<<Biblioteca Digital del Portal<<INTERAMER<<Serie Cultural<<El Río de los Sueños: Aproximaciones Críticas a la Obra de Ana María Shua<<Erotismo y narración en Los amores de Laurita
Colección: INTERAMER
Número: 70
Año: 2001
Autor: Rhonda Dahl Buchanan, Editora
Título: El río de los sueños: Aproximaciones críticas a la obra de Ana María Shua
Introducción
Los amores de Laurita de Ana María Shua, de manera
evidente, establece un diálogo con la producción literaria
conocida como narrativa erótica. Cuando el libro se
publica en 1984, la novela erótica ya ha pautado en América
Latina, después de su estallido en la década del 60, los elementos
más importantes de lo que puede leerse como su canon: la representación
casi exclusiva en torno al cuerpo y al placer, el derroche
de los encuentros eróticos, el privilegio de situaciones y
espacios privados, las problemáticas íntimas que ponen entre
paréntesis el gran acontecer histórico, la reescritura de
los grandes modelos europeos y norteamericanos (Sade, Bataille,
Klossowski, Miller) y la apuesta a la construcción de un relato
que impone un nuevo criterio de verosimilitud, ya que se coloca
en el filo entre lo creíble y lo no creíble al construir situaciones
y escenas que no buscan ni señalan un correlato con el mundo
real. Dada la combinación de estos ingredientes, la narrativa
erótica se muestra como artificio más que como reflejo y plantea,
en más de un sentido, un mundo con situaciones y personajes
utópicos que desafían los interdictos sociales e instalan
un estado permanente de transgresión, imponiendo un nuevo
orden: el de los sentidos, gobernado por el deseo que dicta
el cuerpo.
En este sentido, Ana María Shua no escribe sobre un vacío,
sino que elige un corpus altamente pautado, que produjo una
fuerte ruptura literaria y condenas sociales en sus inicios,
aunque ya canónico hacia la década del 80. Por otra parte,
recoge los aportes de la escritura de mujeres, contribuye
al trabajo que varias escritoras latinoamericanas y, en especial,
argentinas han venido realizando durante dos conflictivas
décadas y realiza transgresiones y reformulaciones a ese canon.
En este impulso, la preceden un grupo de libros narrativos
que conmueven las normas vigentes de entonces al desafiar
el imaginario social y al ser publicados durante aquellos
años feroces de la dictadura militar en Argentina. Me refiero
a El monte de Venus (novela, 1976) de Reina Roffé,
La condesa sangrienta (novela, 1976) de Alejandra Pizarnik,
Feiguele y otras mujeres (cuentos, 1976) de Cecilia
Absatz, En breve cárcel (novela, 1981) de Silvia Molloy,
Urdimbre (novela, 1981) y Ciudades (cuentos,
1981) de Noemí Ulla y Cambio de armas (cuentos, 1983)
de Luisa Valenzuela.1
Frente a las posibilidades que brinda este género tan
reglado, estas novelas y estos cuentos incorporan y modifican
viejos y nuevos fundamentos. En las novelas eróticas que iluminan
el camino de estas escritoras, vistas ya como tradicionales,
el cuerpo de una mujer es el centro del relato y del placer
de uno o varios hombres y, como novedad, de otras mujeres;
las protagonistas no son madres y rara vez están casadas;
hay una actitud de sumisión, de aceptación en ellas del deseo
del otro; no hay una fuerte presencia de acontecimientos históricos
sino, más bien, una puesta entre paréntesis; los personajes
no trabajan, gastan su tiempo y su energía cuestionando la
organización de la sociedad burguesa; el derroche del erotismo
reemplaza a la concepción de una sexualidad puesta al servicio
de la reproducción de la especie; la oposición de un desorden
de los sentidos, del cuerpo, desplaza todo tipo de norma o
sistema ordenado de intercambio; se privatizan las escenas,
que se desarrollan en espacios íntimos; largas descripciones
con mínimas variantes son el soporte de las narraciones.
Con el impulso de cambiar un canon, estas escritoras argentinas
se apropian de los modelos para desviar el sentido ideológico
que la novela erótica ha señalado. El resultado está a la
vista: se muestra un saber femenino en relación con el cuerpo
y el erotismo; la protagonista es ahora sujeto y no objeto
de los encuentros; el cuerpo masculino es centro de muchas
descripciones y se enfoca desde la mirada de una mujer; se
descentralizan las zonas erógenas y se cuestionan los supuestos
modos de goce femenino; el erotismo parece ser el camino elegido
para la búsqueda de una posible identidad genérica. De este
modo, la ampliación es doble: se extienden los límites de
un imaginario literario, muy cristalizado y cerrado, a la
vez que se cuestiona un imaginario social que naturaliza las
construcciones culturales. El erotismo pone en escena el cuerpo
femenino y permite representarlo desde la mirada de la mujer.
Los amores de Laurita, aunque se produce hacia
el final del sistema político represivo de la última Junta
Militar, irrumpe en el comienzo del regreso a la democracia.
Cercano a los relatos de Cambio de armas, no organiza
como éste una representación del erotismo en el cruce con
la represión y perversiones de los últimos años de la historia
política argentina, sino que recoge el sistema de creencias,
rituales y prácticas familiares, cotidianas, incrustadas por
aquellos años en nuestra sociedad. En este sentido, ejerce
sobre el canon una doble presión: lo amplía dando una visión
femenina del erotismo, muchas veces paródica de las novelas
consagradas y reconocidas en el sistema literario, tal como
ocurre con la producción de las otras escritoras mencionadas,
y despliega un imaginario que combina las claves de importantes
costumbres sociales con los modelos literarios de la narrativa
erótica.
Una actitud corrosiva, interrogadora de tantas verdades
y argumentos incuestionables introduce fisuras, genera la
duda ante relatos tajantes y unívocos. Para conseguir que
los puntos claves de este doble imaginario caigan, esta novela
se nutre de la vida y de la literatura, juega a la representación
de la realidad, y recoge los elementos de una narrativa que
para poder construirse la ha negado. En un gesto disidente,
Los amores de Laurita no deja de exhibir página tras
página una realidad social exageradamente pautada, condicionada,
altamente reglada. Sólo la imaginación parece desanudar el
conjunto de mandatos, creencias, rituales e interdictos en
los que el personaje de Laura, joven y luego señora, aparece
maniatada.