<<Biblioteca Digital del Portal<<INTERAMER<<Serie Cultural<<El Río de los Sueños: Aproximaciones Críticas a la Obra de Ana María Shua<<Soy paciente: La metáfora hospitalaria
Colección: INTERAMER
Número: 70
Año: 2001
Autor: Rhonda Dahl Buchanan, Editora
Título: El río de los sueños: Aproximaciones críticas a la obra de Ana María Shua
Narración y narrador
El planteo narrativo se inicia en un tono realista y, consciente
de su obligación estética de cautivar al lector, la voz narradora
busca la seducción a través de alusiones a experiencias con las que
el receptor puede identificarse fácilmente: los inconvenientes de
tratar de leer en un colectivo en marcha. En la apertura del texto
es fácil advertir la presencia del cuerpo como un objeto de
atención por parte del narrador, actitud que recorrerá por entero
la narración y que contribuirá poderosamente a la unidad de efecto
que Edgar Allan Poe reclamaba como esencial para el cuento; y aunque
se trate de una nouvelle, el recurso es muy efectivo.
La sintomatología que lleva al protagonista al hospital no es
precisa, pero es suficiente para colocar al cuerpo en situación de
objeto de la preocupación de tal protagonista y de la atención del
lector. Esta objetivación del cuerpo como lo observado inaugura una
brecha en el personaje: surge una división entre cuerpo, lo
objetivo y, digamos, su mente, instrumento de lo subjetivo,
brecha que irá ahondándose al ir progresando la narración, para desaparecer
luego en un movimiento de integración final al legar al desenlace.
En este punto, encuentro iluminador lo que Michel Foucault plantea
como tesis general respecto a la relación entre sociedad y cuerpo:
la existencia de una “economía política” del cuerpo en la cual se
sitúan los sistemas punitivos. El cuerpo, inmerso como está en el
campo político, es la presa inmediata de las relaciones de poder (Foucault
32). La metaforización del hospital se completa y se expresa a través
de la presencia de ese cuerpo que va a ser dominado. El cuerpo es
el objeto del deseo de los factores de poder, y sobre él estos factores
ejercerán sus atribuciones a discreción: observarán, palparán, inyectarán,
tomarán la temperatura, auscultarán, encerrarán, todo con la fruición
de quien ha encontrado el más valioso de los rehenes, para finalmente
apropiarse de él sin apelación posible.
La conciencia del cuerpo como manifestación de vida abre la novela
y se reitera con intención evidente de constituirse en una isotopía
vertebradora. Para indicar la sorpresa de la visitante desconocida
al no encontrar a quien espera ver en la habitación del Paciente,
éste dice: “En su horror, se olvida de su cuerpo. Los dedos de su
mano derecha, abandonados, se aflojan” (9), para señalar más adelante:
“Poco a poco va recobrando el control de su cuerpo” (10). De la observación
de un cuerpo ajeno, el narrador pasará a experimentar su cuerpo como
objeto de manipulación por otros. La revisación médica a la que es
sometido por el equipo liderado por la doctora Sánchez Ortiz, desarrollada
casi como un ritual de corte sado-masoquista, coloca al cuerpo en
situación protagónica, que asume, renovada, en cada acto médico sucesivo,
para culminar en el momento previo a la operación: “Mi cerebro se
esforzaba en desasirse del pesado abrazo del sedante cuando llegó
la camilla. Sentía la lengua torpe y los brazos y piernas me respondían
sin ganas, como en los últimos tramos de una borrachera. Mi propio
yo, lúcido y aterrorizado, se agazapaba en las profundidades de mi
cuerpo, que ya no obedecía a sus controles” (65).
Lo crucial de esta secuencia se vincula con la segmentación explícita
de cuerpo y conciencia, apareciendo la violación (en un sentido amplio,
no sexual) del cuerpo como la violación de la integridad del individuo,
la agresión capaz de separar psiquis y soma a través del miedo como
ejercicio supremo del poder sobre otro. En los últimos tramos de la
narración las cosas no han cambiado mucho:
Desde la semana pasada se está haciendo un examen exhaustivo de
cada una de las partes de mi cuerpo, empezando por los dos extremos,
la cabeza y las extremidades inferiores. A la altura del esternón,
los resultados deberían coincidir en un diagnóstico definitivo. Ayer,
por ejemplo, me hicieron un nuevo electroencefalograma y me tomaron
muestras de los hongos que tengo entre los dedos de los pies. (104)
A partir de allí, la desintegración deja de percibirse como tal.
La resistencia activa a tal tratamiento sería simbólica de rebelión
y protesta, pero tal reacción no se manifiesta en el Paciente, lo
cual constituye un sema de fundamental importancia. La ausencia de
rebeldía y la gradual aceptación de la violación de la integridad
somática implican una falta de resistencia que sólo puede comprenderse
en términos de la caracterización del personaje. La construcción del
protagonista como narrador ingenuo, señalada más arriba, es vital
para la efectividad del discurso irónico. D.C. Muecke nos dice al
respecto: “the ironist, instead of presenting himself as a
simpleton, puts forward in his place a simpleton or ingènu
who is to be regarded as distinct from the ironist (the ingènu
may ask questions or make comments the full import of which he does
not realize)” (57-58).
Shua elabora al narrador con marcas que delatan una falla en su
capacidad para leer los datos de la realidad de manera completa y
eficaz, aún para sus propios intereses. En la mejor tradición del
Mark Twain de Huckleberry Finn, sus comentarios a menudo establecen
un código entre autor y lector que escapa a la imaginaria comprensión
del narrador. La información que nos llega sobre la vida pasada del
Paciente lo muestra como oficinista gris, lector del James Bond de
Ian Fleming, de Selecciones y de Popular Mechanics,
más bien solitario, con una inofensiva pero fuerte manía por el orden
y la limpieza. Son sus observaciones las que van definiendo su bondadosa,
mansa naturaleza, así como su incapacidad para detectar segundas intenciones
en las actitudes del prójimo: “La Pochi, una prima que me saqué en
la lotería” (41), nos dice.
La relación del Paciente con cada uno de los demás personajes
da pie a Shua para caracterizarlo como lo que Northrop Frye considera
el héroe típico del modo irónico, esto es, “inferior in power
or intelligence to ourselves, so that when we have the sense of looking
down on a scene of bondage, frustration or absurdity” (34). Estamos
ante un héroe cuyas potencialidades para la vida son inferiores a
las del común de los mortales, lo que lo hacen apto para su papel
de víctima inocente. Por otra parte, su falta de contacto con la realidad
exterior sugiere una atmósfera un tanto onírica, lo que enfatiza la
relevancia del tema de la alienación. La narración esta concebida,
entonces, en un tono irónico sostenido por la brecha entre lo dicho
y lo que se quiere decir, entre el narrador ingènu y la realidad
ficcional que describe.