29 de Abril de 2025
Portal Educativo de las Américas
  Idioma:
 Imprima esta Página  Envie esta Página por Correo  Califique esta Página  Agregar a mis Contenidos  Página Principal 
¿Nuevo Usuario? - ¿Olvidó su Clave? - Usuario Registrado:     

Búsqueda



Colección: INTERAMER
Número: 70
Año: 2001
Autor: Rhonda Dahl Buchanan, Editora
Título: El río de los sueños: Aproximaciones críticas a la obra de Ana María Shua

El humor

Henri Bergson concibe lo cómico como una “distracción en la marcha de la vida,” entendiendo por “distracción” una interrupción de carácter mecánico que “expresa cierta imperfección individual o colectiva que necesita corrección” (102, traducción mía). El empleo del humor en Soy paciente responde cabalmente a tal concepción. El toque aristotélico de las palabras de Bergson, al mencionar “imperfección [. . .] que necesita corrección,” está incluido en el ejercicio del humor que Shua despliega en el texto, pero la sutileza con que lo hace descarta cualquier efecto didáctico o moralizante. En cuanto a la “necesidad de corrección,” las instancias de humor situacional alusivas a circunstancias reconocibles de la realidad son por demás elocuentes: desde las falencias en el funcionamiento del hospital, hasta los fatales egocentrismos que rodean al protagonista. El único personaje que parece rescatable, la dulce monjita “Manzanita,” permanece en el reducto de su inocencia y de su acento extranjero como un fragmento más del mundo alienante y alienado que rodea al protagonista. Por supuesto, ella también está impregnada de efectos humorísticos, con su modo de pronunciar “usted” y sus caramelitos de limón.

Los ejemplos de humor son numerosos, pero hay una inteligente dosificación que asegura su efectividad. Como narrador ingènu, el Paciente no advierte la instancia humorística, lo cual es a menudo parte del efecto buscado. Es decir, aparece un humor directo en la narración de circunstancias directamente graciosas, como las “travesuras” de los compañeros de oficina durante su visita, y un humor verbal, cuyo efecto depende de la enunciación más que del enunciado, como cuando el Paciente comenta sobre la enfermera jefe: “Debe ser triste para una mujer tener el pecho tan chato. ¿Será por eso que nunca se ríe?” (39).

James Miller, Jr. habla de una tendencia en la ficción estadounidense a partir de la posguerra que se inclina a la combinación de circunstancias terribles con efectos cómicos: “The nightmare world, alienation and nausea, the quest for identity, and the comic doomsday vision— these are the four elements that characterize recent American Fiction” (399).

Puede hablarse de una influencia, pero también podría suponerse un desarrollo paralelo debido a la que por entonces era ya una verdadera globalización de la información y de la cultura euroamericana (después de todo, ya el romanticismo tuvo carácter transatlántico). Las características que Miller menciona pueden aplicarse sin esfuerzo a la literatura argentina, ya desde el medio siglo: el mundo de la pesadilla, la alienación y la náusea, la búsqueda de la identidad ante la amenaza de la masificación. Pensemos en Sábato, Denevi, Gudiño Kieffer.

La visión cómica del Día del Juicio, el humor negro, demoraría más en llegar a nuestra literatura, en la que no ha florecido con la intensidad creciente con que lo ha estado haciendo en la cultura anglosajona hasta el borde mismo de este fin de milenio. A modo de ejemplo: como para ilustrar algunos logros recientes del género, vayan tres nombres, tres textos: Quentin Tarantino, Pulp Fiction; Ben Elton, Popcorn; Alan Ayckroyd, Henceforward, película, novela y obra de teatro, respectivamente, de los ‘90. Algo se perfiló en Cortázar, pero sería Shua quien lo usaría de manera sostenida y con función estructural en una obra de ficción.

Miller identifica un quinto elemento característico, expresado con mayúsculas: “A Thin Frail Line of Hope” (399). ¿Hay esperanza en Soy paciente? El protagonista, al final de su periplo, es un paciente profesional. Jorgelina Corbatta nos dice de tal paciencia: “la paciencia, con todas sus variantes, termina siendo una estrategia de resistencia. Más aún: la paciencia se convierte en una empresa a perfeccionar día tras día. Constituye una ética que comporta una ascesis y una desposesión, a la vez voluntaria e impuesta” (374).

Es una posible lectura ante la que propongo otra, que no pretende anularla, sino crear un segundo espacio interpretativo que ratifica la densidad metafórica del texto. La respuesta a la pregunta sobre la existencia de esperanza en el planteo de Shua, a mi modo de ver, es tan irónica como el planteo central y como la trama toda. La esperanza, de ser idealmente un ansia de cambio hacia un Bien ideal, se ve reducida a ser el simple logro de la supervivencia, y la única forma de alcanzarla parece ser resignar la potencialidad creativa del intelecto, la tendencia vital al disfrute de la libertad, las demandas de la razón y del sentido de justicia. En términos darwinianos, la supervivencia de los más aptos en condiciones como las caricaturizadas por Shua, asegura la continuidad de una humanidad pasiva, no-pensante, no-creativa, ocupada en satisfacer sus necesidades físicas y disfrutar alguna diversión que espante el tedio.

Ante tales perspectivas, el humor resulta un medio más que eficaz para encarar el panorama. La seriedad puede volverse discursiva, la tragedia puede caer en la obviedad. La tendencia a tomar el humor como el atajo eficaz para apuntar en dirección al horror puede haber sido otra vuelta de tuerca del vacío existencial inaugurado tras la posguerra, una afirmación de la risa como signo de salud y de vitalidad para neutralizar el avance de las fuerzas tanáticas.