<<Biblioteca Digital del Portal<<INTERAMER<<Serie Cultural<<El Río de los Sueños: Aproximaciones Críticas a la Obra de Ana María Shua<<Este mundo, que es también el otro: Acerca de Botánica del caos de Ana María Shua
Colección: INTERAMER
Número: 70
Año: 2001
Autor: Rhonda Dahl Buchanan, Editora
Título: El río de los sueños: Aproximaciones críticas a la obra de Ana María Shua
Botánica del caos: Antes y después de la palabra. Hibridación
y mestizaje
Como una moderna nominalista, Shua (apenas mimetizada con el pseudónimo de “Hermes Linneo, el Clasificador,” que apenas mimetiza a Carlos de Linneo) declara en su “Introducción al caos” la naturaleza singular de cuanto existe y afirma que los conceptos universales son meros nombres que nos sirven para escapar de la verdad primigenia. La cultura comienza con la primera abstracción y con la primera palabra que pretende condensar lo plural. Antes de la palabra, está el caos, la innumerable pluralidad. Después de ella, el jardín donde crecen los microcuentos del libro, especies híbridas que muestran sus hojas y flores hechas de palabras, pero que hunden sus raíces en el magma preverbal.
Vale la pena detenerse en esta introducción, no tanto para recordar las ideas de Guillermo de Occam, sino para extraer de ella la concepción de la literatura y del microcuento que Shua propone o, al menos, sugiere. En la realidad exterior sólo hay ocurrencias, las palabras nos consuelan con la ilusión de un orden falso y la literatura, arte de la palabra, aisla algunas de esas ocurrencias y les confiere un sentido. Por eso las palabras esconden más que lo que muestran. La función del arte sería entonces quebrar la resistencia del lenguaje, aunque sólo la poesía logre “cruzar el cerco: se clava en la corteza de las palabras abriendo heridas que permiten entrever el caos como un magma rojizo” (7).
De lo dicho pueden extraerse dos conclusiones: puesto que los microcuentos de Botánica del caos se nutren del caos original, no se puede esperar, ni debería desearse, que sean muy juiciosos; por otro lado, como el caos subyace en ellos a las palabras y como éstas intentan expresarlo, debe entenderse que aspiran a la poesía. La aspiración es legítima, tan legítima en el microcuento como en el cuento y la novela. Por eso, esta primera hibridación (la simultánea pertenencia al caos y a la cultura), es aplicable a toda narrativa que logre ahondar en el hombre y su mundo. En cambio, hay una segunda hibridación que es característica de la minificción. Algunos la llaman también “carácter proteico”7 y consiste en la ambigüedad genérica, mestizaje de géneros que la brevedad parece albergar cómodamente; esa cualidad impidió hasta hoy una definición rigurosa que incluya la totalidad de los textos normalmente considerados dentro del grupo. Respecto de esto, hay una condición implícita en la microcuentística de Shua: la exigencia del elemento narrativo. Prácticamente, es casi imposible encontrar, en cualquiera de sus tres libros, minificciones en las que lo narrativo no esté presente. De esta manera se aleja del aforismo, y sus microensayos están siempre enmarcados por un pronombre personal y un verbo que les dan estructura narrativa:
Temible es lo que no se puede contar: los sueños, la locura y también lo innumerable o infinito. Nos recuerdan que la vigilia, la cordura y los límites son apenas categorías del pensamiento, que el universo es una dilatada pesadilla, que nos despierta la muerte. (138)
Pero más allá de las intenciones y los aspectos constructivos, la tesis de este ensayo es que el conjunto de microcuentos de Botánica del caos, bajo el manto de amable juego de ingenio y liviandad humorística, guarda una seria concepción del mundo que tiene todas las características de nuestra época: la desconfianza de la realidad, la anulación de casi todas las certezas, cierto escepticismo sobre el futuro de un mundo que se agota, una chispa de esperanza en el poder redentor de lo poético.
Como una moderna nominalista, Shua (apenas mimetizada con el pseudónimo de “Hermes Linneo, el Clasificador,” que apenas mimetiza a Carlos de Linneo) declara en su “Introducción al caos” la naturaleza singular de cuanto existe y afirma que los conceptos universales son meros nombres que nos sirven para escapar de la verdad primigenia. La cultura comienza con la primera abstracción y con la primera palabra que pretende condensar lo plural. Antes de la palabra, está el caos, la innumerable pluralidad. Después de ella, el jardín donde crecen los microcuentos del libro, especies híbridas que muestran sus hojas y flores hechas de palabras, pero que hunden sus raíces en el magma preverbal.
Vale la pena detenerse en esta introducción, no tanto para recordar las ideas de Guillermo de Occam, sino para extraer de ella la concepción de la literatura y del microcuento que Shua propone o, al menos, sugiere. En la realidad exterior sólo hay ocurrencias, las palabras nos consuelan con la ilusión de un orden falso y la literatura, arte de la palabra, aisla algunas de esas ocurrencias y les confiere un sentido. Por eso las palabras esconden más que lo que muestran. La función del arte sería entonces quebrar la resistencia del lenguaje, aunque sólo la poesía logre “cruzar el cerco: se clava en la corteza de las palabras abriendo heridas que permiten entrever el caos como un magma rojizo” (7).
De lo dicho pueden extraerse dos conclusiones: puesto que los microcuentos de Botánica del caos se nutren del caos original, no se puede esperar, ni debería desearse, que sean muy juiciosos; por otro lado, como el caos subyace en ellos a las palabras y como éstas intentan expresarlo, debe entenderse que aspiran a la poesía. La aspiración es legítima, tan legítima en el microcuento como en el cuento y la novela. Por eso, esta primera hibridación (la simultánea pertenencia al caos y a la cultura), es aplicable a toda narrativa que logre ahondar en el hombre y su mundo. En cambio, hay una segunda hibridación que es característica de la minificción. Algunos la llaman también “carácter proteico”7 y consiste en la ambigüedad genérica, mestizaje de géneros que la brevedad parece albergar cómodamente; esa cualidad impidió hasta hoy una definición rigurosa que incluya la totalidad de los textos normalmente considerados dentro del grupo. Respecto de esto, hay una condición implícita en la microcuentística de Shua: la exigencia del elemento narrativo. Prácticamente, es casi imposible encontrar, en cualquiera de sus tres libros, minificciones en las que lo narrativo no esté presente. De esta manera se aleja del aforismo, y sus microensayos están siempre enmarcados por un pronombre personal y un verbo que les dan estructura narrativa:
Lo temible
Temible es lo que no se puede contar: los sueños, la locura y también lo innumerable o infinito. Nos recuerdan que la vigilia, la cordura y los límites son apenas categorías del pensamiento, que el universo es una dilatada pesadilla, que nos despierta la muerte. (138)
Pero más allá de las intenciones y los aspectos constructivos, la tesis de este ensayo es que el conjunto de microcuentos de Botánica del caos, bajo el manto de amable juego de ingenio y liviandad humorística, guarda una seria concepción del mundo que tiene todas las características de nuestra época: la desconfianza de la realidad, la anulación de casi todas las certezas, cierto escepticismo sobre el futuro de un mundo que se agota, una chispa de esperanza en el poder redentor de lo poético.