<<Biblioteca Digital del Portal<<INTERAMER<<Serie Cultural<<El Río de los Sueños: Aproximaciones Críticas a la Obra de Ana María Shua<<La lección de anatomía: Narración de los cuerpos en la obra de Ana María Shua
Colección: INTERAMER
Número: 70
Año: 2001
Autor: Rhonda Dahl Buchanan, Editora
Título: El río de los sueños: Aproximaciones críticas a la obra de Ana María Shua
Autónoma, absurda, inabarcable
El eje del deseo y el placer, por ejemplo, rige los espectáculos
montados en el prostíbulo surrealista de Casa de geishas; o las fantasías
circenses de Laura embarazada, quien se imagina como una domadora que abandona
su látigo fálico para tenderse relajada en la jaula de los leones, mientras
ellos lamen dulcemente el azúcar que desparramó en su vulva; o la puesta en
escena de una cópula caótica, extrema y total entre los vlotis de tres sexos,
a la que Marga y su compañero extraterrestre asisten en el planeta de Mieres
(“Viajando se conoce gente”), o la preparación para “dormir cómoda” de esa
mujer que, en el Texto 223 de La sueñera, desmembra todo su cuerpo
por la habitación hasta dejar entre las sábanas sólo su sexo, “que nunca duerme”
(90).
Se trata de un deseo excesivo, un placer desbordante, múltiplemente determinado
y de múltiples, absurdas, innúmeras consecuencias, encuentros donde la vida
y la muerte, la violencia y el amor, la ternura y la guerra, la unidad y la
disolución se ponen en juego y entonces el sexo es, de acuerdo con la línea
que venimos desarrollando, un modo privilegiado de conocimiento.
Protagonista casi constante del eje del placer es el cuerpo femenino,
múltiple y contradictorio, imprevisible en sus fantasías, que se alejan bastante
de las que los varones imaginan en las mujeres. Extremadamente originales,
por lo menos para la literatura, de la cual en general estuvieron ausentes,
las fantasías sexuales femeninas incluyen predominantemente el espectáculo
(continuando la línea de la mirada que aparece ya en “Los días de pesca”)
y se despliegan, en la obra de Shua, con notable libertad. El cuerpo de mujer,
incomprensible y extraño (pero no solamente siniestro o terrorífico, como
querría Lacan, sino más bien divertido y juguetón), juega con su propio extrañamiento,
por ejemplo, en “Gimnasia” (Casa de geishas 54); los insectos, esas
formas de vida repudiadas y perseguidas, se vuelven protagonistas sabios del
más refinado erotismo en “Caricia perfecta,”(Casa de geishas 13) y
la intensa excitación de Laurita embarazada, concentrada en masajear sus pezones
por orden del médico, se describe así: “Una miríada de animales pequeños,
de muchas patas, han iniciado ya su migración: trepan desde sus pechos hacia
abajo, caminan apresuradamente en busca de su sexo.” (Los amores de Laurita
181-82).
Lo plural, lo no localizado y direccionado al mismo tiempo genera sus
propias imágenes, busca un lenguaje diferente. Por eso a la hora de escribir
el placer, lo zoológico, lo absurdo y lo irracional confluyen y ayudan a liberar
el deseo de la usual obsesión femenina: parecer lo que a los hombres les gusta.
Tal vez por eso las escenas eróticas de Shua, cuando están narradas desde
la perspectiva de una mujer, tienen una autonomía subversiva. Contradiciendo
todas las definiciones culturales del patriarcado sobre la sexualidad femenina,
hablan de un deseo en sí, capaz de la autosatisfacción, no de un deseo alienado
en el objeto que ocasionalmente lo satisface. Remiten más a la descripción
de las sensaciones internas femeninas que a los atractivos carnales del partenaire.
No hay casi mirada de mujer sobre el cuerpo masculino, hay sobretodo mirada
de mujer sobre el suyo, voluntaria, gozosamente abierto (a diferencia de los
peces) a la serena observación ajena o propia, a sus sensaciones con el cuerpo
masculino o con lo que le dé placer. Encuentro con el otro, sí, pero desde
la empecinada observación de la propia interioridad. El relato sexual cambia
bastante cuando está contado desde el hombre, por ejemplo, en “Bichi Bicharraco”,
de Viajando se conoce gente, donde la otra, sus pechos, su aspecto,
sus piernas, su técnica, su carne—eso que el varón ha obtenido y mide su potencia—,
son el objeto privilegiado del discurso.