29 de Abril de 2025
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Colección: INTERAMER
Número: 70
Año: 2001
Autor: Rhonda Dahl Buchanan, Editora
Título: El río de los sueños: Aproximaciones críticas a la obra de Ana María Shua

Juegos de metaficción ocasional

Una escritura tan consciente de las convenciones de la propia escritura como la que caracteriza a La sueñera, de manera natural termina por experimentar con las posibilidades de la metaficción. Estas variantes metaficcionales establecen cierto paralelismo entre el acto de soñar y el acto de crear.
Así, al explorar las formas de lograr conciliar el sueño, la narradora termina aludiendo a su misma escritura:
Consulto textos hindúes y textos universitarios, textos poéticos y textos medievales, textos pornográficos y textos encuadernados. Cotejo, elimino hojarasca, evito reiteraciones. Descubro, en total, 327 formas de combatir el insomnio. Imposible transmitirlas: su descripción es tan aburrida que nadie podría permanecer despierto más allá de la primera. (Texto 13, 16-17)
En otro momento, la soñadora descubre que se ha equivocado de sueño, y a pesar de una impertinente voz que le ordena que despierte, ella decide quedarse ahí (30). En esta serie, los sueños son considerados como una realidad autónoma, paralela e independiente de la realidad contingente, y que existe con sus propias reglas. Esta característica la convierte en una propuesta ontológica, y en esa medida, de clara filiación posmoderna (McHale xii). Por eso mismo, cuando el genio de la lámpara le anuncia a la soñadora que puede convertir sus sueños en realidad, ella piensa que dormiría muy tranquila si tan sólo pudiera convertir la realidad en un sueño (34).
En su trabajo sobre la pragmática del humor verbal, María Ángeles Torres señala que el empleo de metáforas es un elemento esencial del humor basado en la manipulación de formas lingüísticas, “a diferencia del humor basado en rasgos externos a la lengua (tales como los supuestos culturales, referencias a lo sexual, la política, estímulos vusuales, etc.)” (43). Esta metaforización de lo familiar para producir un efecto humorístico incluye las operaciones de extrañamiento, comparación y metáfora final. En La sueñera estas operaciones lingüísticas suelen estar al servicio de la reflexión sobre el acto de escribir. Así por ejemplo, la soñadora declara que no le teme a los calamares porque es casi uno de ellos, pues también sabe esconderse con nubes de tinta (48). O bien se revela que entre los recursos literarios que ella pone en práctica se encuentra reducir las redundancias a meras aliteraciones por el tradicional método de golpearlas con zapatos claveteados (193). Incluso, en algún profundo sueño, se llega a caer en “el hondo pozo oasis de una o” (Texto 135, 63).
En uno de los últimos sueños, uno de los disparos salidos de la pantalla de un cine ha alcanzado a un espectador que muere silencioso en su butaca (240). Con estas alegorías sobre los riesgos de la creación, apoyadas en la metalepsis o superposición de planos referenciales (Gennette 234), la ficción irrumpe en el mundo extra-textual.
Veamos cómo opera este mecanismo cuando se nos recuerda que estamos ante una narradora omnisciente:
Hay quienes desconfían del narrador omnisciente. Yo desconfío de las palomas. Con una bolsa llena de migas de pan las reúno a mi alrededor y cuando están distraídas picoteando me acerco sigilosamente y desconfío de ellas con todas mis fuerzas. Algunas, las de carácter menos combativo, desaparecen en el acto. Pero otras me devuelven la desconfianza con tal fuerza que me veo obligada a morder la pantorrilla de una señora mayor (siempre las hay) para aferrarme a la existencia. Las dificultades surgen cuando la anciana y las palomas, que ya me conocen, se ponen de acuerdo antes de mi llegada y me denuncian al guardián de la plaza como narradora omnisciente. (Texto 221, 96-97)
Es por esta responsabilidad ante el acto de crear que la soñadora añora la inocencia del personaje (97). Sin embargo, todas estas alusiones al acto de escribir son otros tantos homenajes al acto de soñar e imaginar otros mundos. No es casual, entonces, que en un encuentro final con el genio de la lámpara, la narradora le exprese su deseo más profundo: seguir soñándolo siempre (87).