<<Biblioteca Digital del Portal<<INTERAMER<<Serie Cultural<<El Río de los Sueños: Aproximaciones Críticas a la Obra de Ana María Shua<<Cabras, mujeres y mulas: La misoginia itinerante en la tradición oral
Colección: INTERAMER
Número: 70
Año: 2001
Autor: Rhonda Dahl Buchanan, Editora
Título: El río de los sueños: Aproximaciones críticas a la obra de Ana María Shua
Tercer Movimiento
En la dialéctica entre la escritura y oralidad se lee una forma de configurar al género femenino. Esto es, que encuentra su razón misma de ser en una cualidad indisoluble a su tradición. O, más aún, que constituye su causa y efecto y nos aproxima a una comprensión de su condición real.
Una de las características principales de las tradiciones orales es que debieron mantenerse intactas a lo largo de los años ya que, al formar parte de culturas que desconocían prácticamente la escritura, no existía “un lugar fuera de la mente para conservarlas” (Ong 45). A través de reglas mnemotécnicas (“memorización oral”), las sociedades que pertenecen a esta tradición dedicaron “gran energía a repetir una y otra vez lo que se ha aprendido arduamente a través de los siglos” (Ong 47). Y por esta necesidad, se estableció una “configuración altamente tradicionalista o conservadora de la mente que, con buena razón, reprime la experimentación intelectual” (Ong 47). Una de las fórmulas más utilizadas es la repetición y acumulación de un conocimiento vinculado a situaciones concretas, más que a referencias abstractas o lejanas de la experiencia cotidiana, propia de cada cultura en particular. De hecho, señala Ong que las tradiciones orales “reflejan los valores culturales contemporáneos de una sociedad antes que una curiosidad ociosa acerca del pasado” (54). Y esta dependencia con respecto a la inmediatez temporal y espacial se fue prolongando, como se manifiesta en Cabras, mujeres y mulas, a través de los años, semejante a un procedimiento dialéctico-oximorónico a partir del cual, si bien la concepción cultural se mantiene intacta, las repeticiones nunca son semejantes, idénticas en relación a lo anterior. La imposibilidad de registrar los relatos exactamente igual cada vez que el poeta, por citar un ejemplo, se disponía a recitar, cantar o narrar una de las tantas historias ante un público presente y único, conduce a la conclusión de que el “rito oral es presentado [. ..] no palabra por palabra, sin duda, pero sí con un estilo y estructura formulaica que se mantienen constantes de una ejecución a la siguiente” (Ong 69). Esta cualidad inherente a la tradición oral ayuda, por una parte, a comprender el modo en que se fue construyendo determinada imagen cristalizada de la mujer en el imaginario popular ya que, si bien es posible advertir que en textos que datan de más de cinco mil años todo lo concerniente a lo femenino ya era considerado como un “problema,” también es cierto que este conocimiento que se transmitía oralmente de generación en generación no ofrecía posibilidades de ser pensado como sí lo hacen las culturas caligráficas que, al contar con la escritura, pueden liberar sus pensamientos hacia conceptualizaciones abstractas y someterlo, asimismo, a pruebas de refutabilidad que demuestren lo contrario. Por esta razón, resulta necesario comprender que, como ya lo señalaron algunos estructuralistas, entre ellos Lévy-Srauss, la mente oral totaliza, a diferencia de la caligráfica que consecuentemente, puede fragmentar. De este modo, no resulta extraño que la herencia cognitiva de estas culturas se parezcan tanto entre sí y sean presentadas, a su vez, como un todo compacto y homogéneo, imposible de desarticular.
Asimismo, es significativo la diferenciación establecida por Shua con respecto a la imagen forjada de la mujer en la cultura oral y la escrita, ya que la diferencia revela el modo en que esto funciona en dos imaginarios diferentes, en cuanto que utilizan procedimientos para pensar e imaginar disímiles y, en algunos casos, opuestos.
Con un denominador común que abarca todos (o casi todos) los grados posibles de misoginia, los cuentos pertenecen tanto al ámbito de Oriente como de Occidente, como explica Shua en el prólogo: “Traídos y llevados por los cruzados, los viajeros, los mercaderes de esclavos, los colonizadores, los soldados, han cruzado Asia y Europa, han entrado en Africa y en América Latina. El mismo tema central puede encontrarse desarrollado con variantes locales en un cuento chino, español, brasileño, marroquí, hindú o ruso” (28). Pero la agrupación realizada en Cabras, mujeres y mulas—y la posibilidad, insinuada, de establecer subgéneros—demuestran hábilmente la conexión recíproca, recientemente mencionada.
De manera que en el capítulo dedicado al “Origen de todo el mal y el Mal en sí mismo,” encontramos la copla popular hispanoamericana:
Una mujer fue la causa
de la perdición primera;
no hay perdición en el mundo
que por mujeres no venga. (65)
En el mismo capítulo vemos el proverbio español: “En lo que el diablo no sabe hacer, pide consejo a la mujer” (65), el proverbio italiano: “Todo proviene de Dios, menos las mujeres” (65), el proverbio hindú: “Quienes están llenos de pecado, sólo engendran hijas mujeres” (65) y, entre muchos más, el siguiente proverbio de origen alemán, árabe, danés, griego, hindú, malayo, persa, polaco y ruso: “La mujer es el Satán del hombre” (66).
Se advierte de esta forma el modo en que las agrupaciones temáticas se amplían en el interior del texto, incorporándose a su vez la variedad genérica, lo que posibilita organizar un entramado dispuesto de manera que sea factible vislumbrar incluso los relatos potenciales que se ocultan detrás de cada uno de los expuestos, en tanto constituyen formas reconocibles dada su condición oral y su modus operandi intrínseco.
En la dialéctica entre la escritura y oralidad se lee una forma de configurar al género femenino. Esto es, que encuentra su razón misma de ser en una cualidad indisoluble a su tradición. O, más aún, que constituye su causa y efecto y nos aproxima a una comprensión de su condición real.
Una de las características principales de las tradiciones orales es que debieron mantenerse intactas a lo largo de los años ya que, al formar parte de culturas que desconocían prácticamente la escritura, no existía “un lugar fuera de la mente para conservarlas” (Ong 45). A través de reglas mnemotécnicas (“memorización oral”), las sociedades que pertenecen a esta tradición dedicaron “gran energía a repetir una y otra vez lo que se ha aprendido arduamente a través de los siglos” (Ong 47). Y por esta necesidad, se estableció una “configuración altamente tradicionalista o conservadora de la mente que, con buena razón, reprime la experimentación intelectual” (Ong 47). Una de las fórmulas más utilizadas es la repetición y acumulación de un conocimiento vinculado a situaciones concretas, más que a referencias abstractas o lejanas de la experiencia cotidiana, propia de cada cultura en particular. De hecho, señala Ong que las tradiciones orales “reflejan los valores culturales contemporáneos de una sociedad antes que una curiosidad ociosa acerca del pasado” (54). Y esta dependencia con respecto a la inmediatez temporal y espacial se fue prolongando, como se manifiesta en Cabras, mujeres y mulas, a través de los años, semejante a un procedimiento dialéctico-oximorónico a partir del cual, si bien la concepción cultural se mantiene intacta, las repeticiones nunca son semejantes, idénticas en relación a lo anterior. La imposibilidad de registrar los relatos exactamente igual cada vez que el poeta, por citar un ejemplo, se disponía a recitar, cantar o narrar una de las tantas historias ante un público presente y único, conduce a la conclusión de que el “rito oral es presentado [. ..] no palabra por palabra, sin duda, pero sí con un estilo y estructura formulaica que se mantienen constantes de una ejecución a la siguiente” (Ong 69). Esta cualidad inherente a la tradición oral ayuda, por una parte, a comprender el modo en que se fue construyendo determinada imagen cristalizada de la mujer en el imaginario popular ya que, si bien es posible advertir que en textos que datan de más de cinco mil años todo lo concerniente a lo femenino ya era considerado como un “problema,” también es cierto que este conocimiento que se transmitía oralmente de generación en generación no ofrecía posibilidades de ser pensado como sí lo hacen las culturas caligráficas que, al contar con la escritura, pueden liberar sus pensamientos hacia conceptualizaciones abstractas y someterlo, asimismo, a pruebas de refutabilidad que demuestren lo contrario. Por esta razón, resulta necesario comprender que, como ya lo señalaron algunos estructuralistas, entre ellos Lévy-Srauss, la mente oral totaliza, a diferencia de la caligráfica que consecuentemente, puede fragmentar. De este modo, no resulta extraño que la herencia cognitiva de estas culturas se parezcan tanto entre sí y sean presentadas, a su vez, como un todo compacto y homogéneo, imposible de desarticular.
Asimismo, es significativo la diferenciación establecida por Shua con respecto a la imagen forjada de la mujer en la cultura oral y la escrita, ya que la diferencia revela el modo en que esto funciona en dos imaginarios diferentes, en cuanto que utilizan procedimientos para pensar e imaginar disímiles y, en algunos casos, opuestos.
Con un denominador común que abarca todos (o casi todos) los grados posibles de misoginia, los cuentos pertenecen tanto al ámbito de Oriente como de Occidente, como explica Shua en el prólogo: “Traídos y llevados por los cruzados, los viajeros, los mercaderes de esclavos, los colonizadores, los soldados, han cruzado Asia y Europa, han entrado en Africa y en América Latina. El mismo tema central puede encontrarse desarrollado con variantes locales en un cuento chino, español, brasileño, marroquí, hindú o ruso” (28). Pero la agrupación realizada en Cabras, mujeres y mulas—y la posibilidad, insinuada, de establecer subgéneros—demuestran hábilmente la conexión recíproca, recientemente mencionada.
De manera que en el capítulo dedicado al “Origen de todo el mal y el Mal en sí mismo,” encontramos la copla popular hispanoamericana:
Una mujer fue la causa
de la perdición primera;
no hay perdición en el mundo
que por mujeres no venga. (65)
En el mismo capítulo vemos el proverbio español: “En lo que el diablo no sabe hacer, pide consejo a la mujer” (65), el proverbio italiano: “Todo proviene de Dios, menos las mujeres” (65), el proverbio hindú: “Quienes están llenos de pecado, sólo engendran hijas mujeres” (65) y, entre muchos más, el siguiente proverbio de origen alemán, árabe, danés, griego, hindú, malayo, persa, polaco y ruso: “La mujer es el Satán del hombre” (66).
Se advierte de esta forma el modo en que las agrupaciones temáticas se amplían en el interior del texto, incorporándose a su vez la variedad genérica, lo que posibilita organizar un entramado dispuesto de manera que sea factible vislumbrar incluso los relatos potenciales que se ocultan detrás de cada uno de los expuestos, en tanto constituyen formas reconocibles dada su condición oral y su modus operandi intrínseco.