LOS ESTUDIOS DE LA MUJER EN ARGENTINA:
REFLEXIONES SOBRE LA INSTITUCIONALIZACIÓN Y
EL CAMBIO SOCIAL

Gloria Bonder*

 

Introducción

El propósito de este trabajo es presentar un panorama sobre el desarrollo de los Estudios de la Mujer en Argentina, para lo cual tomaremos en cuenta, en primer lugar, el contexto sociohistórico e institucional en el que surgen y se desenvuelven. Dicho contexto ofrece algunas claves básicas para comprender los avances y obstáculos aún vigentes en el proceso de institucionalización de los Estudios de la Mujer en los ámbitos universitarios de nuestro país.

En una segunda etapa, centramos nuestra atención en una serie de problemáticas de diversa naturaleza que atraviesan la práctica de este campo de estudios y sobre las cuales sugerimos algunas explicaciones y propuestas de indagación futura. Por último, planteamos una iniciativa concreta cuyo objetivo fundamental es articular los Estudios de la Mujer en los ámbitos universitarios con la reforma global del sistema educativo. Esta experiencia muestra la potencialidad de un trabajo conjunto entre académicos/as, planificadores y ejecutores de políticas públicas dirigidas a la mujer, por lo cual puede constituirse en un ejemplo para futuros proyectos en esta dirección.

Las mujeres en Argentina: Entre la modernización y la crisis

Según el último censo de 1991, las mujeres constituyen el 50.9% de la población total del país. Su inserción en la educación, el trabajo y la política es cada vez más amplia, aunque como es previsible, persisten mecanismos de discriminación mucho más profundos de lo que se cree; así como también, diferencias sustanciales en las condiciones de vida de las mujeres de los distintos grupos sociales. La tendencia regional hacia una creciente segmentación social también se manifiesta en nuestro país. Por un lado, cada vez más mujeres de clase media logran cierta autonomía económica y social, acceden a los más altos niveles educativos y participan de manera activa en la cultura y el mundo del trabajo.

En el aspecto educativo, este sector alcanza, por lo común, a completar el nivel secundario y universitario, en mayor medida que los varones de su misma clase, aunque continúan orientándose hacia modalidades relativamente tradicionales. De cada 100 chicas que ingresan a la escuela secundaria, 48 prefieren el Bachillerato; 34 se orientan hacia los estudios Comerciales y sólo 9 eligen la Educación Técnica.1 En los estudios superiores, constituyen el 53,4% de la matrícula de todo el país (son el 77,6% de los estudiantes de los institutos terciarios y el 46,9% de los estudiantes universitarios).2

El acceso masivo de las mujeres a la universidad es uno de los fenómenos más llamativos de las últimas dos décadas. Mientras que en 1958 constituían el 23,5% de la matrícula universitaria de todo el país, hoy en día, en la Universidad de Buenos Aires, la más populosa de Argentina, alcanzan el 51%.3 En cuanto a su distribución en las distintas facultades, es interesante destacar que carreras que durante décadas han sido “guetos” masculinos como Derecho, Ciencias Veterinarias y Ciencias Exactas, se están transformando en “neutras” desde el punto de vista de la composición por sexo de la matrícula; mientras que otras, como Medicina y Arquitectura, se están “feminizando”. En la actualidad, las únicas carreras que siguen siendo mayoritariamente masculinas son Ingeniería4 con un 78% de estudiantes varones y Agronomía con un 68%.5 Pero por otro lado, las carreras históricamente femeninas como Filosofía, Letras y Ciencias de la Educación, no han logrado atraer el interés de los varones.

Es indudable que el acceso de las mujeres a los estudios superiores constituye una importante conquista histórica. Sin embargo, es necesario repensar cuál es su verdadera incidencia en la vida familiar y profesional. Algunos trabajos sobre las mujeres profesionales en la Argentina,6 demuestran que el pasaje por la universidad, si bien incrementa su capital cultural y actúa como un importante ámbito de socialización, contribuye poco a la adquisición de motivaciones y capacidades que les faciliten alcanzar el máximo desarrollo en su profesión. En efecto, ni los programas de estudio ni el “clima” universitario estimulan las habilidades necesarias para ejercer puestos de decisión, ni se las prepara para enfrentar los patrones de discriminación vigentes en el mercado laboral. Estos mismos estudios demuestran pocos cambios en las pautas tradicionales de división sexual de trabajo en el ámbito familiar; y en realidad confirman un perfil profesional femenino caracterizado por una extenuante doble o triple jornada de trabajo, o autolimitaciones debidas a la exigencia de atender responsabilidades domésticas y en especial de crianza.

La mayoría de las mujeres de clase media trabajan en el sector servicios y en el sistema financiero; en las últimas décadas, viene aumentando su presencia en los niveles de decisión en las empresas. En 1993, un 12% de los puestos gerenciales estaban ocupados por mujeres. Si bien es un porcentaje muy bajo, representa un incremento de 10 puntos respecto a 1970.7

Sin embargo, las más perjudicadas en el nivel de ingresos son las mujeres más educadas. En las calificaciones más altas —científico profesionales— el promedio de ingreso femenino es 43% inferior al de los varones y, entre las técnicas, un 47% menor. Entre los graduados universitarios, las mujeres perciben la mitad del salario del de sus colegas masculinos.8

En cuanto a las mujeres de sectores populares, es necesario resaltar que un gran número trabaja como empleadas domésticas: el 21% de la fuerza de trabajo femenina.9 Muchas están subocupadas y/o se han incorporado al mercado informal (los más altos índices de subocupación se registran entre las mujeres de más bajo nivel educativo—20%).

Sus condiciones de vida se han deteriorado fuertemente en virtud de la crisis económica que sacudió al país, particularmente en la última década y los recortes presupuestarios en materia de políticas sociales.

El cierre de numerosas industrias afectó en especial a los trabajadores varones y obligó a las mujeres, en general no calificadas, a insertarse en el mercado de trabajo para asegurar la subsistencia familiar, en condiciones muy precarias, ya sea como trabajadoras domésticas, vendedoras callejeras o en empleos transitorios. Muchas de ellas son además jefas de hogar. En el aspecto educativo, y al igual que en otros países, la tendencia es que las mujeres pobres permanezcan en la escuela más tiempo que los varones de su misma clase; aunque son muy pocas las que logran superar la escuela primaria para acceder a otros niveles.10

En cuanto a la docencia, prácticamente todas las maestras de nivel preprimario (el 99.2%) y primario (el 90.5%) son mujeres.11 Esta profesión se ha desjerarquizado tanto desde el punto de vista económico como de prestigio social y, por ello, ha dejado de ser una opción educativa y laboral de las jóvenes de clase media para convertirse en una elección de aquéllas que pertenecen a sectores medios bajos. En el nivel secundario, el 73,6% del plantel docente es femenino.12

Recién en la universidad, la competencia con los varones por los cargos docentes se hace más evidente. Sólo el 34,5% de los profesores universitarios son mujeres,13 y esta proporción no se mantiene en los niveles de conducción. En la Universidad de Buenos Aires, están subrepresentadas en la categoría de profesor titular y en el gobierno de la Universidad: sólo el 10% de los cargos del Consejo Superior están ocupados por mujeres y de un total de 12 facultades, hay sólo 2 decanas. En los Consejos Directivos, ellas tienen una presencia significativa tan sólo en el claustro estudiantil de Filosofía y Letras y Medicina. Llama la atención que en carreras como Derecho, en la que representan un poco más de la mitad del estudiantado, no existan consejeras integrando el claustro estudiantil ni el claustro docente.14

En síntesis, son mayoría entre los educadores pero su participación, amplísima en la base, decrece a medida que se asciende en el nivel de enseñanza y en los cargos jerárquicos. No existen rectoras en las universidades y, aunque hay seis Ministras de Educación provinciales, en sólo un caso se accedió a ese cargo a nivel nacional.

En este contexto, uno de los fenómenos más trascendentes de los últimos años son los cambios ocurridos en el plano de la participación política de la mujer argentina; fenómeno que tiene su más alto nivel de expresión en la aprobación de la Ley del 30%, el 6 de noviembre de 1991. Esta ley, denominada “Ley de Cupos” establece que todos los partidos políticos tienen la obligación de integrar un mínimo de 30% de mujeres en las listas de candidatos a los cargos electivos en el orden municipal, provincial y nacional. Por su parte, su reglamentación establece, de manera taxativa, que las mujeres candidatas deben estar ubicadas en las listas para puestos con posibilidades reales de ser electas.

Esta ley fue aplicada por primera vez en las elecciones del 3 de octubre de 1993, en las que se renovó la mitad de los diputados en todo el país; y significó un cambio cuantitativo y cualitativo espectacular en este ámbito. Se presentaron 570 candidatas, de las cuales resultaron electas 28, las que, sumadas a las 7 que continuaban su mandato, conforman el 13,6% del total de la Cámara de Diputados.

El debate y la movilización social que precedieron la aprobación de esta ley, así como la creación de otros mecanismos institucionales de apoyo a la igualdad de oportunidades de la mujer, ha generado un clima de opinión favorable en amplios sectores de la sociedad argentina hacia esta temática. En efecto, un estudio de opinión realizado a fines de 1993 por el Consejo Nacional de la Mujer, a la población femenina de seis de las más grandes ciudades del país, indica que:

  • La mayoría tiene una opinión positiva respecto a los movimientos de “liberación de la mujer”. Incluso un 65% afirma estar de acuerdo en “organizar un movimiento independiente de mujeres para conseguir una transformación total de la sociedad”.
  • Casi la totalidad de las entrevistadas se pronuncia a favor de la igualdad de ambos sexos en el acceso a todos los trabajos y carreras, y a los puestos de responsabilidad en los partidos políticos y de gobierno.
  • La mayoría considera que la discriminación de la mujer es mucho menor que hace una década. Las encuestadas con menor nivel educativo son quienes perciben menos avances en este campo.
  • Un 64% está de acuerdo en que el gobierno lleve adelante medidas que estimulen a las empresas a emplear una mayor cantidad de mujeres.
  • La mayoría opina que ellas están subrepresentadas en las instituciones políticas y están a favor de corregir esta situación.
  • En cuanto a la Ley de Cupos, el 74% manifiesta su acuerdo. (Es interesante señalar que quienes más se oponen a esta ley son las de mayor nivel socioeconómico).

Por último, uno de los datos más llamativos es que el 85% de la muestra elegiría votar en un futuro próximo a otra mujer si su propuesta y trayectoria fuera de su agrado (Esta opinión es más favorable entre las mujeres de mayor nivel educativo y económico y las más jóvenes).

Otra encuesta realizada en Capital Federal, en este caso a personas de ambos sexos y diversas edades, arroja algunos resultados coincidentes.15 Un 96% de los entrevistados/as reconoce que ha habido cambios en la condición de la mujer en la sociedad argentina; de éstos, un 85% los valora como favorables o muy favorables. Casi la totalidad (83%) está de acuerdo con la existencia de organismos públicos que promuevan la participación social de la mujer. Respecto de la educación, un número amplio de entrevistados, en especial los/as jóvenes, afirma que la educación actual no prepara adecuadamente a la mujer para la vida social, y proponen que se modifique la formación de los docentes, la educación cívica y los libros de texto, de modo de incorporar una nueva visión de la mujer.

La única diferencia significativa con la encuesta anterior se da respecto de la Ley de Cupos. En esta última, sólo el 32% la considera una medida altamente positiva; pero este porcentaje difiere según el sexo de los entrevistados: son las mujeres quienes más se pronuncian a favor de esta ley.

Los resultados de ambos estudios indicarían un grado de “modernidad” de la sociedad argentina muy llamativo. No obstante, consideramos que este estado de opinión merecería ser explorado con mucha mayor profundidad, en la medida en que no se compadece con otras concepciones aún vigentes, y de amplia circulación, por ejemplo a través de los medios de comunicación. Nos referimos en especial a la existencia de opiniones muy tradicionales en sectores bastante amplios de la población argentina, respecto a temas como los derechos reproductivos, el reparto igualitario de las tareas domésticas y la libertad sexual de la mujer. Como ya lo hemos señalado en otros trabajos,16 en nuestro país se observa un fenómeno de “espejismo” respecto al grado de avance social de las mujeres que oculta discriminaciones más sutiles que en épocas pasadas, pero igualmente persistentes, y diferencias significativas entre las mujeres de distintos sectores sociales y edades.

Al breve panorama contextual presentado hasta el momento, es necesario agregarle información sobre otras iniciativas recientes en el orden institucional.

Dos organismos estatales se ocupan de promover la integración de las necesidades y perspectivas de las mujeres en la política pública. El primero es el Consejo Nacional de la Mujer, creado en 1991 con el rango de Secretaría de Estado, dependiente de la Presidencia de la Nación. Su función es impulsar y realizar el seguimiento de políticas y programas que aseguren la igualdad de oportunidades para la mujer en todos los ámbitos de gobierno, y coordinar los programas o áreas dedicadas a la mujer que funcionan en las distintas provincias.

El Consejo elabora e implementa un Plan Nacional de Igualdad de Oportunidades para la Mujer cuyos ámbitos de ejecución son los ministerios y el Parlamento.

A comienzos de 1993, el Gobierno creó otro organismo dedicado a la promoción de la mujer, en el más alto nivel político: se trató de un Gabinete de Consejeras Presidenciales, integrado por 9 mujeres con rango de Secretarias de Estado. Su misión fundamental fue impulsar y evaluar la ejecución de una política global que garantizara iguales oportunidades para las mujeres en todos los planes de gobierno, asesorando periódicamente al Presidente, Ministros y otras autoridades en esta temática. Mientras que el Consejo Nacional de la Mujer, en su calidad de organismo de Estado, asiste técnicamente al Gabinete de Consejeras Presidenciales, este último, en tanto órgano político, se ocupa de concertar y vigilar la realización efectiva de las medidas acordadas. Este gabinete caducó en 1995 debido a una falta de real ingerencia en las decisiones públicas y a diferencias ideológicas de un sector de sus integrantes con la política del gobierno en materia de salud reproductiva.

Por otra parte, en la Argentina existe un movimiento social de mujeres amplio y muy variado en cuanto a su composición social. Este movimiento ha ido creciendo geométricamente en número, a la vez que modificándose en su forma de expresión pública, de acuerdo a las circunstancias del contexto político y a las reivindicaciones planteadas.17 Un ejemplo son los Encuentros Nacionales de Mujeres que se celebran anualmente en distintas regiones del país. El primero se realizó en 1986 en Buenos Aires y convocó alrededor de 1.000 mujeres, en su mayor parte pertenecientes a la clase media profesional y a los grupos feministas. En el tercero ya había 2.000 y en el sexto encuentro, en 1991, 7.000. Este impresionante crecimiento númerico ha ido acompañado de la participación de otros sectores como las amas de casa, dirigentes de organizaciones barriales y de base, defensoras de derechos humanos, políticas, sindicalistas, etc. Los grupos feministas, si bien han mantenido un protagonismo, deben negociar posiciones con mujeres comprometidas con los partidos políticos y/o que expresan necesidades y prioridades diferentes. Sin embargo, las feministas ejercen una indudable influencia en el conjunto del movimiento de mujeres, al punto que en 1991 se crea la Red de Feministas Políticas, que agrupa a militantes de distintos partidos políticos que suscriben la postura feminista. En las declaraciones de otras redes como las de sindicalistas y empresarias, también se observa la influencia del feminismo respecto a cuestiones como la división sexual del trabajo, los derechos de la mujer, etc.

En forma paralela, durante las últimas dos décadas han proliferado las organizaciones no gubernamentales de mujeres que trabajan en todo el país en actividades muy diversas. Según apreciaciones recientes, existirían alrededor de 300, la mayoría de las cuales realizan actividades de sensibilización y capacitación de grupos de mujeres, por lo común, pertenecientes a sectores de bajos recursos. Algunas asisten a las víctimas de la violencia conyugal o de la violencia sexual, otras se centran en la capacitación para la generación de ingresos o en programas de promoción de la salud sexual, reproductiva y mental desde una óptica no sexista.

La temática de la mujer también está presente en los más importantes centros de investigación privados de la Argentina, aunque en forma minoritaria.

Origen y desarrollo de los Estudios de la Mujer

El contexto antes descrito permite entender algunas de las características particulares del surgimiento y desarrollo de los Estudios de la Mujer en las universidades argentinas. En primer lugar, cabe destacar que investigaciones y programas de formación, enmarcados dentro de este campo, se han realizado en nuestro país y en alguna medida continúan realizándose fuera de la universidad. En efecto, durante la época de la dictadura, organizaciones no gubernamentales de mujeres como el CEM y centros de investigación como CEDES y CENEP,18 llevaron adelante desde sus sedes diversos estudios y verdaderos programas académicos dirigidos tanto a profesionales como a estudiantes de ciencias sociales y humanidades. Con la recuperación de la democracia, en 1983, muchos de estos profesionales volvieron a la universidad, aunque en general mantienen su pertenencia y parte de sus actividades científicas en los centros de investigación privados.

Así es que en 1984 se crean los primeros Seminarios de Posgrado en Estudios de la Mujer en la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires. Esta iniciativa fue llevada a cabo por integrantes del CEM, quienes retornaron a la labor universitaria con estos cursos.

En 1987, y en el marco de una reforma del sistema de posgrados de esta Universidad, se creó el Primer Programa de Estudios de la Mujer en el país. Es la Carrera Interdisciplinaria de Especialización de Estudios de la Mujer, que se dicta en la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires.19 Fue pensada en términos de una propuesta que intentara articular objetivos relativamente disímiles y, a veces, inéditos en la concepción académica tradicional de la Argentina. El Programa de Posgrado se propone “proporcionar una formación académica de alto nivel en el plano teórico, metodológico y técnico aplicable a la investigación, la docencia y el diseño de políticas y programas sociales referidos a las problemáticas de la mujer y el género”.20

Dicha carrera tiene una duración de tres años y comprende cinco módulos temáticos: Introducción a los Estudios de la Mujer; Mujer y Familia; Mujer y Educación; Mujer y Salud; Mujer y Trabajo; seminarios sobre metodología de investigación social, con énfasis en la investigación feminista; cursos sobre planeamiento estratégico y planificación de políticas sociales desde la óptica de género; pasantías en centros de investigación, organismos de gobierno, organizaciones sociales y otros ámbitos que desarrollan acciones y estudios sobre la mujer; y grupos de reflexión periódicos con los/as estudiantes, cuyo objeto es analizar las implicancias personales y profesionales del aprendizaje en este campo de estudios.21

Entre 1987 y 1993, han habido dos promociones de esta carrera; un total de 48 graduadas, todas mujeres, quienes obtuvieron el título de Especialistas en Estudios de la Mujer.22

Las primeras graduadas eran en su mayoría, egresadas en Ciencias Sociales y Humanidades, aunque había también egresadas de las carreras de Arquitectura, Agronomía y Medicina. Casi la totalidad pertenecían a organizaciones feministas y/o habían militado en el movimiento de mujeres o partidos políticos. Con una edad promedio de alrededor de 40 años, casi todas poseían sólidos antecedentes en su campo profesional y en algunos casos también en la temática de la mujer, así como participación en instituciones públicas o privadas. Estas características condicionaron profundamente la modalidad de participación en los cursos y el ulterior aprovechamiento de la formación adquirida. Las primeras egresadas se encuentran hoy trabajando en el Consejo Nacional de la Mujer, son asesoras de diputados, senadores y funcionarios de gobierno, realizan investigaciones y consultorías en organismos nacionales e internacionales dedicados a la temática de la mujer y/o son docentes universitarias. En todos los casos, combinan la práctica académica y profesional con la militancia feminista, aunque obviamente existen diferencias en la cantidad y calidad de compromiso que asumen respecto al trabajo de naturaleza más política.

Cabe destacar que este posgrado se propuso un objetivo central altamente complejo y poco usual en los ámbitos académicos: promover en los estudiantes interés y capacidad para integrar la investigación y el desarrollo teórico con la formulación e implementación de políticas y acciones concretas dirigidas a superar la discriminación de la mujer.

En este sentido, se diferencia de manera sustancial de otros programas que se concentran en “reciclar” la actividad académica con el aporte de los Estudios de la Mujer, manteniéndose aislados de las diferentes problemáticas e iniciativas que se van generando desde otros ámbitos como el Estado, el Parlamento, las organizaciones sociales, etc.

En términos generales, se logró sensibilizar a las estudiantes con este nuevo enfoque, aunque no podemos afirmar que se haya logrado concretar en todos los casos. Indudablemente, para formar profesionales que puedan llevarlo a la práctica, se requeriría una capacitación más extensa y profunda en destrezas como planificación estratégica, técnicas de negociación, gestión y administración de programas sociales etc., así como canales institucionales que faciliten el trabajo conjunto de académicos, planificadores y técnicos en el área social.

La segunda camada de estudiantes conserva algunas de las características planteadas precedentemente, aunque por su edad (son más jóvenes) y por tener una menor experiencia profesional previa, han desarrollado un perfil menos “espectacular” en términos de su acceso posterior a puestos de decisión. No obstante, la mayoría se ha “reconvertido” profesionalmente, generando iniciativas muy creativas y de alto impacto en el plano docente, de los medios de comunicación e investigación.

Otro de los objetivos permanentes de este posgrado ha sido el intercambio y la vinculación internacional con especialistas en Estudios de la Mujer. Por ello, a lo largo de estos años, se realizaron diversos convenios con instituciones de otros países que permitieron completar la currícula básica con cursos o seminarios sobre otras temáticas como políticas sociales, la mujer en la historia, la participación política, etc.

Simultáneamente, la presencia en Argentina de especialistas extranjeros facilitó el conocimiento del desarrollo mundial que están alcanzando los Estudios de la Mujer y sus principales líneas de debate, tanto teóricas como prácticas, así como las similitudes y diferencias que adquieren según los contextos.

Según un relevamiento realizado por el PRIOM 23 en todas las universidades nacionales y privadas (un total de 70), 33 realizan actividades docentes de diverso grado de complejidad y sistematicidad, referidas a la temática de género. En la Universidad de Rosario se ha aprobado recientemente un proyecto de Maestría en Estudios de la Mujer. Hay tres áreas interdisciplinarias: una en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, otra en la Universidad de Luján y una tercera en la Universidad Católica de Córdoba.

En otros casos, se trata de seminarios específicos y/o Programas de Extensión Universitaria. La mayoría de las actividades docentes abordan temáticas sociológicas, históricas y en menor medida, psicológicas. Hay muy pocos cursos en temas de literatura, antropología, derecho, economía, arte y, sorprendentemente, también hay pocos en educación.

Un poco más de la mitad de las unidades académicas en Estudios de la Mujer realizan tareas de extensión universitaria, como conferencias, talleres o mesas redondas destinadas a un público variado; en algunos casos, es la propia comunidad universitaria y en otros, docentes de escuelas primarias y secundarias, o gente común interesada en la temática.

Muchas de las universidades realizan tareas de extensión universitaria en este campo como un punto de arranque, que les permite demostrar su sensibilidad ante la problemática de la mujer y concitar el interés de sectores de la comunidad que habitualmente no se vinculan con los ámbitos académicos. Pero hay que reconocer que este tipo de actividades no tienen las mismas exigencias para los docentes, suelen ser voluntarias y por ello mismo, no logran el prestigio de las “verdaderamente” académicas. Por lo común, están a cargo de docentes jóvenes que se “inician” en los Estudios de la Mujer a través del área de extensión universitaria.

Hay en el país 31 unidades académicas que llevan a cabo investigaciones que, aunque se centran en problemáticas acotadas, tienden a utilizar un enfoque interdisciplinario. Predominan los estudios psicosociales, antropológicos, demográficos, históricos, económicos y, en menor medida, filosóficos y literarios. Las temáticas son muy variadas existiendo cierta concentración en cuestiones referidas a la Mujer y el Trabajo, Salud, Identidad Femenina, Familia y Sexualidad.

Muy pocas instituciones cuentan con publicaciones, y en general se trata de boletines o documentos editados a bajo costo y de manera precaria. Existen proyectos de producir una o más revistas periódicas pero, lamentablemente, todavía no han podido concretarse debido a la falta de financiamiento. Esta limitación es particularmente importante, en la medida en que no hace visible, frente a la comunidad académica, la existencia de un grupo cada vez más numeroso de investigadoras y docentes que construyen, en nuestra realidad, los Estudios de la Mujer.

Una gran parte de las investigaciones quedan reducidas a informes que no llegan ni siquiera a los propios colegas de la misma disciplina.

Aprendiendo de la experiencia

Uno de los principales problemas es la falta de coordinación, lo cual lleva a la duplicación de esfuerzos y al menor aprovechamiento de los recursos humanos y de conocimiento científico. Si bien existen relaciones informales entre algunas unidades académicas y en pocos casos experiencias acotadas de trabajo común, lo cierto es que cada una funciona bastante aislada, luchando por integrarse y legitimarse dentro de su propia institución.

Teniendo en cuenta esta situación, el PRIOM organizó el Primer Encuentro Nacional de Programas Universitarios de Estudios de la Mujer.24 Su objetivo fue favorecer la identificación e interrelación entre quienes trabajan en estos temas, generar una discusión acerca de los aportes de los Estudios de la Mujer a la reforma global del sistema educativo, que está encarando el Ministerio de Cultura y Educación de la Argentina, y sentar las bases para un intercambio permanente de información y eventuales tareas conjuntas.

Durante este encuentro, resultaron evidentes las enormes diferencias entre las distintas universidades, en cuanto al acceso a la información y elaboración teórica, así como en el perfil profesional que van adquiriendo los/as docentes involucradas en este campo. En algunas universidades, los equipos están conformados por académicas con una larga tradición en esta temática, familiarizadas con la literatura nacional e internacional y en permanente proceso de actualización. En otras, predominan el compromiso militante y el voluntarismo, que no logran compensar carencias de formación básica. Paralelamente, se aprecian perfiles profesionales diferentes, que van desde aquéllas que enseñan e investigan en Estudios de la Mujer, conservando un estilo académico tradicional (tanto en lo pedagógico como en su desvinculación respecto de la militancia feminista); hasta otras que, en el otro extremo, confunden la militancia con la práctica académica, en detrimento de esta última.

Las competencias históricas entre distintas universidades del país, diferentes disciplinas y generaciones profesionales, también atraviesan a las personas que trabajan en este campo e inciden, más allá de su propia voluntad, en las posibilidades de coordinar esfuerzos.

En un sentido similar, otro fenómeno recurrente en especial entre quienes se inician en los Estudios de la Mujer, es una necesidad compulsiva de “inventar la rueda”. En efecto, existe un escaso hábito de reconocimiento, en todo el sentido de esta palabra, de las personas y grupos que en el país precedieron en el desarrollo de ciertos temas o enfoques. Es como si reconocer esta historia fuera en desmedro de una suerte de espíritu “fundacional”, sin el cual, supuestamente, no se podría superar todos los obstáculos que pone el mundo académico para la integración de este nuevo campo disciplinario. Ubicarse en el lugar de pionero/a desencadena una mística y una pasión muy seductoras y en cierto sentido útiles para galvanizar la energía de un grupo en torno a un proyecto de cambio. La misma hostilidad del contexto favorece el surgimiento de esta fantasmática. Con esta interpretación, no nos estamos refiriendo a una conducta consciente pero sí a un conjunto de representaciones imaginarias que se perfilen en las actitudes de algunos grupos que necesitan afirmar su protagonismo negando la historia en la construcción de este campo de estudios en nuestro país.

Todo ello conspira contra la posibilidad de una acción común, aunque afortunadamente, también comienza a aceptarse la necesidad de una coordinación de esfuerzos para garantizar la evolución de los Estudios de la Mujer en nuestro país.

Con vista al futuro, existe la voluntad de reiterar encuentros periódicos que permitan profundizar el conocimiento entre los grupos y sentar las bases de confianza y racionalidad necessarios para emprender tareas articuladas.

Otro desafío que enfrentan los Estudios de la Mujer es un abordaje realista de la interdisciplina, enfoque tan indispensable como dificultoso de implementar. La experiencia demuestra que es más fácil proclamar la necesidad de la interdisciplina que ejercerla en la práctica. La mayoría de los estudios realizados en nuestro medio se encuadran dentro de una disciplina determinada. El hecho de utilizar algunas nociones o perspectivas que provienen de otras disciplinas es de por sí un intento positivo por ampliar y complejizar los problemas, pero esto sólo no alcanza —como es obvio— para afirmar que un trabajo es interdisciplinario.

En este aspecto influyen también limitaciones de orden económico que dificultan la conformación de equipos de investigación integrados por personas provenientes de distintos campos. Pero lo más importante siguen siendo los obstáculos epistemológicos e institucionales que todavía impiden traspasar las fronteras disciplinarias para crear problemas de investigación realmente novedosos.

El sistema universitario argentino tiene un formato antiguo, influido por los criterios y estructuras de las universidades francesas. Las carreras tienen poco contacto entre sí, lo cual incide en la formación profesional y en la motivación y disposición para el trabajo interdisciplinario.

Otro de los impedimentos más fuertes, no es ya de índole teórica sino eminentemente práctica. Las universidades enfrentan un período crítico en el plano económico, así como en el de la reformulación de su función en el contexto de los cambios sociales, culturales y tecnológicos por los que atraviesa el país. Los escasos recursos existentes son “atrapados” por las áreas tradicionales o asignados a los temas que se evalúan como de más alto impacto, en especial, los relacionados con el avance tecnológico. En este marco de referencia, los Estudios de la Mujer no son, obviamente, una prioridad. Si a esta situación se le suma el hecho de que este campo está en manos de mujeres y tiene mayor presencia en las disciplinas sociales y humanas, es comprensible que reciba recursos económicos casi inexistentes. Estas condiciones hacen que el trabajo de docentes e investigadoras en Estudios de la Mujer esté cargado de voluntarismo con sus consecuentes limitaciones en el rendimiento académico y en el esfuerzo personal.

Dentro de este panorama, es necesario interrogarse acerca de las modalidades pedagógicas más adecuadas para la transmisión de conocimientos.

En primer lugar, es imprescindible tener en cuenta que el abordaje de la temática de la Mujer y el Género tiene efectos cognitivos, pero también emocionales y de actitud.

Nuestra experiencia nos indica que, aún en estudiantes ya sensibilizadas e incluso comprometidas con el feminismo, se generan resistencias ante muchos de los temas tratados en los cursos. Cuestiones relativas a la sexualidad femenina, la vida profesional y los cambios en los roles de género en la familia suelen despertar reacciones emocionales muchas veces intensas que es necesario atender. Igual atención requiere el temor de algunas estudiantes a que su postura feminista se interprete como expresión de una psicopatología personal o como hostilidad y venganza respecto a los hombres, la posibilidad de ser devaluadas o discriminadas en los ámbitos profesionales, etc.

Por tal razón, y como lo señalábamos precedentemente, la Carrera de Especialización en Estudios de la Mujer de la Universidad de Buenos Aires contempla como parte de su programa de estudios la realización periódica de grupos de reflexión con las/os estudiantes. Normalmente, estos grupos se realizan una vez por mes y tienen la ventaja de ofrecer un ámbito de contención y comprensión. En esencia, durante estos encuentros se motiva a las estudiantes a expresar y analizar, en un clima lo más confortable posible, dudas, temores, conflictos, etc., referidos a su vida profesional y personal. El propósito fundamental es socializar estas inquietudes, encontrar su racionalidad social y subjetiva y vincularla a los conceptos que se tratan durante los cursos.

Una de las problemáticas más frecuentes se refiere a la identidad profesional. La misma naturaleza interdisciplinaria de esta carrera y de los enfoques teóricos, que caracterizan en la actualidad a los Estudios de la Mujer, tiende a poner en cuestión identidades y proyectos profesionales conformados según criterios tradicionales, generando en consecuencia temores e incertidumbres que requieren elaboración. Otro tanto ocurre para las ansiedades que despiertan temas que rozan de cerca la biografía personal como las cuestiones vinculadas a la familia, socialización, educación, etc.

Otra problemática relacionada con lo anterior, pero que deseamos subrayar especialmente, concierne a la aceptación de las diferencias y jerarquías entre mujeres que comparten la vida académica.

Aunque no desarrollaremos extensamente este punto, creemos que es crucial tenerlo en cuenta tanto en el plano pedagógico como teórico. En efecto, es frecuente observar en los cursos de Estudios de la Mujer el surgimiento de conflictos interpersonales —en el grupo de estudiantes o de éstas con las docentes— que en el plano manifiesto obedecen a motivos muchas veces triviales. Sin embargo, una mirada más profunda permite advertir que su origen está en la dificultad de aceptar que hay diferencias de capacidades y conocimientos entre ellas y con las docentes.

Existe en estos cursos una fuerte presión hacia el igualitarismo para crear y mantener la cohesión grupal entre los/as estudiantes. En consecuencia, el inevitable surgimiento de diferencias de distinto tipo —en el rendimiento académico, en el tipo de participación, etc.— suele despertar conflictos, que a veces llegan a ser agudos, obstaculizando la misma tarea de aprendizaje y el clima grupal.

Es cierto, que la constitución de todos los grupos humanos se hace en base a identificaciones, y que para poder hacer existir al grupo se tiende, sobre todo en las primeras etapas, a anular todas las diferencias entre sus integrantes y construir un ideal común; pero normalmente esta dinámica grupal se va transformando —no sin sufrimiento— en dirección a la aceptación de reglas que satisfagan simultáneamente a las necesidades tanto comunes como diferentes de las personas. En los grupos de estudiantes mujeres que hemos observado durante los cursos de Estudios de la Mujer, estos procesos grupales se manifiestan con mucho mayor dramatismo y ofrecen dificultades específicas que merecerían ser analizadas con suficiente detenimiento.

Al igual sucede en la relación entre el grupo de estudiantes y el equipo docente, donde es común que aparezcan conductas regresivas que expresan demandas características de las relaciones materno-filiales; así como resistencias a aceptar que existen jerarquías y liderazgos que no son necesariamente opresivos ni abusivos.

Los Estudios de la Mujer brindan una base racional para comprender cómo “la diferencia”, fundamental en todas las sociedades humanas, es decir, la diferencia entre los sexos, ha derivado en opresión y discriminación de la mujer en el conocimiento y las instituciones. De ahí se generan su naturaleza “reivindicativa”, su cuestionamiento del poder, tanto en el nivel del conocimiento como de la práctica social. Pero esta fuerza reivindicativa suele tener un correlato en el plano imaginario a través de una fantasmática particular en la que todo tipo de diferencias se perciben como sinónimo de injusticia y consecuentemente se las rechaza y/o desmiente.

Esta fantasmática tiene efectos en las interacciones grupales, generando, por ejemplo, una demanda irracional de las estudiantes hacia las docentes y la institución académica, a quienes se les solicita una suerte de indemnización o reparación —en su propia persona— de la discriminación milenaria hacia la mujer. Cuestionamientos a todo tipo de evaluaciones, demandas incondicionales de apoyo, comprensión, provisión de recursos, etc., son algunas de las manifestaciones de este tipo de comportamientos. Nuestra experiencia nos indica la importancia de integrar estas problemáticas en la tarea pedagógica de manera constante y, en especial, tratarlas a través de grupos de reflexión, ya que son “nudos” significantes sobre la relación real e imaginaria de las mujeres con el poder, cuya apertura y análisis pude producir hipótesis de gran riqueza sobre un tema crucial.25

Otra cuestión pendiente para los Estudios de la Mujer en nuestro país es el logro de reconocimiento académico. Podría pensarse que la existencia de carreras de posgrado, cursos y seminarios indica que este objetivo ha sido logrado. Nada más lejos de la realidad. En muchos ámbitos académicos, directamente se ignora esta perspectiva y, en otros, se la descalifica como poco científica o se la margina en actividades periféricas.

La devaluación de los Estudios de la Mujer obedece a distintas razones. Entre ellas, surge de la necesidad de defender ciertos saberes convalidados frente al carácter crítico de los estudios feministas. El mundo académico tolera poco, al menos en nuestro medio, la incertidumbre respecto de los conocimientos alcanzados; y los Estudios de la Mujer, por su parte no ofrecen todavía un marco conceptual alternativo que brinde coherencia y amparo intelectual.

Pese a que los desarrollos de la epistemología crítica encuentran cierta aceptación, al menos en el discurso, la práctica académica real conserva el supuesto de que el conocimiento debería ser el resultado de una búsqueda desapasionada, realizada al margen de los conflictos de poder con el fin de alcanzar un conocimiento “objetivo”. Por ello, el surgimiento de estudios feministas, que no niegan su origen en el movimiento social de mujeres y su finalidad transformadora, resulta, al menos, inquietante.

En un contexto muchas veces hostil, una estrategia de legitimación que suelen utilizar algunos equipos consiste en motivar la integración de académicos varones a este campo de estudios, por cierto que en “los lugares del saber”. Nadie duda de que es importante involucrar varones en la investigación y docencia sobre temas de género; sin embargo, muchas veces esta opción tiende más a atenuar una fantasía de exclusión vengativa de los hombres que a satisfacer una necesidad real. Por otro lado, no está comprobado que la integración de varones incremente la legitimidad de estos estudios en las universidades, ni que, por sobre todo jerarquice a las mujeres que los practican.

Otra estrategia común de las profesoras e investigadoras es realizar el doble de esfuerzo que sus pares varones para ganar reconocimento académico, fenómeno recurrente en los ámbitos en los que las mujeres tienen poco poder.

Es posible que en la medida en que se incremente la producción científica, se desarrolle una política más fuerte en el plano de las publicaciones y se logre permear la currícula principal, se vaya alcanzando mayor legitimidad. Sin embargo, es necesario reflexionar acerca del costo que conlleva el enorme esfuerzo para ser aceptadas dentro de las universidades. Muchas veces, el concentrar toda la energía en esta meta contribuye a que se reproduzcan los patrones “academicistas”. Vale decir, aquéllos que desvinculan la tarea académica en Estudios de la Mujer dé otras luchas de las mujeres en el plano social y político.

Rompiendo los muros de la Torre de Marfil

Los Estudios de la Mujer se plantean una serie de transformaciones profundas de las estructuras teóricas e institucionales tradicionales en los ámbitos académicos. Así surge el énfasis en la interdisciplina, el desarrollo de metodologías de investigación y prácticas pedagógicas innovadoras, etc. Sin embargo, esta propuesta de cambio radical no ha logrado quebrar el aislamiento de nuestras universidades respecto de otras instituciones sociales. Esta cuestión es especialmente crítica en esta temática, en la medida en que desperdicia recursos que de estar articulados, potenciarían enormemente el esfuerzo por revertir la discriminación de la mujer.

Todavía son poco frecuentes los encuentros y menos aún el trabajo conjunto de investigadores y docentes universitarios con planificadores y ejecutores de políticas públicas y activistas. Es cierto que el diálogo entre sectores que poseen prioridades, códigos y urgencias tan diversas es difícil. No obstante creemos que es necesario insistir en esta dirección buscando con creatividad y tolerancia caminos que faciliten alcanzar este objetivo.

Como lo señalábamos anteriormente, desde su origen, la Carrera de Especialización de Estudios de la Mujer que creamos en 1987 en la Universidad de Buenos Aires, se propuso formar en los/as estudiantes una disposición a pensar los Estudios de la Mujer como un campo que adquiere su pleno sentido cuando se logra amalgamar la producción teórica con intervenciones concretas en las instituciones y las políticas; en suma con un proyecto de cambio social.

Esta concepción puede ser discutible, —y de hecho lo ha sido en nuestros cursos— pero lo que importa es que esté en el horizonte de la tarea formativa de modo de mantener vivo el debate sobre los viejos y nuevos dispositivos sociales que mantienen la discriminación de las mujeres, y el rol que en este aspecto le cabe a las feministas que se han incorporado a la academia.

Recientemente, y desde otro marco institucional, estamos trabajando también en esta línea de articulación, aunque con un énfasis particular, como veremos a continuación.

Los estudios de la mujer y la reforma educativa

En junio de 1991, se creó en el Ministerio de Cultura y Educación el Programa Nacional para la Igualdad de Oportunidades de la Mujer en el Área Educativa (PRIOM).

Sus principales objetivos fueron:

1. Transformar el conocimiento que brinda la escuela, incorporando las contribuciones de las mujeres al desarrollo económico y cultural a lo largo de la historia.

2. Generar una experiencia educativa que motive:

  • el aprendizaje de relaciones de equidad y solidaridad entre los géneros;
  • la participación activa de ambos sexos en la vida ciudadana y en las responsabilidades del ámbito familiar y la crianza de los hijos;
  • la integración de las mujeres en los niveles de decisión.

Fue la primera política integral, que desde el Estado, buscó poner en práctica las premisas que, en materia de educación, fija la Convención de Naciones Unidas contra toda forma de discriminación hacia la mujer, y que fuera ratificada por Argentina en 1985.

Este programa, pionero en América Latina, nació de un convenio entre el Consejo Nacional de la Mujer y el Ministerio de Educación, quien se encargó de su ejecución en todo el país.

Por sus objetivos y alcances, se trató de una actividad transversal al conjunto de la política educativa que se está implementando desde esta gestión; se basa en una profunda reforma educativa que abarca tanto los aspectos de administración del sistema (se está descentralizando) como el cambio de la estructura y contenidos de los currícula de todos los niveles, incluyendo la capacitación docente.

En menos de tres años, el PRIOM se desarrolló en veinte provincias por medio de equipos locales, asesorados y supervisados por un equipo de coordinación nacional.

El PRIOM logró un alto grado de institucionalización: el principio de igualdad de oportunidades y la erradicación del sexismo en los materiales didácticos ha quedado incorporado a la nueva Ley de Educación, lo cual ha hecho posible que este Programa forme parte de la estructura actual del Ministerio. Asimismo, comienza a ser reconocido en un sistema educativo, hasta hace muy poco totalmente ajeno a la temática del sexismo y a despertar interés en los medios de comunicación y en la comunidad educativa en su conjunto.

Es necesario subrayar que el contexto en el cual se crea y desarrolla el PRIOM es especialmente favorable para producir cambios estructurales que hagan posible una verdadera coeducación. En efecto, todos los programas de estudio serán reemplazados próximamente por nuevas propuestas, del mismo modo que los contenidos y orientaciones en la capacitación docente. Esta situación crea un fermento de opinión y debate que facilita integrar, en cada área disciplinaria del currículum, contenidos y estrategias pedagógicas que expresen una nueva visión de la mujer y las relaciones entre los géneros.

Pero esta tarea sería imposible y/o inconsistente si no incluyéramos las contribuciones que surgen de las investigaciones y estudios que llevan a cabo las universidades. Allí están los datos, las publicaciones y por sobre todo las personas capaces de aportar conocimientos y propuestas que lleven el espíritu y el sello de los Estudios de la Mujer a todos los niveles del sistema educativo.

Por ello, el PRIOM realizó la Reunión Nacional de Universidades —antes mencionada— y continuó generando distintas iniciativas convergentes hacia este objetivo. Entre ellas, deseamos destacar dos acciones previstas para el corto plazo. Una consiste en la creación de un mecanismo de consulta permanente desde PRIOM con las áreas de Estudios de la Mujer de las universidades de todo el país, cuya función principal será debatir y aportar propuestas curriculares para la escuela primaria, secundaria y terciaria. De este modo, se busca establecer una interacción, inexistente hasta el momento, entre las académicas y las funcionarias que se están ocupando de la reforma educativa.

Por otra parte, PRIOM previó iniciar un programa de estímulo a la investigación en Género y Educación basado en la asignación de recursos a las unidades académicas que desarrollan Estudios de la Mujer. Con este proyecto, se buscaba orientar la investigación en este campo hacia cuestiones que interesan para poder fundamentar el cambio curricular. Por ejemplo la mujer en la historia y/o literatura provincial, la problemática educativa de las mujeres según regiones, clases sociales, edades, etc. Indirectamente, se intentaba apoyar la creación de grupos estables de investigación que pudieran funcionar como recursos permanentes para satisfacer las necesidades de información y evaluación que genera la puesta en práctica de una política educativa con las características antes descriptas.26

A modo de conclusión

El panorama presentado nos permite ser optimistas, aunque también hemos señalado algunos puntos críticos que deberían convertirse en temas de indagación constante.

En éste, como en prácticamente todos los proyectos que iniciamos las mujeres, la tarea resulta ser altamente compleja ya que no se circunscribe tan sólo a sumar o agregar contenidos de “género” al currículum, ni siquiera a redefinir áreas disciplinarias o elaborar materiales no sexistas.

El enfoque de los Estudios de la Mujer cuestiona esencialmente estructuras de poder y aporta una visión completamente nueva del sentido de la educación, de los mecanismos institucionales y del cambio social. Esta situación exige ser consciente de todo lo que se desencadena a la hora de emprender cualquier proyecto en este campo.

En este sentido, cada avance nos coloca inevitablemente ante nuevos problemas que nos interpelan con el desafío de mantener vivo el espíritu transformador con el que nacen los Estudios de la Mujer en el mundo.


* Gloria Bonder, Licenciada en Psicología egresada de la Universidad de Buenos Aires (UBA), realizó sus estudios de posgrado sobre  Género y Educación en la Universidad de Cambridge. Es Directora del Posgrado Interdisciplinario de Especialización en Estudios de la Mujer en la Facultad de Psicología de la UBA. Es consultora de organismos internacionales y gobiernos de América Latina. Ha realizado numerosas investigaciones y publicaciones en temas de género y educación, comunicación y salud de la mujer. Coordinó el Programa Nacional de Igualdad de Oportunidades para la Mujer del Ministerio de Educación de Argentina (1991-1995). Actualmente dirige el Seminario “Género y Políticas Públicas” en FLACSO y es Coordinadora Científica del Foro Regional Unesco “Mujeres Ciencia y Tecnología”. Se desempeña como asesora en temas de género en la Secretaría de Ciencia y Tecnología de su país.


 

NOTAS

1. Ministerio de Cultura y Educación. Departamento de Estadísticas Educativas 1988.

2. ibidem.

3. ibidem.

4. Es interesante destacar que las pocas mujeres que acceden a estos estudios se concentran en Informática, mientras que los varones se distribuyen equitativamente entre las distintas especialidades.

5. Censo Universitario, UBA, 1988.

6. Gloria Bonder, “La mujer y la educación en la Argentina. Realidades, ficciones y obstáculos de las mujeres universitarias”, La mujer y la violencia invisible, Ana Fernández y Eva Giberti (Buenos Aires: Sudamericana, 1989). Beatriz Cohen, comp., De mujeres y profesiones (Buenos Aires: Letra Buena, 1992).

7. Consejo Nacional de la Mujer, 1993.

8. Encuesta Permanente de Hogares, 1991. Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (INDEC).

9. Censo Nacional de Población y Vivienda, 1980.

10. Si bien no se dispone de información actualizada sobre este tema en particular, los datos informales indicarían que tan sólo el 10% de las jóvenes pobres completan estudios secundarios.

11. Establecimientos-Alumnos-Docentes. Cifras Provisionales, Año 1987. Estadísticas de la Educación 73.2 (1989). Centro Nacional de Estadísticas de la Educación.

12. ibidem.

13. ibidem.

14. Censo Universitario, UBA, 1988.

15. Esta encuesta fue realizada por PRIOM en el marco de su Segunda Campaña Anual de Sensibilización de la Comunidad Educativa, octubre de 1993. Se distribuyó entre el público que circuló por un stand informativo ubicado en un centro comercial de Buenos Aires.

16. Bonder 1989, 1992.

17. En los primeros años de recuperación de la democracia, el movimiento de mujeres se focalizó en el logro de reformas en los derechos de familia: modificación de la Ley de Patria Potestad, divorcio y equiparación de hijos matrimoniales y extramatrimoniales ante la ley. En los últimos años, los temas de participación política, salud reproductiva y los efectos del ajuste económico en las condiciones de vida de las mujeres, concitan la preocupación y plantean líneas de debate polémico entre los diferentes grupos de mujeres.

18. CEM es el Centro de Estudios de la Mujer, organización no gubernamental fundada en 1979. CEDES es el Centro de Estudios de Estado y Sociedad, creado en 1976 y CENEP es el Centro de Estudios de Población que desarrolla sus actividades desde 1974.

19. En el Plan de Estudios de Grado de la Carrera de Psicología (UBA) existe, además, desde 1990, una materia optativa: Introducción a los estudios de la mujer.

20. “Carrera de especialización en estudios de la mujer” Facultad de Psicología, Universidad de Buenos Aires. Boletín 2 (1992).

21. La inclusión de grupos de reflexión en la currícula de un programa de posgrado significa una innovación importante en la concepción académica tradicional y por ello no resulta fácil lograr su aceptación. Sin embargo, a nuestro criterio, esta actividad es ineludible en la medida en que incursionar en los Estudios de la Mujer implica mucho más que la adquisición de nuevos conocimientos. De hecho, problematiza de manera global tanto la identidad profesional como personal de los/as estudiantes y sus concepciones acerca de la realidad. En este sentido, es previsible que movilice ansiedades y conflictos difíciles de superar de manera individual. Por otra parte, los grupos de reflexión no están desvinculados de la tarea académica, en la medida en que el análisis de esta conflictividad es una fuente importantísima de aprendizaje que, de no incorporarse sistemáticamente, quedaría desperdiciada.

22. Desde 1991, este mismo plan de estudios se está replicando mediante un convenio, en la Universidad del Comahue, en el sur del país. Asisten a los cursos alrededor de 20 estudiantes graduadas, todas mujeres. En su mayoría son activistas políticas, docentes universitarias y profesionales con reconocimiento en su provincia.

23. Programa nacional de promoción de la igualdad de oportunidades para la mujer en el área educativa. Ministerio de Cultura y Educación.

24. Este Encuentro se llevó a cabo el 22 y 23 de abril de 1994 y concurrieron representantes oficiales de 26 universidades de todo el país y un número aproximado de 80 investigadores/as y docentes.

25. Un planteo similar fue realizado por Keller y Moglen en un trabajo ya clásico: “Competition: A Problem for Academic Women” en Competition: A Feminist Taboo?, ed. Valerie Miner and Helen Longino (New York: Feminist Press, 1987).

26. El PRIOM concluyó en 1995 debido a la renuncia del equipo coordinador en rechazo a cambios de la política gubernamental en el tema de género.