ALGUNOS DESAFÍOS
DE LA MUJER EN MÉXICO

Eli Bartra*

El movimiento feminista mexicano se ha institucionalizado dentro y fuera de las universidades. Este proceso se expresó, por ejemplo, en la constitución de ONG, la cual derivó en la década de 1980 en el fenómeno de la “onegeización” del feminismo. Una forma un tanto sui generis, sin duda, de institucionalizarse, pero no hay duda alguna de que ese ha sido el resultado.

Durante la década de 1970 en que surge el movimiento feminista en México con nuevas características hubo una especie de rechazo deliberado y consciente ante el peligro de la institucionalización del movimiento. Incluso durante el Año Internacional de la Mujer en 1975, auspiciado por la ONU, el Movimiento de Liberación de la Mujer se manifestó radicalmente en contra de su celebración, tanto de la Conferencia oficial como del Foro paralelo. Hoy, veinte años después, prácticamente ya no ha habido oposición alguna, y las ONG asistieron al Foro en Beijing.1

En la década de 1970 se pensaba, con razón o sin ella, que el hecho de que el feminismo entrara en alguna institución iba a pervertir los principios por los que se luchaba, se iba a perder la espontaneidad y la frescura que le caracterizaban, pero ante todo, se intuía que se iba a sacrificar la autonomía y la libertad.

A pesar de las resistencias iniciales, el feminismo entró en la academia. Es sin duda debido a estas reservas que los estudios de la mujer en México se desarrollaron también muy lentamente y son relativamente pobres comparados con los de otros lugares del planeta, sobre todo en el mundo desarrollado.

Quizá es significativo que la persona que inició los estudios de la mujer en la universidad haya sido Alaíde Foppa, a la sazón ya reconocida profesora. No empezó por iniciativa de las jóvenes militantes del movimiento. Si por nosotras hubiera sido tal vez hubieran empezado mucho más tarde. Ella creó la cátedra de Sociología de las minorías en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y la impartió durante bastante tiempo.

Sin embargo, no hay que olvidar nunca que cuando entra en la academia es como resultado del movimiento feminista de la década de 1970. Al mismo tiempo, el propio movimiento se había visto alimentado por mujeres provenientes de las universidades y así sigue siendo. O sea que, en cierta manera, se puede decir que siempre ha existido un vínculo bastante estrecho entre el movimiento feminista y la academia, así como una retroalimentación mutua.

El Programa de la Mujer en la Universidad Autónoma Metropolitana se creó en 1982 y poco después se convirtió en el área de investigación “Mujer, identidad y poder”. En la actualidad cuenta con una especialización en Estudios de la Mujer a nivel de posgrado y un área de concentración en el Doctorado en Ciencias Sociales que se denomina Mujer y Relaciones de Género. El Programa Interdisciplinario de Estudios de la Mujer de El Colegio de México se abrió en 1983. El Programa Universitario de Estudios de Género de la UNAM se crea en 1992, pero en esa misma institución se había establecido en la década de 1980, en la Facultad de Psicología, el Centro de Estudios de la Mujer (CEM). En otras dependencias de la UNAM también existen hoy diversos programas de estudios de género. En la Universidad Iberoamericana se creó en 1993 el Programa Institucional de Investigación sobre Relaciones de Género, uno de los más nuevos en la ciudad capital. La Universidad de las Américas en el Distrito Federal inició en el mismo año una Maestría en Psicología (con orientación de género). Además, existen desde 1993 programas más o menos fuertes en varias ciudades del interior de la República: el Programa de Estudios de Género en la Facultad de Filosofía de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo y, con la misma denominación, en la Universidad de Guadalajara, Jalisco.

No es mi intención hacer un inventario de los cursos y programas existentes. Eso sería poco interesante. En cambio, haré una reflexión sobre el significado de estos programas de estudio y la importancia de las etiquetas que llevan.

Ya se ha discutido mucho en el pasado acerca de si es mejor la integración del estudio de las mujeres en los planes y programas universitarios de las distintas disciplinas y ciencias o bien si hay que perseguir la autonomía de los estudios de la mujer. Con esto último se da un proceso que hemos llamado de “ghettización”, que conlleva el problema de la marginación. Mi opinión es que no es necesario, ni conveniente, elegir. Es preciso crear estudios de la mujer autónomos que nos permitan avanzar más y más rápido teóricamente sin tener que estar justificando cada uno de los conceptos que decimos e incluso antes de decirlos. Pero es también muy importante integrar “el punto de vista feminista” en el cuerpo de las distintas ciencias y disciplinas. Evidentemente no se trata de que se queden igual, pero con un cataplasma que dice “mujer” ahí pegado, sin que se transformen y dejen de ser androcéntricas y sexistas.

En la medida en que el feminismo entró en las universidades y se crearon los estudios de la mujer o los estudios de género en México, empezó también el debate de si mujer o género. En la Universidad Autónoma Metropolitana hemos optado por el eclecticismo: un programa se denomina Estudios de la Mujer y otro Mujer y Relaciones de Género. Pienso que es muy importante tener claridad y saber por qué se usa un concepto o el otro y no usarlos de manera intercambiable asumiendo que mujer es igual a género.

El proceso de institucionalización presenta sus complejidades y una buena dosis de problemas, sobre todo de carácter político. No es éste ya un momento para satanizar o glorificar la entrada del feminismo en la academia. Quizá es tiempo ahora de repensar el significado de ese proceso para entender mejor los avances y los tropiezos.

En México, la entrada en la academia no fue ni fácil ni rápida. Costó bastante trabajo, tanto por la debilidad teórica y el poco compromiso político de las feministas dentro de las universidades, como por la cerrazón de los patriarcas académicos y burocráticos. Sin embargo, al paso de los años, las feministas nos fortalecimos y los jerarcas se debilitaron.

En la UAM, pero no únicamente ahí sino que ha sido un proceso generalizable, los inicios fueron por la vía informal. Se crearon grupos de investigación no reconocidos y se impartieron numerosos cursos sin valor en créditos. Actualmente lo que existe en términos de docencia en el campo de los Estudios de la Mujer en el país es bastante raquítico en comparación, por ejemplo, con el desarrollo de la investigación y la reflexión teórica que se lleva a cabo sobre el tema en el país.

Considero que los principales obstáculos para la proliferación de los Estudios de la Mujer (o de lo que se perfila hoy como lo más apropiado para que prospere, los Estudios de Género) siguen siendo básicamente los mismos que en un principio. A las mujeres académicas no feministas no les interesa en lo más mínimo que existan y que se multipliquen los estudios de esta naturaleza; los ven con escepticismo, incredulidad, desconfianza o franco rechazo. Las feministas dentro de la academia no dan abasto para que se consolide lo que existe y encima para que se multiplique. Además, por supuesto, no se dan abasto para mantenerse siempre actualizadas en todos los terrenos en que se van desarrollando los trabajos sobre la condición de las mujeres, en todo el mundo y, de preferencia, en otros idiomas. Esto es así para poder protegerse frente a las eventuales críticas (que nunca faltan) de los colegas acerca de que no estamos bien informadas o de que nuestras bibliografías son obsoletas; lo cual es una arma más para descalificarnos.

Desgraciada y afortunadamente los trabajos sobre las mujeres son tan abundantes hoy en día que ya resulta absolutamente imposible que una persona se mantenga al tanto de todo lo que sale en todos los campos de estudios de las mujeres en el mundo. Ahora, a diferencia de hace veinte años, apenas podemos estar más o menos al día en una sola problemática. Si alguien se especializa en mujer y salud es imposible que esté al tanto de lo que se escribe sobre teoría feminista del arte, por ejemplo.

Independientemente de esto, las universidades aún están abarrotadas de jerarcas (de ambos géneros, pero dominan los hombres) que consideran poco científico, poco serio, poco importante, estudiar a las mujeres y, por lo tanto, no digno de que los excelsos saberes que se imparten en la educación superior se ocupen de “esos temas” tan de segunda.

Evidentemente no todo es negro o blanco. Y ha sido justamente por la sensibilidad de algunas personas con cargos académico-administrativos (primero mujeres, pero también hombres) que los programas existentes, en términos generales, se están consolidando y creciendo.

Sin embargo, es preciso percatarnos de las situaciones que aparecen por el hecho de que el feminismo se institucionalice en la academia. Es innegable que se da un cierto proceso de burocratización que, por otro lado, también puede observarse en las ONG de mujeres. Por un lado, se tiene que trabajar de acuerdo con los lineamientos de una determinada administración, en el caso de la academia, y, por el otro, es inevitable que surja una burocracia en el interior de los propios programas, todo lo cual condiciona el quehacer cotidiano. Es decir, de alguna manera, nos burocratizamos.

El ingreso a la academia no fue fácil. Aún hoy, los restantes programas de la universidad manifiestan desinterés e ignorancia. Sólo ocasionalmente se presentan destellos de curiosidad acerca de la docencia y la investigación sobre las mujeres. Estas actitudes representan, sin embargo, un avance frente a las burlas y risas a que nos veíamos sometidas en nuestros inicios, cuando éramos apodadas de “viejas locas”.

Ahora, junto con la institucionalización y la burocratización se da, paralelamente, la legitimación de este campo de estudios. Este proceso se vio facilitado por el cambio de la etiqueta “mujer” por la de “género”.

Es de destacar que los Estudios de la Mujer en la universidad comparten, en cierta manera, la situación en que viven las mujeres en la sociedad. O sea, son básicamente menospreciados, pero por momentos se coquetea con ellos y son “conquistados” (para distintos fines). Algunas veces se les toma en cuenta con una actitud paternalista, pero la mayoría del tiempo la tendencia es a marginarlos.

A pesar de ello, se puede observar que ha empezado a darse tímidamente la colaboración entre los distintos programas de estudios y comienza a evidenciarse una pequeña apertura ante las preocupaciones académicas del feminismo en otras áreas de la docencia y la investigación. No obstante, el mayor nivel de cooperación se da todavía entre los distintos programas de la mujer que, a su vez, colaboran con personas independientes preocupadas por la condición de las mujeres.

Ahora bien, tanto los programas universitarios como los proyectos de las ONG están siendo constantemente evaluados y evaluando al mismo tiempo. Ésta es una de las partes más delicadas. ¿En función de qué, con qué parámetros nos sometemos a este doble proceso? En general, tenemos que utilizar patrones de evaluación impuestos; ya sea por las propias instituciones o bien, por ejemplo, por las finanaciadoras nacionales e internacionales. En términos generales, nosotras no elaboramos los criterios de evaluación, pero funcionamos todos los días con ellos. No es posible escapar fácilmente a estos mecanismos una vez que hemos entrado en las instituciones o en el proceso “onegeizador” del feminismo.

Esto significa, tal como lo preveíamos, una cierta pérdida de libertad, de espontaneidad, de creatividad incluso y, por supuesto, de combatividad.

El concepto de estudios de la mujer proviene de los “women’s studies”, estudios de las mujeres, aunque en español nunca se ha usado esta forma. Ahora también se dice Estudios de Género, pero pienso que en realidad deberían haberse llamado, desde un principio, Estudios Feministas. Esto es así porque con todo rigor no se trata solamente de estudiar a las mujeres (aunque es obvio que una parte bien importante consiste en ello), sino que, desde las distintas variantes del feminismo, se estudia tanto la realidad sociohumana como las diferentes disciplinas que se han dedicado a conocerla. Es inevitable que se dedique bastante tiempo a este último, o sea, a leer, releer y analizar con otros ojos el cúmulo de conocimientos atesorados por la humanidad, con el fin de percatarnos del aplastante androcentrismo presente en todo conocimiento, y la tarea ahí consiste, más que nada, en la desconstrucción.

Si decimos estudios de la mujer parecería que únicamente se va a conocer a las mujeres. No es así, ya que bajo esa etiqueta se contempla también a fortiori a la relación entre los géneros, y se abordan cuestiones metodológicas, por ejemplo, que atañen al conocimiento existente sobre ella. Ahora bien, hacer referencia a la mujer en general (a la abstracción), levanta las severas y constantes críticas de las abanderadas del antiesencialismo. Hay gente empeñada en manifestar con frecuencia que la mujer en abstracto, en general, no existe, que existen mujeres concretas, mujeres determinadas históricamente. Subrayan que todas las mujeres somos distintas y que por lo tanto no se puede hablar de la mujer porque ésta no existe. Es del todo cierto, como cierto es que el ser humano en general no existe tampoco, existen hombres y mujeres concretos de diferentes edades y etnias en espacios y tiempos específicos. Sin embargo, desde un punto de vista filosófico es válido (y a veces necesario) hacer referencia al ser humano en general o a la mujer como abstracción de las mujeres concretas de carne y hueso. En ocasiones resulta útil emplear el concepto abstracto mujer, siempre y cuando no se use en lugar del plural concreto. Hablar de la mujer en general NO es necesariamente mujerismo ni esencialismo, tampoco es un error. Lo que es un error es hablar de la mujer cuando hay que hablar de las mujeres. De igual manera es erróneo hablar de seres humanos en general cuando hay que referirnos, por ejemplo, a realidades distintas entre hombres y mujeres. En estudios sociológicos, antropológicos o históricos es importante tener cuidado en no sustituir el plural por el singular. Éste debe usarse cuando nos estamos refiriendo a niveles de abstracción que así lo permiten.

Hay elementos biológicos fundamentales que hacen a unos seres humanos hembras y a otros machos. A partir de ahí, desde el preciso momento en que el recién nacido es identificado como macho o hembra se dan actitudes, ritos, costumbres, modos de proceder distintos, se construye ese conjunto de procesos sociopsíquicos en el seno de las distintas culturas que crean otros elementos fundamentales de las personas y que las convierten a unas pertenecientes al género femenino y otras al masculino. La diferencia radica en que estos procesos genéricos son construidos y no innatos, por lo tanto son mucho más manipulables y transformables que los primeros, los biológicos.

Ahora bien, el feminismo surge como una necesidad ante un hecho que se hace asombrosamente evidente: las mujeres como grupo social, como género, son oprimidas, marginadas, discriminadas. En distintos momentos históricos se ha observado que a pesar de todas las diferencias particulares entre las mujeres del planeta, era posible hablar de una condición similar de opresión histórica genérica. En ese sentido es que se habla de la condición de la mujer o de los estudios de la mujer. A sabiendas de que la realidad de cada mujer presenta sus particularidades, así como es distinta también la realidad de cada grupo de mujeres que comparten una época o una misma situación político-geográfica, o una clase, una etnia, una preferencia sexual, o una “normalidad” o “anormalidad” física o psíquica. Por ello es que me parece más pertinente utilizar la etiqueta de estudios de la mujer, porque hace referencia a la opresión común a todas las mujeres.

Luego entonces, estos estudios tratan tanto de la condición de la mujer como denominador común de las mujeres, como de la condición de las mujeres cuando se estudian sus especificidades. Es necesario conocer el nivel abstracto de la feminidad, del llamado “eterno femenino”, así como el ser y el hacer de las mujeres concretas y el hacer de los varones en relación con las mujeres. Necesitamos profundizar en el conocimiento de estos sujetos, las mujeres que, finalmente, tan poco conocemos.

Al hablar de estudios de género se pretende evitar los problemas de las etiquetas anteriores. Se quiere, de esta manera, abrir el conocimiento al género masculino también (para no caer en un supuesto sexismo) y se trata de centrar el estudio, sobre todo, en las relaciones de poder entre los géneros. Sin embargo, resulta que muy a menudo se imparten cursos y se hace investigación sobre mujeres, pero se dice que son de género. Se ha sustituido la incómoda y devaluada palabra “mujer” por la nueva y elegante de “género”.

Si el género, como decía, es la construcción cultural sobre los sexos, tenemos que en nuestra cultura se construyen dos géneros: el femenino y el masculino. Pero, no se trata de que o se es uno o se es el otro. Se dan múltiples combinaciones; incluso se puede decir que quien nace con un sexo no se convierte ineludiblemente en el género que le corresponde. A veces se adoptan las identidades genéricas del otro sexo. Una de las combinaciones genéricas produce, por ejemplo, la adroginia, que se trata, sin duda, de una identidad de género distinta de la masculina y la femenina pero es, a la vez, parte de las dos, es como una síntesis de los dos géneros prexistentes. De acuerdo con algunas utopías, y otras no tan utopías, se trata del género del futuro.

El manejo del concepto de género, en todos los campos del conocimiento, ha mostrado ser tanto o más importante que la consideración de clase social. Y obsérvese que se da la misma necesidad de definición y redefinición permanente que se dio durante más de un siglo con respecto al concepto de clase. Las clases sociales se han estudiado, caracterizado, definido y redefinido infinidad de veces desde mediados del siglo pasado con el surgimiento del marxismo y en particular desde principios de este siglo con el leninismo. El concepto de género se ha renovado, es un recién nacido que todavía ni siquiera entra —con las nuevas acepciones— en los diccionarios castellanos, a menos que se trate de diccionarios feministas.

Las etiquetas tienen innegablemente un significado, aunque no necesariamente determinen el contenido de lo que hay detrás. Por ejemplo, cuando los programas de estudios sobre la población mexicana en los Estados Unidos se llamaron Chicano Studies se manifestaba así una concepción específica sobre esa población; pero también se han llamado Mexican-American Studies y este es un concepto con una carga política muy diferente, referida al mismo grupo social. Los estudios chicanos (aunque no lleven ese nombre) son el resultado de las luchas del movimiento chicano iniciadas en la década de 1960 y con una etiqueta o con otra, se trata de estudios chicanos.

Desde que nacieron en México los estudios de la mujer se han llamado de muchas maneras, incluida la famosa Sociología de las Minorías que mencioné más arriba, pasando por Sociología de la Mujer, Antropología de la Mujer, Estudios de la Mujer, y recientemente Estudios de Género. Nunca se han llamado Estudios Feministas.

Independientemente del membrete que se adopte, otra cuestión que se sigue debatiendo es el carácter de estos estudios. ¿En qué consiste lo feminista al enseñar o investigar sobre la mujer? Sabemos que los trabajos sobre, o por, la mujer no son necesariamente feministas; lo son, creo, los estudios que parten del hecho de la división genérica jerárquica de la sociedad y que buscan la abolición de la subordinación de las mujeres. Atacar simplemente el problema de la invisibilidad de las mujeres en las estructuras de conocimiento, en las ciencias, por ejemplo, es una parte de la solución, pero por sí sola no atenta contra el carácter androcéntrico dominante del conocimiento. Todo depende del para qué. Si se pretende demostrar la presencia y el protagonismo de las mujeres en el quehacer científico y tecnológico para deducir de ahí que las mujeres hemos tenido igual acceso a esos campos, sólo que se ignora, no creo que se trate de una posición feminista.

Por otro lado, en las investigaciones feministas el método y las técnicas utilizados, tanto como el propio discurso (y desde luego el lenguaje), se elaborarán con un punto de vista feminista (en cualquiera de sus variantes), para que el resultado de esos trabajos tenga ese carácter. De lo contrario se puede estudiar a las mujeres todo lo que se quiera y no será necesariamente investigación feminista.

Nos hemos tenido que dedicar por algún tiempo, y seguimos haciéndolo, a saber qué vamos a estudiar y por qué. Es decir, discutimos la validez o no de estudiar a la mujer (no la mujer en singular y en abstracto no existe), a las mujeres (no a las mujeres aisladas, no a los géneros, a la relación entre los géneros). Hemos tenido que invertir bastante energía en tratar de explicar (y explicarnos) por qué es necesario estudiar eso, sobre lo que ni siquiera hay consenso. Sin embargo, hemos logrado más o menos explicar la necesidad.

Ahora, nos enfrentamos también a la problemática de cómo abordar el estudio. Esto es, nos estamos ocupando tanto de la metodología de investigación como de las estrategias para la docencia. Ambas cuestiones son objeto de amplios y largos debates. ¿Existen uno o varios métodos distintos para los estudios feministas? ¿Existe una metodología feminista? ¿Integración o autonomía? Aunque en apariencia este debate ya se dio, parece que no se agotó y de repente despunta nuevamente.

Pienso que debido tal vez a la naturaleza multidisciplinaria de los estudios de la mujer lo idóneo sea que esta enseñanza se imparta a nivel de posgrado, cuando la gente ya tiene una preparación dentro de una disciplina y entonces estudiar a la mujer es como un punto de llegada, es el lugar donde se aterriza.

Para resumir, es posible decir que la problemática abordada se puede esquematizar de la siguiente manera: ¿Qué es lo que se estudia (o enseña) en los Estudios de la Mujer, cómo se estudia y para qué?

Esto último es fundamental. La finalidad que se persigue, a nivel del conocimiento, es borrar al androcentrismo y al sexismo en todas las disciplinas. Lo deseable es introducir la visión genérica en el cuerpo de toda ciencia y disciplina. Hay que integrar el punto de vista feminista en todo el conocimiento y transformarlo. Ahora bien, hoy por hoy, la docencia y la investigación mayoritarias, dominantes, se siguen manteniendo profundamente androcéntricas. En el mejor de los casos, a veces han sido salpicadas de mujeres o de algún concepto feminista, se contempla alguna cuestión relacionada con las mujeres o con el machismo y ya está; o sea, se quedan con ese cataplasma que mencioné más arriba.

Nuestra alternativa hoy (¿la de quién, se preguntarán desde el feminismo posmodernista?), como dije, es tanto la de integrar visiones feministas en las ciencias y las humanidades como la de crear y conservar la autonomía de los Estudios de la Mujer; no es necesario elegir. Y es así como intentaremos ir creando muy poco a poquito un conocimiento no androcéntrico y no sexista, desafiando los retos que nos impone la institucionalización.

En cuanto a introducir el feminismo en la academia, hemos avanzado y seguimos haciéndolo, pero no hay que pensar que nuestros avances son definitivos. Tan pronto se gana terreno como se vuelve a perder, casi sin percatarnos de ello. Además, llegará el momento en que sea necesario hacer un balance más riguroso para ver exactamente qué se perdió con el proceso de institucionalización y burocratización por el que estamos atravesando. En esta ocasión nada más he intentado señalar algunos de los problemas, pues es quizá demasiado pronto para poder conocer los resultados.


* Doctora en filosofía. Profesora e investigadora. Coordina la Especialización en Estudios de la Mujer, Universidad Autónoma Metropolitana-Xochimilco, México. Partes de este trabajo fueron publicados previamente en “Género: Mujer ... ¿ganando espacios?” Doblejornada México, 4 abril 1994. Y también en “Estudios feministas”, Universitas, suplemento del Uno más Uno, México, 31 octubre 1994.


 

NOTAS

1. Lo más lamentable de esta cuestión es que la única manifestación de oposición a la Conferencia Mundial sobre la Mujer de Beijing proviene de la ultraderecha (el Episcopado mexicano y 105 organizaciones) que protestaron para que a la delegación oficial no se le ocurra suscribir la declaración conjunta en donde se consigna la obligación de los gobiernos para garantizar el derecho de la mujer sobre su propio cuerpo.