<<Biblioteca Digital del Portal<<INTERAMER<<Serie Cultural<<El Río de los Sueños: Aproximaciones Críticas a la Obra de Ana María Shua<<La lección de anatomía: Narración de los cuerpos en la obra de Ana María Shua
Colección: INTERAMER
Número: 70
Año: 2001
Autor: Rhonda Dahl Buchanan, Editora
Título: El río de los sueños: Aproximaciones críticas a la obra de Ana María Shua
La ilusión de la pornografía
El nivel de la escritura, donde es evidente la obsesión por mostrar
los cuerpos, describirlos detalladamente, acompañarlos en su devenir, violando
tabúes mucho más fuertes que el de la genitalidad: se describen vísceras
enfermas, cadáveres, se teoriza minuciosamente sobre el modo en que la vejez
avanza en un rostro (por ejemplo, en el capítulo final de El libro de
los recuerdos). Se trata, en suma, de registrar para entender lo incomprensible.
Esta pulsión por comprender, por poner palabras donde la cultura sólo tiene
silencio, obliga a exponer la carne humana y el misterio de sus comportamientos,
con la imposible ilusión de lograr una cruda pornografía privada
de cualquier mediación: cuerpos sin ropa ni apariencia, vueltos pura materia,
desnudados, abiertos a un lector-observador, por obra de una escritura que
descubre, que otorga plenas intenciones a ese “tejido vivo, un material
capaz de tomar sus propias decisiones” (La muerte como efecto secundario
73).
Plenas intenciones: la materia que se observa y se “fotografía” minuciosamente
tendría, en realidad, decisiones propias: la frontera del tumor es, por
ejemplo, “enérgica,” una voluntad la dibujó (algo como un niño con marcador
rojo). Las entrañas se mueven por impulsos y propósitos, incluso tienen
conductas punitivas, moralizantes:
miren dice el médico obstetra obstétrico, cuchillero, tétrico, el tipo,
el doctor, vengan todos, miren todos, todos miran la cáscara de la nuez
vienen todos yo panza arriba, cortada sangre tirada, todo podrido por dentro,
cómo se nota que abortadora madre, cogedora, todos miran, enfermeras ayudantes,
otros, de todo el sanatorio vienen a ver, aborto, ab orto. (Los amores
de Laurita 179)
La exhibición espectacular de lo corporal en el nivel de la escritura,
planteada como un intento siempre insuficiente de tratar de comprender,
se relaciona con dos lugares comunes de la subjetividad femenina: con el
extrañamiento de las mujeres frente a su propios genitales (ese “impensable
sexo de mujer” al que ya aludimos y que han teorizado primero el psicoanálisis
y luego el feminismo de la diferencia), por un lado; y, por el otro, con
la prohibición milenaria que la sociedad patriarcal les impone al negarles
el derecho a utilizar autónomamente sus cuerpos y decidir sobre ellos. Pero
en la literatura de Shua, donde observar y comprender los cuerpos ha sido
legitimado y autorizado por el padre, la exhibición adquiere sentidos que
trascienden (pero no eliminan) el género y apuntan a la condición humana
en su conjunto, al hiato feroz que la humanidad ha erigido entre palabra
y cosa, entre logos y realia, entre signo y materialidad o, mejor dicho
(porque el signo tiene tanto peso y materialidad como las cosas), entre
materialidad semiótica y materialidad no semiótica.
La filosofía y la semiótica feminista han explicado de un modo difícil
de rebatir cómo la cultura patriarcal sufre el horror de este hiato entre
“espíritu” y “materia,” “razón” y “naturaleza,” “palabra” y “cuerpo,” e
intenta tranquilizarse trasladando al cuerpo femenino el horror y también
la fascinación de la pura realia, salvaje, caótica, siniestra y sin nombre
posible, mientras otorga al varón la aliviante y superior posibilidad del
signo y el logos.3 Reservorios imaginarios de negatividad y “naturaleza
desatada,” las mujeres quedan del lado del cuerpo, aunque inmersas en una
cultura que las construye pero, sin embargo, no es capaz de nombrarlas.
El trabajo literario de Shua no se hace cargo de este rol, pero tampoco
elude un lugar que su pertenencia al género femenino le permite percibir
con especial sensibilidad: valiéndose del signo y del logos con una legitimidad
y precisión que no se espera de una escritura “femenina,” Shua encara el
abismo siniestro que supone lo real y lo explora.
El resultado de esa exploración es tal vez similar al que señala Lacan,
reinterpretando el sueño de Freud de “la inyección de Irma”:
lo que Freud ve al fondo [al inclinarse, en su sueño, sobre la boca
abierta de Irma y revisarle la garganta], esos cornetes recubiertos por
una membrana blancuzca, es un espectáculo horroroso. Esta boca muestra todas
las significaciones de equivalencia, todas las condensaciones que ustedes
puedan imaginar. Todo se mezcla y asocia en esa imagen, desde la boca hasta
el órgano sexual femenino, pasando por la nariz [. . .] Es un descubrimiento
horrible: la carne que jamás se ve, el fondo de las cosas, el revés de la
cara, del rostro, los secretatos por excelencia, la carne de la que todo
sale, en lo más profundo del misterio, la carne sufriente, informe, cuya
forma por sí misma provoca angustia. Visión de angustia, identificación
de angustia, última revelación del eres esto: Eres esto, que es lo más
lejano de ti, lo más informe. A esta revelación [. . .] llega Freud
en la cumbre de su necesidad de ver, de saber [. . .] normalmente, un sueño
que desemboca en algo así debe provocar el despertar. ¿Por qué no despierta
Freud? Porque tiene agallas. (235-236)4
Estas “agallas” que Lacan (citando a Erikson) utiliza para explicar
por qué Freud sigue soñando tienen que ver con el querer mirar, querer saber,
esa pulsión que lleva a preferir la angustia a la ignorancia. Desde ella
se observa en Shua el interior del cuerpo humano; sin embargo, hay diferencias
importantes, si no con el sueño mismo (que en el relato de Freud y en las
asociaciones que él mismo hace para explicárselo, no parece tan tremendo
como Lacan necesita que parezca), sí con el señalamiento lacaniano, en la
medida en que el psicoanalista francés (y la filosofía no materialista,
en general) encuentra en ese asomarse al abismo de la carne el efecto de
lo siniestro, porque atisbar aunque sea lo que Lacan llama el registro de
lo Real sólo puede ser espeluznante. Leído por él, Freud no despierta de
su sueño, pero tampoco puebla de palabras un abismo que sólo produce horror.
En la obra de Shua, en cambio, el cuerpo y su interioridad pueden poblarse
de lógicas; su materia (atroz, intolerable, dolorosa), es posible de nombrarse,
de simbolizarse, de constituir relato, incluso desde el misterio de sus
decisiones o de su creación. Es una materia que no se renuncia a comprender,
aunque todo pugne por demostrarla incomprensible, porque esa condición doble
de la autora, al estar—como ser simbólico—exiliada de ella, pero encarnar—como
mujer—la experiencia innombrable de “ser esto” (como dice Lacan), permite
a la escritura otros movimientos.
Vamos ahora al nivel de los hechos representados, donde, como dijimos,
identificamos, en principio, tres ejes: el del deseo y el placer, el de la mercancía
y el del sometimiento.