<<Biblioteca Digital del Portal<<INTERAMER<<Serie Cultural<<El Río de los Sueños: Aproximaciones Críticas a la Obra de Ana María Shua<<Tradición y reescritura: La construcción de una identidad judía en algunos textos de Ana María Shua
Colección: INTERAMER
Número: 70
Año: 2001
Autor: Rhonda Dahl Buchanan, Editora
Título: El río de los sueños: Aproximaciones críticas a la obra de Ana María Shua
Historias de la vida real
La obra de Ana María Shua tiene muchos centros temáticos y genéricos:
cuentos, novelas, cuentos brevísimos, literatura infantil, antologías, recetas
de cocina narradas, humor, artículos, intervenciones públicas varias, entre
otros. La operación constructiva de la identidad judía sobre la que gira
este trabajo puede rastrearse en varias zonas de esta obra heterogénea,
en libros de muy diferente estatuto textual. Creo que en Los amores de
Laurita y en el cuento “La vida y los malvones” del libro Viajando
se conoce gente, así como en las diferentes antologías en las que Shua
reescribe y transcribe (esto último es una obviedad: Menard y Borges nos
enseñaron que cualquier transcripción aparentemente literal es una cabal
reescritura5) materiales de la tradición folklórica judía— El
pueblo de los tontos, Cuentos judíos con fantasmas y demonios
y Sabiduría popular judía6—se construye un tipo de cotidianeidad
judía y no-religiosa constitutiva de la identidad que se desprende de ella:
asertiva pero no grandilocuente, una identidad judía de uso diario. Quiero
decir, mientras que en la novela y los cuentos mencionados se representa
el día a día de la experiencia moderna urbana desde una perspectiva judía
laica, en las antologías folklóricas se subraya el carácter cotidiano de
los materiales propios de la cultura popular judía y se los despoja de su
valor religioso, para dejar en primer plano su condición de núcleos y series
narrativas capaces de dar cuenta de la vida cotidiana judía desde la tardía
Edad Media hasta el siglo XIX.
Las fuentes folklóricas que la textualidad de Shua reescribe tuvieron
durante mucho tiempo una función religiosa hegemónica, y una condición narrativa
sólo subsidiaria. Desde una perspectiva laica y eminentemente lúdico-narrativa,
la reescritura de este corpus judaico tradicional (consejos prácticos, parábolas,
refranes, proverbios, leyendas y cuentos populares) borra todo rastro de
religión y lleva adelante una operación de minorización de textos originalmente
concebidos para ayudar y enseñar al judío a vivir de acuerdo al mandato
de la Torah. Podría pensarse que estas reescrituras establecen una relación
con la literatura popular judía equivalente a la que el Talmud mantiene
con la Torah: una suerte de cotidianización de lo elevado, de lo
que, a priori, tiene un estatuto superior. De alguna manera, la utilidad
del compendio de consejos, proverbios, parábolas, de, sabiduría popular
judía que es el Talmud tiene una importancia mucho mayor a la de la
propia Torah para la construcción de una identidad judía laica y de uso
diario; un judaísmo cotidiano y menor, frente a la mayoría de la Torah,
como explica Shua en su antología Sabiduría popular judía: “No se
encontrarán en este libro pensamientos o reflexiones de muchos grandes
hombres del judaísmo. La sabiduría popular es anónima” (9, el destacado
es mío).7
La reescritura de la literatura folklórica permite la transformación
del corpus religioso tradicional en un judaísmo cotidiano y laico. Esta
operación textual es justamente la que posibilita el establecimiento de
un vínculo con esa sabiduría, para, acto seguido, poder incorporarla
a una identidad judía secular, urbana, propia, como la que funciona en Los
amores de Laurita y “La vida y los malvones.” En estos textos, lo
judío no es el objeto construido, sino la perspectiva seleccionada para
narrar la vida cotidiana. La identidad judía funciona aquí como una matriz
desde la que se puede reescribir el mundo, o más precisamente, la experiencia
urbana moderna.
La articulación de la identidad judía como una parte constitutiva de
la cotidianeidad urbana moderna es central en Los amores de Laurita.
Para Laurita, su condición judía es un dato más de su identidad, un dato
insoslayable, obvio y evidente, pero que no tiene de ninguna manera más
peso que otros rasgos, como por ejemplo, su condición femenina. El texto
mismo subraya esta obviedad y evidencia: “una colectividad a la que se sentía
pertenecer tan inevitablemente que no creía necesario participar en ella,
en sus instituciones o grupos” (128). Pero Los amores de Laurita
suma a esto un elemento que aparece por primera vez en la obra de Shua:
el rechazo de la posibilidad de la institucionalización de esta identidad
judía laica y cotidiana. En el capítulo titulado “Un buen muchacho de buena
familia,” León Kalnicky Kamiansky le pregunta a Laurita: “¿Vos sabés quién
era en la colectividad León Kamiansky?” (127). Aparentemente no lo sabe,
como indica el siguiente pasaje de la novela: “Laurita, lamentablemente,
no tenía idea de quién había sido León Kamiansky, y mucho menos en la colectividad,
un ente que se le aparecía a ella un poco vago y siempre amenazador, exigente,
con el que nunca había mantenido relaciones” (128).
En efecto, para Laurita, su pertenencia respecto de lo judío resulta
obvia, evidente e inevitable, pero al mismo tiempo, el texto presenta a
la comunidad judía [argentina] como espacio “amenazador”, “exigente” y con
el que “nunca había tenido relaciones.” La puesta en evidencia del conflicto
en este fragmento debe ser leído, me parece, como una tensión institucional.
En un doble movimiento, la cita afirma la identidad e instala una tensión
respecto de la posible institucionalización de esa identidad, a través de
esa entidad aparentemente vaga, “la comunidad,” pero que tiene fuertes resonancias,
justamente, institucionales en el contexto de la vida judía en Argentina.
Para Laurita, el judaísmo es un dato más de su identidad, una condición
propia, privada, que en ningún caso adquiere un carácter político, para
volverse intervención pública u objeto de la militancia. Más allá de lo
que podríamos llamar el incidente Kalnicky Kamiansky, no hay más
reflexiones omniscientes sobre la identidad judía de Laurita en la novela,
y todo queda reducido a menciones superficiales que funcionan metonímicamente
respecto de esa identidad: por ejemplo, el hecho de usar la pileta de Hebraica
(144).8
Con la condición judía de la masajista de “La vida y los malvones,”
que cuenta la historia fantástica y vampírica de la relación entre su madre
y una hermosa planta de malvones, pasa lo mismo. Distintos índices de la
identidad judía de la narradora aparecen a lo largo de todo el cuento de
manera asistemática y definitivamente poco conflictiva. Su relato desviado
y desentendido de la muerte de su familia en los campos de exterminio nazis,
por ejemplo, da cuenta de la absoluta falta de conflicto que la narradora
siente respecto de lo judío:
De la última carta de mi tía, la hermana de mi papá, me acuerdo como
hoy: en nuestra casa están los alemanes, nos contaba. Imaginate si sería
una buena casa, linda, una residencia de las mejores, y en qué zona, que
allí se fueron a instalar los oficiales alemanes. Las mujeres estamos todas
en la casa de mi hermana, decía esa tía, los hombres ya sabés. Quería decir
que estaban en la guerra, los hombres. Mamá mandó a llamar a dos sobrinos
para que los dejen entrar en la Argentina pero ya era tarde, no volvimos
a tener noticias de ninguno. (91)
La situación límite que supone la desaparición física de los judíos
europeos—no ya problemas de orden simbólico como la pérdida de identidad—es
prácticamente igualado por la masajista, de manera trivial, al comentario
de la belleza de la casa familiar de Varsovia. Lo que el texto logra con
esto—y con la incrustación de términos en idisch en un discurso en castellano
lingüísticamente impecable—es poner en primer plano la mirada judía de la
protagonista-narradora. Como en el caso de Laurita, la identidad judía es
un dato muy importante de la subjetividad de los personajes, pero de ninguna
manera este rasgo sobresale respecto de otros, sino que se integra a otros
igualmente indelebles: la nacionalidad, el género y las características
de personalidad, que conforman la vida de diaria de estos personajes.
Justamente lo que vuelve defintivamente interesante a la textualidad
Shua en relación a todos estos temas es el hecho de que se hace cargo del
judaísmo, la identidad judía, la Gran Tradición Judía, los grandes textos
del judaísmo como religión, es decir, todo aquello que a priori forma
parte del imaginario del lector como asuntos, escrituras, discusiones elevados
y los reescribe en clave menor, en clave lúdico-narrativa, en clave íntima
y privada, en clave enunciativo-matricial. Y así, manipulados, reescritos,
los convierte en materiales maleables para la construcción de una identidad
judía terrestre, utilizable, cotidiana.