9 de Abril de 2025
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Colección: INTERAMER
Número: 70
Año: 2001
Autor: Rhonda Dahl Buchanan, Editora
Título: El río de los sueños: Aproximaciones críticas a la obra de Ana María Shua

NOTAS

1. Nacida Ana María Schoua, la escritora varió su apellido para firmar sus creaciones. En su producción se incluyen novelas (eróticas, de ciencia ficción, memorias), libros de humor, poesía guiones para cine y televisión, artículos periodísticos, antologías de cuentos (infantiles y para adultos), y recopicilaciones de minificción.

2. En Botánica del caos (Buenos Aires: Sudamericana, 2000), su último conjunto de minificciones, Shua continúa la reescritura de cuentos. Se muestra especialmente interesada en la tradición de Las mil y una noches (“Alí Babá,” “El ámbar gris,” “Publicidad de genios encerrados en redomas,” “El pájaro azul,” “La confianza”), aunque también revisa algunos relatos populares muy conocidos (“El caballo volador,” “El cuento de los tres deseos”).

3. He investigado este hecho en relación a los mitos grecolatinos en mi artículo “Inversión de los mitos en el micro-relato hispanoamericano contemporáneo.”

4. Así lo refleja también Mandonna Kolbenschlag en su libro Adiós, Bella Durmiente: Crítica de los mitos femeninos.

5. Luisa Valenzuela presenta un caso equivalente, abordando la figura de un príncipe con complejo de don Juan por su paradójico miedo a despertar en demasía a las doncellas:

Entregado a la búsqueda, el príncipe de nuestra historia besa por acá y besa por allá sin prestar demasiada atención a los resultados. Besa y se va, apenas un poco inquieto. Los años no pasan para él mientras persiste en su búsqueda. [. . .] Sigue buscando tan sólo en apariencia, desinteresado por dichos resultados. [. . .] Y cuando por fin encuentra a la bella princesa durmiente, la misma que lo espera desde siempre para ser despertada por él, no la toca. [. . .] Al príncipe el beso que despierta se le seca en la boca, se le seca la boca, todo él se seca porque nunca ha logrado aprender cómo despertar lo suficiente sin despertar del todo.

“La respeto”, les dice a quienes quieran escucharlo.

Y ellos lo aprueban. (136-137)

6. Montserrat Ordóñez refleja este fracaso describiendo una Cenicienta anoréxica y sin capacidad de acción:

Baila y ayuna.
Sus zapatillas de oro y cristal
han recogido
alquitrán y sangre
trampas y odios
pies amputados residuos tóxicos.
Ahora calzada
sorda y zurda
ella es el sueño
regalada vendida
ya no se mueve en su estrecha piel
su pie el destino de un rumbo falso.
(citado en Rozo-Moorhouse 13)

Del mismo modo, la Cenicienta de María Negroni y su “Cuenta de hadas” no lucha por su destino, por lo que acaba en la total alienación: “Yo me quedo de este lado del foso, sola en el desván de la torre, resentida, orgullosa, rumiando el ilusorio embrión de un final. Soy una niña audaz, helada o terca como pena, una víctima en busca de su asesino. Pero no logro morir. Papá no toma partido” (76).

7. Así ocurre también con el codioso príncipe del cuento de Valenzuela “La densidad de las palabras”: “Mi hermana, me lo recuerda el cuento, era bella, dulce, bondadosa. Y además se convirtió en fuente de riquezas. El hijo del rey no desaprovechó tamaña oportunidad y se casó con ella” (147).

8. Completamente opuestas resultan las figuras de las protagonistas de “Avatares,” cuento en el que Luisa Valenzuela funde las figuras paradigmáticas de “Blancanieves” y “Cenicienta” y que termina con estas significativas palabras: “Somos Blancacienta y Ceninieves, un príncipe vendrá si quiere, el otro volverá si vuelve. Y si no, se la pierden. Nosotras igual vomitaremos el veneno, pisaremos esta tierra con paso bien calzado y seguro” (161).

9. Se trata de un chiste muy cercano a dos aforismos de Eduardo Torres recogidos por Augusto Monterroso en Lo demás es silencio: “VIRGINIDAD (1): Mientras más se usa menos se acaba” (179). En este caso, la virginidad es considerada un “bien no renovable” porque cuanto más se usa (cuanto mayor gala se hace de ella) menos se acaba (menor oportunidad hay de perderla). “VIRGINIDAD (2): Hay que usarla antes de perderla” (179). La segunda frase se explica por el hecho de que, en una sociedad tradicional, la mujer esgrime la virginidad como medio de conseguir marido. Se trata de un “recurso” femenino, comparado humorísticamente con el petróleo.