9 de Abril de 2025
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Colección: INTERAMER
Número: 62
Año: 1997
Autor: Emilio Carilla
Título: Pedro Henríquez Ureña. Signo de América

Historia de la cultura en la América Hispánica

En primer lugar, creo que resultará de utilidad comenzar con un breve análisis de los contenidos del título. Y no resulta descaminado detenernos inicialmente en el nombre geográfico.

Aunque sea ya redundante, conviene hacer hincapié en lo que significa el nombre de América en la vida y obra de Pedro Henríquez Ureña. Como a muchos otros, también a él le preocupó el problema de los nombres del continente. Continente y regiones. Por supuesto, no como un simple catálogo externo, sino en relación a significados, afinidades y diferencias. Y con variedad de perspectivas.

Recorriendo sus obras a partir de un comienzo perceptible, se nota cómo el ahondamiento le va señalando las preferencias en la particular nomenclatura.

Sin ánimo de agotar los nombres que Pedro Henríquez Ureña usa, es fácil señalar títulos orientadores, tanto en relación a una totalidad, como en relación a las partes. Y, sobre todo, en relación a la “América” en la que Don Pedro se coloca. Registro fechas, nombres y obras: 1908, América Latina (traducción de un estudio de Francisco García Calderón); 1913, Nuestra América (en un estudio sobre Rodó repite la frase acuñada por Martí); 1915, “Estados Unidos” (en el artículo España y los Estados Unidos); “Estados Unidos y América Latina” en el artículo El castigo de la intolerancia; “América Española” (en el estudio La filosofía de la América Española); 1921, “América Española” (en el artículo En defensa de la R.F.E.); 1930, “América Latina” (en un artículo de la revista Monterrey, de Alfonso Reyes); 1935, Latinoamericana (a propósito de una colección de la Biblioteca de la Universidad de La Plata); 1935, “Nuevo Mundo” (en un artículo de La Nación, 8 de diciembre) 1941, “Las Américas” (en un artículo de Sur); 1945, “Hispanic America”, o “América Hispánica” (en sus Literary Currents...)

A partir de un momento dado muestra especial preferencia por el nombre “América Española” o “La América Española”; sobre todo, después de 1915 y hasta el final de su vida. Raras veces utilizó el adjetivo “americano” como equivalente a estadounidense, si bien, cosa curiosa, vemos eso en páginas de sus Memorias.8 Por último, ya hacia el final de su vida, el deseo de imponer el nombre de “América Hispánica”, por sobre el más corriente de “América Latina”.9

Pasemos ahora al concepto de historia. Buena parte de la obra de Pedro Henríquez Ureña es obra histórica, aunque no siempre figurara esa aclaración en los títulos. La historia solía dividirse entre el estudio orgánico, centrado en una época, en una disciplina, un género, un tema y, por otra parte, la indagación sobre un autor, una obra. Pero, a su vez, este aparente predominio no cortaba posibilidades al enfoque del presente. Resalta tal perspectiva, por ejemplo, en los artículos que escribió entre los años 1914-1916, sobre el candente problema de la intervención de Estados Unidos en Santo Domingo. En fin, un sector especial, bien nítido, que enlaza el pasado con el presente. O, mejor que explica o encuentra precedentes del momento actual en el pasado.

Detengámonos en este último grupo ya que nos da, en mucho, la concepción de la historia en Pedro Henríquez Ureña. El pasado como raíz del presente. Conocer nuestra historia es conocernos, para mantener paradigmas y tradiciones valederas y, en otra línea, desechar lo vulnerable. En relación a su labor de estudioso, aspiró a fijar noticias sin ideas a priori ni prejuicios. Aceptó estudios e interpretaciones anteriores fundadas, y aspiró a avances en terrenos donde, en realidad, había (y hay) mucho por hacer.

En los aportes de Pedro Henríquez Ureña se nota un juego bastante flexible entre la monografía erudita y la obra general, de información y divulgación. Mejor dicho, la segunda es, gran parte, consecuencia de la primera: reunión homogénea de datos fundamentales y, en especial, de sus propias investigaciones. A veces, con eliminación de detalles y fuentes bibliográficas respaldadoras, aunque no cuesta mucho descubrirlas como soportes de las noticias.

Como Pedro Henríquez Ureña partía de una formación humanística y de una información de tipo universal bastante amplia, su visión de América es serena, equilibrada. Nada más alejado de Don Pedro que esas obras “nacionales”, apologéticas, donde el valor fundamental está determinado por la relación entre el lugar o el país y el autor. Esto no significa, en contraposición, un cuadro pesimista. Si Pedro Henríquez Ureña alentó desde sus primeros estudios la idea de no exagerar valores americanos, también alentó el deseo de mostrar al mundo rasgos positivos del continente.10 En especial, de la América Hispánica, en cuya órbita, por supuesto, se coloca. De ahí, estudios como La América Española y su originalidad, Barroco de América y tantos otros; de ahí, libros como las Corrientes literarias... y la Historia de la cultura en la América Hispánica.

Como ocurre a menudo cuando nos enfrentamos con la obra de Pedro Henríquez Ureña, sus principales contribuciones al mejor conocimiento del continente no se apoyan en doctrinas o métodos espectaculares; en este sentido, no creó ningún tratado llamativo. A lo más, podemos destacar por las dimensiones del problema y lo controvertido del tema, su tesis del mexicanismo de Alarcón y su rechazo del andalucismo original en el español de América. En fin, por el carácter y proyecciones, subrayo la significación de su teoría del americanismo literario enunciada en sus Seis ensayos y de la cual ya me he ocupado.

Después de lo dicho, reitero que su mayor y continuado esfuerzo está, no en teorías deslumbrantes, sino en ahondamientos y precisiones, en noticias e incitaciones que nos dejó en los múltiples temas estudiados. Su esfuerzo se centró —lo hemos visto— en la lengua y las letras, pero, en consonancia con un ideal integrador de valores culturales, sus aportes superan holgadamente esas disciplinas. Historia, sociología, música, artes plásticas, historia de la ciencia, son también disciplinas que, en el ámbito americano, mucho deben a su labor. Pasemos ahora a la noción de cultura. Lo mismo que hemos dicho al hacer consideraciones generales sobre Pedro Henríquez Ureña y la historia se puede repetir al examinar su concepto de cultura. De nuevo, notamos aquí que sus ideas al respecto no persiguen tanto un método o planteo llamativo como un buceo en profundidad y una indagación individualizadora.

Precisamente, de sus diversos estudios deducimos que su concepción no se diferencia mayormente de sistematizaciones conocidas y frecuentemente aplicadas. A veces, nos habla de cultura, a veces de civilización,11 y los casilleros engloban, sin muchas variantes, nombres y contenidos previsibles: estructura política y jurídica, sociedad, religión, instrucción pública, filosofía (y concepción del mundo y de la vida), lengua, literatura, artes plásticas, música, ciencias puras y ciencias de descripción o aplicadas, artes industriales, agricultura, ganadería, pesca, comercio.

Como ya hemos apuntado, hubo dos regiones a las cuales dedicó Pedro Henríquez Ureña la mayor parte de sus enfoques “culturales”. Dos regiones o sectores vistos a veces separadamente y, con más frecuencia, en explicable relación: España e Hispanoamérica (con mayor extensión, América Hispánica). Y así, tanto a España como a la América Hispánica ofreció Don Pedro sendos estudios, de desigual contenido temporal, pero de estructura y sentido semejantes. Son los titulados España en la cultura moderna y, claro, Historia de la cultura en la América Hispánica.

Efectivamente, si reparamos en los aspectos examinados en su artículo, vemos que no hay diferencias mayores con el libro. Por supuesto, las diferencias aparecen en el hecho de que en su estudio dedicado a España, el crítico se ocupa, en rigor, de una época, Renacimiento (proyectada en buen parte hacia el futuro), y en su Historia, como obra de mayor amplitud, una serie general de épocas, desde los tiempos prehispánicos hasta el siglo XX.12

Deteniéndonos, ahora, en la Historia de la cultura en la América Hispánica observamos la adecuada presencia del mundo indígena. Para los conocedores de la obra de Pedro Henríquez Ureña esto no es ningún secreto. Quizás alguno pueda tacharlo (se lo ha tachado) de que no concede muchos párrafos a ese mundo. En realidad, lo que él pretendió no fue una desbordada apología indigenista ni, menos, un juicio rígido que concede todo a una parte en desmedro de otra u otras posibles (aquí, fundamentalmente, la tradición hispánica).

No, lo que Don Pedro pretendió, y logró en apreciable medida, fue darnos un equilibrado cuadro (con equilibrio no falsamente buscado) donde el indígena tiene su presencia y justificación. Con razones y fundamentos serios, y no con toques plañideros.13

De la misma manera, la historia de los tiempos coloniales procura, sin reticencias ni exageraciones, mostrar una particular organización a través de sus rasgos distintivos. Pedro Henríquez Ureña aspira, sobre todo, a subrayar raíces válidas; en especial, las que contribuyen, con sus más y sus menos, a perfilar el futuro de nuestros pueblos. Como es sabido, se da en Don Pedro el “amor” a España (como se dio también en Alfonso Reyes). Pero ese amor está lejos de las versiones idílicas de ciertos hispanistas, para quienes todo lo que se vincula a España merece elogios. No hace falta detenernos mucho para explicar que nuestro hombre no procede de ese modo.

De la misma manera, la visión de nuestro siglo XIX, que corresponde ya a la historia de la América Hispánica libre (con las pocas excepciones conocidas) tiene como meta poner claridad a una trayectoria trabajosa y a menudo confusa. Y de nuevo, su espíritu sereno logra una armónica síntesis al subrayar los elementos positivos en una época donde abundan los pasos en falso y la incertidumbre. Una vez más, no resulta difícil mostrar que Pedro Henríquez Ureña está lejos tanto de los que ven todo con un exagerado optimismo (sin fuerza respaldadora) como los negadores sistemáticos. Esto se debe a que pretendió menos imponer una idea, que deducir caracteres a través de un estudio desapasionado, coherente, lúcido de datos.