<<Biblioteca Digital del Portal<<INTERAMER<<Serie Cultural<<El Río de los Sueños: Aproximaciones Críticas a la Obra de Ana María Shua<<Erotismo y narración en Los amores de Laurita
Colección: INTERAMER
Número: 70
Año: 2001
Autor: Rhonda Dahl Buchanan, Editora
Título: El río de los sueños: Aproximaciones críticas a la obra de Ana María Shua
Las transgresiones de Laurita y Frangipani
A medida que el embarazo de la señora Laura avanza, ella recuerda, rememora
los encuentros eróticos con los hombres anteriores a su esposo. Regresan en
cada capítulo las experiencias amorosas y sexuales con Jorge, Sergio, el Flaco
Sivi, Gerardo, Kalnicky Kamiansky y Pablo, mezcladas con las fantasías de
la protagonista. La novela reitera, en sintonía con los ensayos La parte
maldita, El erotismo y Las lágrimas de Eros de Georges Bataille,
que los interdictos provocan transgresiones y que la función de un interdicto
no es sólo regular conductas sociales sino despertar el deseo de transgredirlos.
La noción de la fiesta y del derroche como posibles modos de quiebre del orden
burgués se ficcionalizan y parodian en las imágenes de la festichola
del capítulo II, del gusto de Laura por las masas frente al asco de su esposo,
en la posibilidad de gozar y excitarse mientras prepara su cuerpo para amamantar.
Tanto la festichola, como los restos de dulces que quedan en el plato de la
confitería y el placer de acariciarse los pezones, aunque con signo diferente,
remiten a la inutilidad, a lo improductivo, al exceso, al puro gasto. Energías,
comida y cuerpo que se asimilan y capitalizan en un placer que no recae ni
sobre la sociedad ni sobre el otro. Mientras su esposo administra el tiempo
en torno al trabajo, Laura destina parte del suyo a gozar, a experimentar
las sensaciones que el embarazo inesperadamente le produce.4
Cada nueva experiencia de la protagonista permite revisar y poner en entredicho
una creencia o un ritual transmitido por su abuela a su madre y por su madre
a ella. Si el universo de creencias y rituales que Laura ha recibido se basa
en la obediencia fiel a las normas, en su caso sólo queda romper con la sujeción
para lograr desoír lo aprendido y para construir un nuevo sistema de saberes
y prácticas femeninas. En este sentido, la novela muestra una crisis, un momento
de fractura generacional, la caída de un orden, el tránsito caótico desde
los dieciséis años a la adultez y la posibilidad de instaurar un nuevo sistema
de valores. Siempre sola, porque un rasgo de la historia es que Laura no comparte
estos cambios con amigas o hermanas. Y las otras embarazadas aparecen
desde la mirada de quien narra desexualizadas. Otra parece ser la situación
que heredará la niña que se chupa el pulgar en su vientre.
Estas experiencias se registran narrativamente en forma de anécdotas.
La novela juega a ser un testimonio generacional, de época, a la vez que exalta
la importancia de la literatura y de la imaginación como disparadores de transgresiones
y cambios. Laura lee a Bataille, a Cortázar, a Miller, a Sade, a Celine. Con
sus amigos y amantes hablan de Artaud, de Breton, discuten la teoría del potlach,
representan escenas teatrales, recuerdan tanto a Berceo y a San Juan de la
Cruz como a Miguel Hernández. Es la literatura la que le permite a Laura entrar
en clímax y permitirse transgredir hacia el final el mandato más fuerte de
la novela: una madre no coge. En cierto sentido, el libro reemplaza,
sustituye al otro, al par que no está y aminora el estado de soledad en el
que Laura se encuentra. Es la literatura la que ayuda a detonar la transgresión,
a desplazar y a revocar los antiguos rituales y creencias.
Primero Laura repasa las imágenes que le han quedado de Miller, Mailer,
Sade y otros textos eróticos, pero, contra lo previsible, no es el contenido
del libro lo que se impone a la hora de elegir sino el formato, el libro como
cuerpo: “Elige un libro cualquiera, de lomo ancho, que le resultará perfecto
para apretar entre sus piernas mientras sigue, acostada en la cama, masajeándose
enérgicamente los pezones” (189).
Laura fantasea desde la adolescencia con un nuevo orden, una naturaleza
diferente, una sociedad donde sea posible otro ritmo de vida y haya lugar
para el puro placer. De la zona de la utopía, presentada desde trozos de textos
que tienen como escenario una isla, la narración se desliza hacia la concreción
del placer como punto vital y heredable.
En esa isla, con la que Laura sueña al principio de la novela, todo es
idílico: mar, corales, pájaros, flores y plantas, perfumes exóticos. En esa
fuga de la pesada realidad que debe soportar Laura, la literatura le brinda
un personaje femenino en el que compensar y reflejarse: Frangipani, una joven
isleña. Esta muchacha, tan joven como Laura, también sigue los pasos de
los rituales que su tribu ha transmitido de generación en generación, sólo
que estos parecen sostener una sociedad utópica.
Frangipani no está sola, otras mujeres danzan como ella, comparten el
ritmo de los movimientos, acompañan las ceremonias cruzadas por el golpe de
los tambores. Aquí también se trata de rituales y Frangipani los sigue con
más fidelidad que la que Laura emplea en seguir los suyos. Pero en este mundo
paradisíaco, el placer, el cuerpo, el erotismo se distribuyen como bienes
sociales, legendarios:
Las Grandes Danzas van a comenzar y Frangipani es la más grácil, la
más alada de las bailarinas. Sus pies desnudos pueden convertirse en pájaros
y en peces y la fuerza con que sus plantas se apoyan en el suelo es capaz
de desviar a la tierra misma de su eje y sus pechos firmes se balancean apenas
al ritmo de su cuerpo, ese ritmo que introducen los tambores en el centro
de su vientre y que vuelve a derramarse desde allí en ondas vertiginosas que
la estremecen hasta las puntas de los dedos. (22 - 23)
Y mientras baila y se acerca maravillosamente al éxtasis impulsada por las miradas de los hombres, que se posan como insectos golosos sobre la dulzura de su piel, Frangipani tiene repentina conciencia de una mirada extraña, distinta de las demás, una mirada que en lugar de posarse sobre ella se le clava, la atraviesa. (27)
Y mientras baila y se acerca maravillosamente al éxtasis impulsada por las miradas de los hombres, que se posan como insectos golosos sobre la dulzura de su piel, Frangipani tiene repentina conciencia de una mirada extraña, distinta de las demás, una mirada que en lugar de posarse sobre ella se le clava, la atraviesa. (27)
Frangipani, a diferencia de Laurita, no necesita transgredir porque el
erotismo no es interdicto en su cultura. Danza y goza con la aprobación de
las otras mujeres, de los hombres de la tribu y de las ancianas, que son las
encargadas de iniciar en el camino del placer y del conocimiento del propio
cuerpo. Y, sin embargo, tampoco Frangipani es completamente feliz. Ella también
se ha cansado de repetir rituales a los que, posiblemente, ya no le encuentre
sentido. El cansancio le hace cuestionar hasta el significado de su nombre,
es decir, su identidad. Parece ser que lo que la novela de Ana María Shua
pone en crisis, a través de las aparentes contrafiguras de Laura y Frangipani,
es la imposibilidad de salirse de los rituales colectivos, el privilegio de
los ritmos sociales, altamente reglados, sobre el ritmo individual: “Y
Frangipani desea, y su deseo transgrede, se asoma a lo prohibido, Frangipani
desea seguir la corriente de los arroyos, recorrer en canoa las costas de
su isla, pescar esquivos, azarosos peces con pequeños arpones de hueso, como
un hombre, la pequeña Frangipani” (33).
Rituales más, rituales menos, rituales en la ciudad, rituales en una isla,
rituales solitarios, rituales compartidos, rituales femeninos o masculinos,
todos congelan. La novela reafirma que el deseo no puede ni regularse ni volverse
un rito. El erotismo se da en el desorden. Es puro derroche y no acepta ningún
tipo de contenciones. Tanto Laura como Frangipani, entonces, están solas.
Éste se insinúa como el único camino posible para romper fórmulas, lograr
transgredirlas, saltarlas sin correr el riesgo de crear nuevos rituales.
Todas las otras experiencias grupales de la novela se muestran como construcciones,
impostaciones, simulaciones colectivas de transgresión. La festichola en casa
de Sergio, la representación de los amigos del Flaco Sivi, la provocación
desenfadada a Pablo y el posterior castigo físico responden a la obediencia
ciega a nuevos modelos, que aseguran producir rupturas tajantes sin dejar,
sin embargo, los preconceptos y abriendo no un estado de libertad ideal sino
nuevos mandatos.
Así, las escenas de esta novela desmienten también algunas falsas e inseguras
poses de los amigos de Laura. De esta manera, no quedan ya en pie las salidas
o escapes transitorios, sino la búsqueda del propio deseo, ese punto de resistencia
que para que no deje de ser contestatario no debe responder a regla alguna,
no debe obedecer ni repetir experiencias ajenas. Tal como lo planteara Bataille,
Shua sitúa al erotismo en el plano de una búsqueda interior aunque, por otra
parte, a diferencia de toda la teoría desarrollada en Las lágrimas de Eros,
lo desvincula de prácticas rituales y comunitarias. Shua historiza también
el término pero para mostrar que la transgresión se da sólo a nivel individual,
y apela al propio interior del individuo.5