29 de Abril de 2025
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Colección: INTERAMER
Número: 70
Año: 2001
Autor: Rhonda Dahl Buchanan, Editora
Título: El río de los sueños: Aproximaciones críticas a la obra de Ana María Shua

La visión arquetípica

Hospital, casa de salud, donde el enfermo busca alivio, curación, solución a un problema. En términos arquetípicos, descenso al infierno, o más bien al purgatorio, en procura de la resurrección posterior: un lugar de purificación a través del sufrimiento. En términos deseables, sufrimiento temporario, soportado a cambio de la esperanza de librarse del mal. La presencia de un discurso humorístico tiende a disfrazar el hecho de que en la novela el hospital se transfigura en elemento demoníaco, volviéndose así trampa final, callejón de la muerte. No de la simple muerte clínica, sino de la muerte de la dignidad humana, la muerte de la persona individual con jerarquía trascendente.

La concepción irónica del protagonista, ya identificada más arriba, adquiere mayor sustento al ser considerada en términos arquetípicos. Este aspecto de la caracterización surge con rasgos nítidos cuando se advierte la inversión de términos que se produce cuando se compara la estructura de su odisea con las de figuras arquetípicas de sufrimiento pertenecientes a las culturas grecorromana y hebreo-cristiana que alimentan nuestro imaginario colectivo.

La pregunta del narrador, “Doctor Tracer, ¿por qué me has abandonado?” (119) asume importancia en este sentido al aludir a la figura arquetípica del sufrimiento por excelencia, esto es, Cristo. La referencialidad de la exclamación del Paciente se ironiza no sólo por la distancia que lo separa de Cristo como individuo significativo en un contexto metafísico y social, sino por el hecho de que, según la ortodoxia cristiana, el sufrimiento de Cristo tiene sentido, el de la redención, mientras que el del personaje que nos ocupa no tiene sentido alguno.

Otros grandes sufrientes de nuestra herencia cultural son Prometeo y Job. El primero sufre por haber sido castigado a causa de una acción noble para beneficiar a los humanos, el donarnos el fuego de los dioses, y el segundo, por haber sido puesto a prueba por Jehová, al parecer deseoso de comprobar si le era fiel. Prometeo preserva su espíritu de rebeldía, pero nada puede hacer a causa del poder omnímodo del tirano, Zeus. Por otra parte tenemos a Job, el gran paradigma de la paciencia, quien está totalmente consciente de su sufrimiento y elige no rebelarse, no por una falla en su carácter, sino por pura fidelidad a su Creador. La relación causa-efecto tiene validez y significado en estos tres ejemplos de sufrimiento arquetípico. Los sujetos están conscientes de lo que están atravesando y lo asumen como intransferible dolor. Nuestro Paciente, por el contrario, tiene breves episodios de conciencia sobre su situación, los que se van espaciando con el transcurrir del tiempo, hasta que llegan a desaparecer para dar lugar a la aceptación pasiva y hasta alegre de la nueva situación: “Esta pieza, que al principio me parecía tan incómoda, ya es mi casa. En el hospital tengo amigos y conocidos. Afuera, ¿quién se acuerda de mí?” (103), que es un eco de lo que el mismo personaje dijera al inicio de su internación: “En el hospital, ¿a quién le iba a importar de mí?” (17).

Y es mi opinión que la marca certera de la construcción irónica de un texto se detecta cuando, en un abordaje arquetípico según los postulados de Northrop Frye, hay una inversión importante en el desenlace con respecto de la figura arquetípica referencial. Tal inversión en la novela de Shua se evidencia en la no-conciencia de la pérdida de la libertad, siendo la libertad un valor considerado altamente positivo. Job y Cristo padecen, pero su sufrimiento es fructífero: la bendición celestial con la restitución multiplicada de los bienes perdidos y la salvación de la humanidad, respectivamente. Prometeo sufre, pero su sufrimiento ha sido interpretado como una ilustración de la sublimación, y su rescate final gracias a Hércules “expresses the efficacy of the process of sublimation, and its outcome” (Cirlot 266). El Paciente, en cambio, se adapta y la disfruta, lo cual ratifica la solidez de la ironía que Shua elige como tono de su texto.