PRÓLOGO Cuando se me invitó a escribir la presentación de esta obra, no pude dejar de pensar en las variadas y singulares repercusiones que tendría para el público hispanoparlante de nuestro continente, esta mirada particular que Giuseppe Flores d’Arcais nos invita a transitar desde su obra. En otros términos: ¿Qué puede significar hoy, para el pensamiento pedagógico de América Latina, la contribución de este filósofo-pedagogo-epistomólogo italiano? Antes de intentar responder, aunque limitadamente esta pregunta, es ineludible que procuremos esclarecer que ella se encuentra implícita en una intersección espaciotemporal. Por un lado, es preciso reconocer que la pedagogía personalista no se presenta ante un vacío discursivo: Paulo Freire, entre otros pensadores latinoamericanos, nos ha ya anticipado y advertido con aportes conceptuales (y aún testimoniales) que la persona singular, el yo-en-la-posibilidad-de-su-existencia, es exactamente el punto de partida y arribo para una pedagogía interesada en fundar y legitimar su corpus teórico. Por otra parte, y procediendo a la inversa del enfoque anterior, podríamos afirmar que nunca antes se ha publicado y ha circulado en el continente un acervo tan nutrido de obras referidas a las ciencias de la educación. Sin embargo, en este período signado por la explosión de la información, el quiebre de fronteras históricas y filosóficas abre una brecha que nos exige hallar una guía, una directriz, de manera que nuestro discurso adquiera relieves (y matices), claridad (y perspectiva) y fundamentos (principios). En este contexto se nos presenta hoy Aportes para una pedagogía de la persona. Quienes penetren el significado de sus páginas no podrán obrar con ojos vírgenes, pues es posible que todas las formas de pensamiento de las ciencias de la educación habrán ya tejido su trama y creado su matriz. ¿Como será posible entonces aproximarse a esta obra? Esta es una segunda cuestión que, a condición de reformular la primera, quizás nos brinde la posibilidad de prefigurar el valor de la propuesta de Flores d’Arcais. Tal como ocurrió en otras áreas, y esto es algo que la historiografía científica se ocupó de corroborar repetidamente, casi todos los grandes progresos del conocimiento humano han sido debidos a la necesidad inaplazable de hallar un discurso orgánico, lógicamente coherente, y por ello, abierto a la edificación de sus principios y el crecimiento de su temática. En el ámbito del discurso en torno a la pedagogía, más precisamente en torno al esclarecimiento de la díada educación-pedagogía, pero también particularmente en latinoamérica, este es un asunto que aún se encuentra pendiente. De allí la importancia del texto de Flores d’Arcais, pues su propuesta se inscribe bajo una insigne motivación. En efecto, no sólo nos invita a propiciar una reflección teórica y crítica para la pedagogía, sino que además nos ofrece rescatar el término persona para legitimar y (re)fundar desde allí el genuino referente del pensamiento pedagógico contemporáneo. Referente que, nunca estuvo ausente en la tradición latinoamericana, precisa hoy más que nunca reemprender su significado más auténtico. Sin embargo, es importante enfatizar que el reclamo por discernir cuál es la lógica propia del discurrir pedagógico también lleva a procurar un esfuerzo de re-cognición que busca problematizar y criticar el accionar que surge a partir de la elemental experiencia del hecho educativo. Es en esta posición dialógica y argumentativa que se nos ofrece la clave para descifrar quién es el protagonista del accionar educativo, bajo qué (cómo) caminos preferenciales procede y por qué debería ser sujeto de tal educación. Ocurre que para Flores d’Arcais, la educación es un discurrir que denominando y definiendo lo propio de su accionar, aunque pueda deducir desde allí un saber constatativo, descriptivo y objetivo, permanece aún en la restringida nebulosa de lo impersonal y lo todavía no explícito. De allí la exigencia de conformar un discurso que pueda descifrar lo propio de la educación, que será también el principio de su autonomía epistémica, porque la educación precisa para su esclarecimiento la confrontación que la pedagogía le puede aportar desde sus tres pilares principales: antropología, axiología (teleología) y metodología. Pero comprender cómo el uso del término persona (a veces difuso en otras ciencias, como la sociología, la política o la psicología), puede constituirse en punto de discernimiento para la temática pedagógica-educativa latinoamericana no implica tan sólo reconocer la interioridad del ser. Si bien es necesario partir de tal reconocimiento, ello es insuficiente. Todavía se nos exige reconocer que la singularidad personal es un yo que posee su razón y poder. Porque sólo a condición de reconocerlo en su yo, este podrá pronunciarse, tomar su palabra, reconocerse y decirse como tal: un yo abierto al otro y al más allá: con un proyecto por realizar, históricamente delimitado y por tanto irrepetible, comprometido; libre y reconocible en su dignidad. Al filo del segundo milenio, cuando todavía la interioridad sigue considerándose como una categoría no filosófica, Giuseppe Flores d’Arcais tiene la genial osadía de hacer de la persona un cuestionamiento radical para la reflexión pedagógica. Creo no equivocarme si afirmo que este libro transcenderá nuestro tiempo: en él se encuentra la raíz y la encrucijada, la problemática y su crítica. Quizás a partir de su contribución, los lectores latinoamericanos podrán formular sus preguntas y hacer las propias, tratando de hallar en su discurso, en su paisaje y contexto, el sentido esencial y singular para la pedagogía que la educación de nuestro pueblo espera.
Mónica Luque |