<<Biblioteca Digital del Portal<<INTERAMER<<Serie Cultural<<El Río de los Sueños: Aproximaciones Críticas a la Obra de Ana María Shua<<La lección de anatomía: Narración de los cuerpos en la obra de Ana María Shua
Colección: INTERAMER
Número: 70
Año: 2001
Autor: Rhonda Dahl Buchanan, Editora
Título: El río de los sueños: Aproximaciones críticas a la obra de Ana María Shua
Espacios del exceso: El circo
Para finalizar estas reflexiones, habría que preguntarse por qué el circo
es una fuente recurrente de imágenes corporales en la obra de Shua. Aparece
como lugar para el absurdo y la fiesta, para las fantasías en el goce (por
ejemplo, en la inolvidable masturbación en el bidet, al final de Los amores
de Laurita 181-196). En Casa de geishas se identifica muchas veces
con el burdel, es un lugar delirante donde las categorías se deshacen, toda
clasificación se vuelve absurda (por ejemplo en “Los números artísticos” 26),
se producen todos los “imposibles encuentros” de los que habla el surrealismo.
Allí están los cuerpos que no pueden preverse: la cucaracha puede ser sensual,
la mujer tener el cerebro de una computadora.
Se diría que el circo, un arte que tiene a los cuerpos como los grandes
protagonistas, permite jugar con un mundo donde la lógica se trastoca porque
esos cuerpos, precisamente, están allí en función de su rareza, su carácter
extraordinario o inclusive su monstruosidad, y por eso se muestran. “El arte
circense de hoy es el arte de la destreza corporal exhibida para los espectadores,
el espectáculo más antiguo del mundo, que puede rastrearse desde tiempos remotos
en los rituales de los cinco continentes” (9), define Beatriz Seibel en su
Historia del circo. Refiriéndose a su surgimiento en Occidente, en
la Grecia antigua, agrega: “Los cómicos trashumantes también existen desde
las más lejanas épocas; son los artistas que no acceden al teatro oficial.
[. . .] Las mujeres, que no pueden actuar en el teatro clásico griego, en
cambio son volatineras, danzarinas, equilibristas, malabaristas, flautistas,
mimas, cómicas ambulantes” (10). El circo nace entonces como un glorioso rejunte
de excluidos. Enanos, deformes, mujeres barbudas y forzudas, seres de apariencia
armónica pero de posibilidades nunca vistas en otros humanos, dotados para
caminar por donde ningún otro camina, para no quemarse vivos en medio de la
hoguera o no caer allí donde cualquiera cae. Todo lo no-normal coexiste en
el circo, bello o monstruoso, y tal vez allí esté la clave del miedo o incluso
la tristeza que suele causar en muchos niños. No es casual, entonces, que
en la Edad Media los adiestradores de animales feroces o los que exhiben animales
exóticos en las ferias de la plaza pública se integren al circo. Lo zoológico
tiene espacio en él de un modo similar al que tiene en las fantasías de Shua:
como expresión de la conciencia de ser diferente, de no pertenecer a esa especie
humana que se define como “el hombre” y se dibuja en cualquier manual, diccionario
o libro de anatomía como un cuerpo de varón de piel blanca. Al compartir su
vida trashumante con los animales, al dormir dignamente en carromatos junto
a ellos, los artistas del circo parecen expresar su carácter de integrantes
“monstruosos”, especiales de nuestra especie. Exiliados en el circo pero atravesados,
sin embargo, por la misma cultura que los exilia, estos diferentes pueden
muy bien oscilar entre el amor por el circo y el horror por lo que, en definitiva,
es una suerte de prisión elegida. No es sólo un idílico espacio romántico
de resistencia, rebeldía y libertad, como aparece a veces representado en
tantas obras de arte, también contiene la infinita crueldad de no ofrecer,
fuera de él, lugar adonde acudir. Por eso Shua puede jugar en Casa de geishas
con la etimología y corregir a Dante; eran “circos”, no “círculos”:8
“y si la tradición menciona círculos es quizás por error de algún copista:
en ocho circos (un solo director con su tridente) seremos castigados” (“Copista
equivocado” 182).
¿Hay mejor lugar que el Infierno para ambientar una fantasía sexual? El
absurdo y el juego circense tiñen la loca fantasía de Laurita, con su excitación
sexual de embarazada, tan explicable en un sentido (lo avalan saberes sobre
el funcionamiento hormonal, teorías psicoanalíticas, la fisiología de los
genitales turgentes) y sin embargo tan negado por una cultura que hace todo
lo posible por olvidar que el único modo de ser madre es tener actividad sexual.
El deseo de Laurita tampoco tiene lugar “oficial” en el mundo en el que vive,
su culpa, su intento de resistirlo, su miedo a que tanta excitación dañe al
bebé, su constante estupor al registrar que no puede manejarla, insisten en
subrayar que lo que le ocurre es por lo menos extraño, por qué no monstruoso,
y desde allí la fantasía se apropia del espacio del circo, ese lugar donde
las mujeres monstruosas pueden vivir dignamente de ser monstruos, donde el
control del propio cuerpo, lo que más se prohíbe afuera a una mujer, es aplaudido
y hasta admirado por los mismos que lo condenan cuando sale del “círculo”.
El circo, como el sueño en La sueñera, es el espacio del cuerpo absurdo
y del cuerpo libre, con todo lo lúdico, lo festivo y lo terrorífico que eso
implica (más volcado el circo hacia la fiesta, más el sueño hacia lo siniestro).
Al observar el circo, los grandes asisten serios, pero las niñas se excitan:
“nenitas con las piernas estiradas duritas apretadas, no te toques hijita
la colita de adelante te podés enfermar, no me toco más mamita acabo sin tocarme
entre las piernas aprieto fuerte la conchita, se pajean aplauden, en primera
fila muy serios papá mamá la abuelita” (Los amores de Laurita 194).
La que va a ser madre convoca, en sus fantasías, a la niña que ella fue y
promete llevar al hijo o la hija que tenga al circo, como la llevaron a ella
pero probablemente de un modo diferente: cómplice, no “serio.” No en vano
Los amores de Laurita elige un final utópico en el que se lega a la
generación que sigue la posibilidad de acceder a la infinita sabiduría que
enseña el cuerpo. Agotada luego de su orgasmo, Laurita duerme profundamente
la siesta y la novela finaliza: “Pero en su vientre, enorme, dilatado, alguien
ha vuelto a despertar. Es un feto de sexo femenino, bien formado, con un manojo
de pelo oscuro en la cabeza, que pesa ya más de tres kilos y se chupa furiosamente
su propio dedo pulgar, con ávido deleite” (196).
Un nuevo cuerpo femenino llega a este mundo; maternal, la escritura le
otorga el don que ella misma posee: la avidez por el placer (que para ella
es siempre avidez por el conocimiento). Los amores de Laurita dibujan
la utopía de un legado textual-filial, de madre a hija. Si en “Los días de
pesca,” un cuento atravesado por la muerte,el padre permite que el logos penetre
y dé sentidos al cuerpo condenado a no tenerlo, en Los amores de Laurita,
una novela atravesada por la vida, la madre entrega los juegos, los excesos.
Como todo artista de circo, transmite a su descendencia; como todo artista
de circo, entrega la tradición de su arte.