitación docente, ni analizado la disponibilidad de material didáctico adecuado.

Por otra parte la propuesta de regionalización habría derivado en algunos casos en un marcado aislamiento de los problemas nacionales, latinoamericanos e internacionales. Esta propuesta no siempre habría sido entendida como una estrategia para desarrollar competencias y comprender principios utilizando información empírica vinculada a la realidad cotidiana de los alumnos. En algunos casos habría sido asumida como una propuesta omnipresente, que empobrece la oferta de contenidos a enseñar, limitándolos a lo que por decreto se supone debe interesar más a los niños y adolescentes: su entorno cercano.

A la luz de estas aproximaciones no es posible afirmar que el hecho de que casi todas las provincias argentinas cuenten con nuevos diseños curriculares significa necesariamente un avance en la propuesta de enseñanza. Sin duda en algunas de ellas esos nuevos diseños han incorporado temas y abordajes altamente significativos. Sin embargo es posible que todos los diseños curriculares requieran ajustes y aun revisiones profundas para adecuarlos a los nuevos requerimientos de competitividad, construcción de la ciudadanía y equidad.

En ese sentido debe observarse que prácticamente ninguno de los nuevos diseños curriculares pone el énfasis en el desarrollo de competencias básicas o fundamentales. En general, ellos siguen rigiéndose por las lógicas de suma o resta de contenidos. Sin embargo, algunos de ellos se han planteado el desarrollo de estrategias de enseñanza-aprendizaje constructivistas, que abren el camino hacia diseños curriculares más orientados hacia la formación de competencias fundamentales.

Por otra parte, en una de las últimas reuniones del Consejo Federal de Cultura y Educación se aprobó un documento que puede orientar la imprescindible revisión previa a los acuerdos de objetivos y contenidos mínimos que según la nueva Ley Federal de Educación debe acompañar a la puesta en marcha de la nueva estructura educativa. Ese acuerdo toma posición en el sentido de orientar la transformación curricular hacia la formación de competencias básicas. Se evidencian en el mismo la adopción de un nuevo enfoque para la transformación curricular, pero también las limitaciones conceptuales y técnicas que aún existen en el país para avanzar en esa dirección. Ese acuerdo es, sin embargo, un paso importante para superar otro de los problemas del proceso de cambios curriculares que tiene lugar en la Argentina, su carácter desarticulado.

Esa desarticulación se aplica tanto a una jurisdicción respecto de las otras, como a un nivel de una misma jurisdicción respecto de los otros. Esto dificulta tanto el tránsito de los docentes y alumnos entre las diversas provincias, como el pasaje de uno a otro nivel dentro de una misma ciudad.

Parecería que algunas de las razones de esa descoordinación son la falta de capacidades técnicas instaladas, la desvinculación de los organismos de gestión escolar respecto de los centros de creación de conocimiento, muy especialmente de las universidades, y la renuencia a recurrir a expertos extranjeros o de otras provincias (Canteros 1992). Esas mismas razones pueden estar en la base de las deficiencias encontradas en algunos planes y cursos de capacitación docente en servicio por evaluadores de proyectos, investigadores, maestros y profesores en actividad (Braslavsky y Birgin 1993).

Algunos problemas de la formación docente

La formación docente es uno de los nudos más problemáticos de la educación argentina. Una de sus aristas es la disminución del interés por la profesión y en consecuencia de la matrícula de los profesorados, que ha descendido de 14.016 alumnos en primer año de 1987, a 10.390 en primer año de 1992.

Por otro lado el alumnado de los establecimientos de formación docente tiene un origen cada vez más humilde y tiende a ser reclutado entre aspirantes fracasados a una carrera universitaria.

Esa matrícula, en retracción y con significativas peculiaridades socio-culturales, es atendida por profesores cuyas reservas cognoscitivas y didácticas han sido agotadas en instituciones endogámicas, aisladas de toda otra práctica productiva y social que no sea la docencia y organizadas como grandes escuelas primarias autoritarias. En la mayoría de los profesorados no existen órganos participativos de gobierno, los recorridos curriculares están rígidamente establecidos, sin opciones; no existen pasantías en ámbitos extraescolares, no hay bibliotecas, centros de documentación ni redes informáticas, etc.

Dos de las pocas investigaciones llevadas a cabo en establecimientos de formación docente para el nivel medio ponen de manifiesto que muchos de los formadores de docentes no pueden indicar las teorías que enseñan, tienen dificultades para citar bibliografía, repiten los programas de las materias que sus estudiantes van a tener que enseñar en un nivel inferior del sistema educativo, autocensuraron su bibliografía durante los años del proceso militar y no la renovaron con posterioridad, y tienen fantasías de fuga de sus tareas, sin posibilidades de concretarla en la realidad (Braslavsky y Birgin 1992; Hillert 1989).

Como resultado de esa situación, quienes se forman para docentes en lugar de adquirir mayor distancia crítica respecto de la enseñanza, perderían parte de la capacidad de detección y análisis de muchos de los problemas de la misma a medida que avanzan hacia su habilitación.

Modificar ese estado de cosas no es tarea sencilla. Sin embargo en algunas provincias se ha logrado dar pasos altamente significativos. En una de ellas se comenzó por modificar de raíz la organización institucional, en el entendido de que la misma constituye una importante matriz de aprendizaje. Las modificaciones estaban encaminadas a organizar concursos docentes y dotar de organismos electivos y colegiados a cada institución.

También se están dando pasos importantes en un proceso de transformación curricular orientado por el Ministerio de Cultura y Educación y al cual se incorporan por convenio las provincias que lo desean. Este Programa (PTFD) tiene una estrategia diferente, más centrada en la modificación de contenidos mínimos y en la capacitación de los profesores, aceptando su condición de futuros formadores y sin someterlos a concurso para el ejercicio del cargo.

Transformaciones educativas, eficiencia,<R>equidad y calidad en la Argentina

Pese al dinamismo señalado, las principales razones de la insatisfacción de la población con la educación tienden a permanecer. El sistema educativo continúa sin garantizar la equidad ni la calidad requeridas para la consolidación de la democracia y una transformación productiva que haga posible el mejoramiento de la calidad de vida de la población y la participación en una economía mundializada en una situación de conveniencia para los habitantes del país.

La segmentación regional y social de la educación

Las cifras presentadas en el primer capítulo ponen de manifiesto una amplia cobertura educativa promedio. Sin embargo esta cobertura está significativamente diferenciada por provincias. Aún existen algunas provincias (Chaco, Misiones y Santiago del Estero), que tienen importantes bolsones de exclusión del nivel primario (véase cuadro Nº 8), y donde sigue siendo necesario priorizar las políticas de expansión del sistema educativo y de asistencia a los escolares. Incluso en las provincias más ricas existen grupos que ameritan y son objeto de políticas específicas de expansión y asistencia, como en Córdoba donde por un lado la Municipalidad de su capital se hizo cargo de crear instituciones en los barrios más pobres y peor atendidos y el Gobierno provincial de montar un programa para asistir a los escolares de menores recursos con alimentos y útiles (PAICOR).

La disparidad interjurisdiccional se acrecienta en el nivel medio y en la matrícula universitaria. La Capital Federal es el espacio que cuenta con mayor proporción y cantidad de jóvenes estudiantes secundarios y universitarios (véase cuadro Nº 9). Este hecho es una de las razones de la constitución del estudiantado de esta ciudad en un importante actor social, un privilegiado objeto de discursos y políticas.

A la falta de equidad regional se le suma la falta de equidad social. Como consecuencia de la presión matricular en un contexto de retracción del papel del Estado Nacional en la prestación educativa, en ámbitos urbano-marginados superpoblados la población escolar fue atendida en peores condiciones y se redujo la cantidad de horas disponibles para el trabajo pedagógico. Hacia 1983, en el conurbano de la Ciudad de Buenos Aires llegó a haber 400.000 niños escolarizados en las llamadas "escuelas de jornada reducida", donde recibían sólo 3 e incluso 2 horas de clase diarias, que además se ocupaban en un 25% en ofrecer alimentación. Este tipo de establecimientos también proliferó en Rosario, el Gran Tucumán y otras ciudades del interior del país receptoras de población migrante afectada por la desindustrialización. En esos contextos las instituciones educativas incrementaron sus responsabilidades asistenciales, llegando a ser en los casos más extremos la única oferta institucional para el cumplimiento de una gran variedad de funciones comunitarias. En otros contextos, en cambio, como en la ciudad de Buenos Aires, los edificios fueron renovados a la par que se garantizaban otras condiciones favorables a la enseñanza. Esas fueron otras de las políticas y acciones que contribuyeron a profundizar la segmentación de la oferta educativa.

A partir de 1984, los gobiernos de algunas provincias volvieron a organizar o ampliaron programas de asistencia a los escolares para paliar los efectos de la crisis económica y social en la población escolarizada. Otra jurisdicciones mejoraron las formas de administración de los recursos para nuevas construcciones y reparaciones, canalizándolos a través de Asociaciones de Padres, denominadas Cooperadoras. Otras provincias incentivaron sus programas de construcciones escolares.

Gracias a la convergencia entre programas de asistencia a los escolares y programas de mejoramiento de la infraestructura edilicia para el nivel primario se habría logrado reducir en medida importante la cantidad de niños que reciben sólo 2 ó 3 horas de clases, pero no por ello ha desaparecido la segmentación educativa que, como se ha visto, tiene múltiples manifestaciones y mecanismos de consolidación.

Algunos indicadores de la ineficiencia del sistema

Otra de las manifestaciones de la segmentación es la mayor incidencia que tienen los muy conocidos indicadores de ineficiencia del sistema educativo en las distintas jurisdicciones y ámbitos del país, así como entre la población de diferentes orígenes sociales y perteneciente a familias con diferente capital cultural.

Los índices de retención en el sistema educativo han ido mejorando paulatinamente a lo largo del último medio siglo (véase cuadro Nº 10).

Sin embargo, ese mejoramiento dista mucho de ser satisfactorio. Aún hoy casi muchos niños de las escuelas primarias no pueden cursarlas en la cantidad de años previstos. Pero el problema se agrava decididamente en las provincias más pobres y en las áreas rurales (véase cuadro Nº 11), donde la baja eficiencia se constituye en un factor más para potenciar la falta de equidad.

En la década de los 70 los problemas de ineficiencia del sistema educativo tendían a explicarse a partir de la pobreza material y cultural de los alumnos. Actualmente habría que insistir en analizar si desde los currículos y modelos de formación y capacitación docente existentes es posible pensar en una atención adecuada a los escolares de áreas empobrecidas, o si no se están reproduciendo condiciones de enseñanza-aprendizaje que desde hace ya mucho tiempo muestran su inutilidad. Argumentos en esa dirección se apoyan en la importancia de la repetición (véase cuadro Nº 12), o de una pseudopromoción realizada con el propósito de mejorar los indicadores, pero sin que se alcancen los logros de aprendizaje esperados en cada grado.

Por último puede señalarse que la baja eficiencia del sistema recorre todos sus niveles, ya que también en las universidades los altísimos índices de desgranamiento y una duración de los estudios de 2, 3 y hasta 5 años más de lo previsto son fenómenos frecuentes.

La baja eficiencia del sistema conlleva un costo económico que la sociedad difícilmente puede soportar, pero conlleva además una serie de disonancias individuales en términos de costos de oportunidad y de construcción de una autoestima cuya fortaleza es un ingrediente fundamental en la personalidad de los sujetos del crecimiento con equidad y en democracia.

Algunos indicadores de la baja calidad de la educación argentina

Poco después de asumir las nuevas autoridades electas en 1984, la gestión de la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires llevó a cabo una de las investigaciones más rigurosas y de mayor alcance que existen en el país para evaluar el nivel de logro de los objetivos curriculares por parte de los alumnos. En la misma se reconstruyeron, luego de administrar una prueba a una muestra estratificada de 2.700 niños de tercero, quinto y séptimo grados de 97 escuelas, los perfiles de aprendizaje para cuatro áreas de conocimiento: a) matemática, b) lengua, c) ciencias sociales y d) ciencias naturales. El resultado fue alarmante. En ninguno de los grados en que se administraron las pruebas y para ninguna de las áreas de conocimiento, los alumnos habían logrado realizar más del 52% de los aprendizajes propuestos (Bertoni 1984). Esa investigación demostró además, la pobreza del vocabulario infantil y la escasa capacidad para articular un discurso de los escolares de las escuelas primarias.

Aquella investigación fue uno de los puntos de partida para una de las más sólidas, modernas y sostenidas transformaciones curriculares del país, que se acompañó a lo largo de dos gestiones con diversas políticas complementarias orientadas a garantizar su éxito, por ejemplo un programa de capacitación docente semipresencial para los maestros de primero y segundo grado, que abarcó a 2.000 maestros. Lamentablemente luego de 8 años de continuidad, es nuevamente la práctica desarticuladora de actores políticos no involucrados en un proceso de concertación ni fuertemente presionados por la opinión pública, la que podría imponer una primera parálisis y el riesgo de retroceso a todo ese proceso.

La investigación sobre perfiles de aprendizaje de la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires inició además una incipiente, pero cada vez mayor, preocupación por la evaluación de la calidad de la educación entre algunos actores del sistema educativo. En ocasiones es la gestión nacional la que se preocupa. En otras, son algunas gestiones provinciales. Miembros de la conducción de la Confederación General de Trabajadores de la Educación (CTERA) la han manifestado en foros. El Consejo Interuniversitario Nacional ha encargado estudios para desarrollar una metodología de evaluación de las universidades.

Pero detrás de la preocupación compartida no existe todavía un consenso ni decisiones respecto de qué y cómo se debe evaluar. La nueva Ley de Educación dispone que el Ministerio de Cultura y Educación de la Nación tiene entre sus funciones la de "Evaluar el funcionamiento del sistema educativo en todas las jurisdicciones, niveles, ciclos y regímenes especiales a partir del diseño de un sistema de evaluación y control periódico de la calidad, concertado en el ámbito del Consejo Federal de Cultura y Educación" (art. 53, k). Es decir que pone a la evaluación en el mismo ámbito privilegiado para el logro de acuerdos que a la fijación de objetivos y contenidos mínimos, a la compatibilización de la formación docente, y a todas las demás decisiones de alta significación. Esto constituye una nueva presión para alcanzar los consensos y tomar las decisiones faltantes.

El propio Ministerio, por su parte, en el marco del Programa de Asistencia Técnica a los sectores sociales financiado con créditos del Banco Mundial, intenta desde 1988 avanzar en el diseño de un Sistema Nacional de Evaluación para los niveles preuniversitarios por un lado y para el sistema universitario por el otro. Los logros son disparejos y lentos.

En lo que respecta a los niveles preuniversitarios hubo marchas y contramarchas derivadas de diferencias de enfoques respecto de si se deben evaluar procesos o resultados; y si en el caso de optar por los primeros se debe evaluar al margen o en el marco de la promoción de transformaciones institucionales. Durante el último tramo del gobierno radical se optó por avanzar en el diseño de una metodología para evaluar resultados y procesos en el marco de la promoción de transformaciones institucionales (Lafourcade 1990). Pese a las intenciones, los avances fueron muy parciales y los resultados publicados sólo se refieren a la evaluación de resultados. En el primer tramo del gobierno actual se optó por probar un operativo más asociado a la posibilidad de evaluar logros de aprendizaje de los alumnos con muestras reducidas (Aguerrondo, et al. 1992), que sirvió de base a otro de más envergadura accionado al final del año lectivo de 1993 y cuyos resultados aún se desconocen.

En ambos momentos se administraron pruebas cuyos resultados, seis y ocho años después de la investigación sobre perfiles de logros de la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires, son consistentes con los de aquélla (véase cuadros Nº 13 y 14).

Pero además, el Operativo Piloto de Validación de Items para la evaluación de la Calidad de la Educación (Aguerrondo, et al. 1992) incluyó un ejercicio de elaboración de redes conceptuales, cuyo principal resultado es que en casi ninguno de los aspectos evaluados existen diferencias importantes entre las producciones de los alumnos de la escuela primaria y los de la media.

La misma gestión ministerial que encargó el operativo inhibió la publicación de sus resultados, lo que da cuenta de las dificultades que existen todavía en el país para instalar una cultura de la evaluación, acumular experiencias y corregir rumbos a este respecto. El hecho de que la gestión siguiente —del mismo gobierno, pero con otro estilo— difundiera los resultados y aprovechara la experiencia para avanzar en el montaje de un Sistema Nacional de Evaluación de la Calidad de la Educación muestra también los avances en el protoconsenso y en el diseño de políticas que realicen su agenda.

En lo que respecta al nivel universitario, se ha avanzado en la construcción de metodologías. Actualmente existen cuatro propuestas a disposición: una contratada por el Ministerio (Marquis y Sigal 1993), otras dos elaboradas por especialistas independientes (Pérez Lindo 1993; Lafourcade 1993) y una cuarta elaborada por la CEPAL (véase un aspecto de la misma en Mollis y Tiramonti 1992). Todavía no se avanzó en medida comparable en los acuerdos para el funcionamiento de un Sistema Nacional de Evaluación Universitaria, ya que menos de 10 de las más de 50 casas de altos estudios existentes firmaron un convenio en tal dirección.

Primeras conclusiones

Pese a que en el texto se ha seguido una lógica guiada por la dinámica de la transformación educativa en el caso en análisis y se ha preferido detenerse en algunos temas claves, se concluirá con una muy breve reconstrucción y ampliación de algunos elementos en relación con la forma en que está organizada la cuarta parte del documento CEPAL-UNESCO (1990), "Políticas para poner en práctica la estrategia", para así responder a la demanda del Diálogo Interamericano, convocante para la producción de este texto.

El análisis de las dinámicas de transformación en curso en el sistema educativo argentino pone de manifiesto que muchas de ellas están orientadas en la dirección de las propuestas del documento CEPAL-UNESCO (1990), pero que involucran sólo algunos de los ámbitos de políticas señalados en el documento como prioritarios y no equilibran las distintas líneas estratégicas que propone el documento.

En primer lugar se ha generado un proceso de autonomización creciente de las unidades educativas, pero con un excesivamente lento y eminentemente exógeno —apoyado en programas y proyectos realizados con financiamiento externo y con un régimen de contratación de consultorías— fortalecimiento progresivo paralelo de la regulación pública, de la participación y del fortalecimiento de las instancias de coordinación y concertación.

En segundo lugar se han desarrollado a veces en los papeles y otras en la práctica algunas iniciativas, estrategias y programas que se proponen el acceso universal a los códigos de la modernidad, o la formación de competencias fundamentalales o aptitudes básicas, como se las denomina en el documento; pero que de ningún modo lo garantizan. La expansión de los programas de atención preescolar sólo avanzaron en algunas provincias, los nuevos diseños curriculares y desarrollos didácticos no están a la altura de los desafíos, los textos menos (Liendro 1992; Lanza y Finocchio 1993), aunque un número creciente de editoriales están iniciando procesos de transformación de su fondo editorial encaminados a esos objetivos. La enseñanza de las ciencias continúa siendo predominantemente libresca y distante de los problemas cotidianos; y no siempre se generan las adaptaciones institucionales que podrían facilitar ese acceso y esa formación a escolares que viven en comunidades con especificidades a tener en cuenta. Han existido muy pocas y muy débiles campañas de sensibilización por la educación, que no han penetrado en la opinión pública con temas vinculados a este segundo objetivo y a la vez ámbito de políticas (véase cuadro Nº 15).

En tercer lugar cabe señalar que uno de los ámbitos más débiles de políticas, en relación con las propuestas CEPAL-UNESCO es impulsar la creatividad en el acceso, difusión e innovación científico-tecnológica en el propio sistema educativo. Las trabas principales para ello son los diseños curriculares y los modelos y estilos docentes. Por otra parte, cuando en el marco del ejercicio de su autonomía algunos establecimientos adquieren equipamiento de punta, no saben cómo utilizarlo, ni hay quien enseñe a hacerlo. Por último algunos programas interesantes en este sentido como uno impulsado en el marco de los proyectos de préstamos del Banco Mundial para la organización de Centros de Recursos para el Aprendizaje, fueron interrumpidos al cambiar una gestión por otra. Dentro de este mismo ámbito, a lo largo del texto se han ofrecido al menos dos ejemplos de desarticulación del sistema científico y universitario de los otros niveles del sistema educativo: en la formación docente y en el desarrollo de programas y proyectos. A ellos se agregan las metodologías endogámicas utilizadas para la elaboración de nuevos diseños curriculares y de planes y programas de formación y capacitación docente, que tienden a dejarla en manos de los docentes en ejercicio y de funcionarios y técnicos ministeriales, sin una adecuada retroalimentación con los ámbitos de producción científica y tecnológica ni de aplicación de conocimientos a la producción.

Esa desarticulación conspira contra la posibilidad de impulsar el acceso a los conocimientos y competencias científico-tecnológicas en el sistema educativo.

En cuarto lugar, el análisis de las dinámicas de transformación muestra una creciente toma de conciencia acerca de la necesidad de una gestión responsable. Este es un logro en sí mismo. Por ahora, sin embargo, no se han alcanzado correlatos significativos en el establecimiento de un sistema de información y evaluación de la educación básica y media ni en la evaluación institucional de la educación superior. En ambos casos se han dado pasos preparatorios. Esos pasos no existen en cambio en lo referente a la evaluación de la eficiencia externa del sistema, respecto de la cual sólo se cuenta con los aportes de pocas investigaciones cuyo carácter acumulativo es incierto.

También escasos son, en quinto lugar, los avances en la profesionalización y el protagonismo de los educadores. Todavía no han cambiado los procesos de reclutamiento ni las políticas de ascenso y salario para el sector público. Recién en los últimos años se han iniciado cambios parciales en la formación docente, que involucran a un conjunto relativamente pequeño del total de las instituciones formadoras del país. Si bien existen muchos programas de capacitación, la mayoría de ellos no son considerados adecuados por los propios docentes, y en muy pocos casos se ha podido demostrar que tienen impacto en la transformación de las prácticas de aula e institucionales.

En sexto lugar no se verifica todavía un compromiso financiero efectivo del Estado y de la sociedad con la educación, que tenga una magnitud acorde con los desafíos, aun cuando la nueva Ley de Educación dispone la duplicación del presupuesto destinado a la educación en los próximos 5 años, lo cual muestra al menos la existencia de grupos interesados en promover su asunción.

En séptimo y último lugar puede agregarse que desde 1984 hasta ahora en la Argentina se ha incentivado la cooperación regional e internacional, pero la misma no abarca todos los ámbitos posibles y puede tener efectos curiosos, tal como generar fantasías de fortalecimiento de la capacidad de operación del Estado Nacional y de algunos Estados Provinciales a través de inyecciones coyunturales de recursos frescos, que no revierten en procesos de genuino y permanente fortalecimiento institucional del sector.

Pero lo que es más importante destacar es que, al margen de que se hayan desarrollado las políticas propuestas por CEPAL-UNESCO o no, los actores involucrados en el sistema educativo argentino están logrando imprimirle una dinámica de búsqueda en el movimiento. Esto significa que no se trata de diseñar imágenes objetivo cerradas inmovilizando la acción, y que tiende a admitirse cada vez menos un movimiento sin una dirección; pero que la direccionalidad se intenta construir a través de la acción.

Sin embargo la cantidad y variedad de actores involucrados es aún incipiente, el consenso insuficiente, la concertación difícil, los ámbitos geográficos incorporados a ese movimiento restringidos a algunas jurisdicciones y los efectos todavía poco visibles.


*Doctora en filosofía (Universidad de Leipzig). Investigadora del CONICET con sede en FLACSO/Argentina, donde coordina el Área de Educación y Sociedad, y Profesora Titular Regular de la Universidad de Buenos Aires.


NOTAS

1. Véase la descripción del Congreso y diversas evaluaciones en De Lella y Krotsch 1989.

2. Se trata en realidad de un proceso mucho más matizado y complejo, ya que por ejemplo entre 1958 y 1966 (período democrático y de vigencia de la Reforma Universitaria) las universidades pusieron en vigencia un curso de ingreso (no simplemente examen) de muy alta exigencia.


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