Colección: INTERAMER
Número: 62
Año: 1997
Autor: Emilio Carilla
Título: Pedro Henríquez Ureña. Signo de América
Conclusión
Repito que tanto en un caso como en otro (mexicanismo de Alarcón, antiandalucismo del español de América) Pedro Henríquez Ureña hizo de sus dos tesis, banderas que defendió hasta el final de su vida. Además, como es fácil mostrar (y se ha mostrado), las dos se encuentran íntimamente ligadas a su pensamiento esencial. Agreguemos, finalmente, que si hay alguna desigualdad en la atención que merecieron del autor, ello se debe sospechamos a la materia particular de cada tema, y no a desinterés u olvido de Don Pedro.
Ni el más entusiasta discípulo de Pedro Henríquez Ureña defendería hoy, con el mismo ardor del maestro, sus mismas conclusiones. Una vez más es justo repara en el peso que suelen tener épocas y nuevos métodos. En fin, en la acumulación bibliográfica que, como corresponde, revela debilidades no vistas en los comienzos, o, simplemente, que, con datos inéditos, amplía con nuevas luces lo que parecía ya agotado.
Mucho de esto es lo que ha sucedido con los planteos de Pedro Henríquez Ureña acerca del mexicanismo de Alarcón y acerca del antiandalucismo del español de América. Sobre estos problemas nos dio, en su momento, tesis novedosas, tesis que hoy, sin embargo, resultan insuficientes o no corresponden a sus desvelos. Hecha esta declaración, cabe la pregunta: ¿las páginas que Pedro Henríquez Ureña dedicó al tema parecen en nuestros días olvidables o totalmente superadas? Sin la pretensión de sentar una defensa de tipo sentimental, creo yo que se puede tentar alguna justificación. No es sólo el homenaje al autor, sino también el homenaje a una idea (o ideas) que el autor convirtió en puntos altos de su pensamiento.
En el caso del mexicanismo de Alarcón, repito una vez más que Don Pedro enunció, más que desarrolló a fondo, su tesis. Pero también sigo pensando que no se trata de un problema terminado o de un seudo problema (como pretende Alatorre). Eso sí, es hora de superar el simple comentario o acotación, detenidos en la palabra de Pedro Henríquez Ureña. Tampoco creo que esté totalmente agotado este filón de los nacionalismos literarios, aun con las dificultades que envuelve la caracterización del México colonial.
Volviendo a Pedro Henríquez Ureña, y a propósito de nacionalismos más o menos fundados, es oportuno recordar las líneas generales que vertebran la obra total del maestro dominicano. Y no sólo eso: me parece importante destacar la posible relación que en el planteo inicial de 1913 tuvieron las ideas americanistas de su admirado Rodó. Voy aún más lejos, al afirmar que el conocimiento del ensayista uruguayo ilumina más de una raíz importante de las ideas continentales de Don Pedro.
En el caso del problema andalucismo-antiandalucismo hemos avanzado lo suficiente como para mirar en la lejanía los estudios de Pedro Henríquez Ureña, pero también sería injusto borrar del todo las palabras de elogio que, en su momento, le dirigía Amado Alonso.
Ya está dilucidado el curioso caso de espejismo que Rufino J. Cuervo significó para Henríquez Ureña. Con todo, conviene reparar en que él, Don Pedro, abrió nuevos caminos, aparte de conceder al problema la complejidad que realmente tiene. Posiblemente, su mayor error, como reacción contra el andalucismo aceptado tradicionalmente, fue el pretender encerrar el problema en la dicotomía andalucismo-antiandalucismo, y, de esta manera, limitar a su vez el campo.
En otro nivel, es también pertinente establecer el adecuado enlace entre la teoría particular y el pensamiento general que vertebra la teoría de la expresión americana. Si el maestro dominicano hizo del continente (esto es tan ostensible) su tema por excelencia, si a esa meta ofreció sus mejores afanes y recogió de ella logros visibles, no creo que hay desdoro en señalar también que, en ocasiones, su entusiasmo americanista se extremó peligrosamente, y que es posible que le haya hecho ver lo que el continente no tenía. Curioso: en recordados párrafos de sus Seis ensayos..., al referirse a las rémoras que debilitaban obras críticas dedicadas a América, no sospechó imaginamos que podían rozarle sus propias censuras. Eso sí, muy tangecialmente...
En conclusión, es de rigor cerrar este capítulo reiterando que si aquí, en problemas como el del mexicanismo de Alarcón y el del andalucismo del español de América no está lo más perdurable y feliz de su obra, no por eso tales ofrendas constituyen hoy un material gratuito. Recordemos que, sin ir muy lejos, las estadísticas de Boyd-Bowman siguieron básicamente (eso, sí, para corregirlo) el camino trazado por Pedro Henríquez Ureña. Y en lo que se toca al igualmente debatido tema del dramaturgo mexicano, me parece que aguarda aún, por su parte, un enfoque más minucioso y sutil que los tentados. No se trata, concluyo, de defender causas muertas, sino de partir de cero, defender lo rescatable (que algo hay) y acudir a nuevas explicaciones en este sutil problema de los perfiles raciales...