ABRIENDO BRECHA,
ITINERARIO Narda Henríquez* El Perú se destacó en los años 70, entre los países de América Latina, por las intensas y diversas movilizaciones de mujeres; sin embargo, será recién en los 90 que los estudios de género cobran legitimidad en la comunidad académica. Sin duda, tanto el movimiento feminista como los estudios de género son parte de un proceso internacional de cuestionamiento a la discriminación en la vida cotidiana y a la producción del conocimiento que invisibiliza a las mujeres, pero sería totalmente insuficiente una explicación de las prácticas y experiencias de las mujeres, así como de la evolución de los estudios sobre las relaciones entre los géneros en estos términos. Como veremos más adelante, las movilizaciones de mujeres pasaron de ser un tema marginal a formar parte del debate nacional y estar en el centro de atención de políticos y economistas. El Perú experimenta, en la primera mitad de este siglo, un proceso de modernización y urbanización sustentado en el crecimiento económico y reforzado por las reformas de Velazco (1968-1975). En consecuencia se expandieron las capas medias y se amplió el sistema educativo. Esto representó un cambio significativo respecto de la condición de las mujeres que accedieron masivamente al sistema educativo y a otras esferas de la vida social y política. Como resultado de este proceso podemos constatar que los sectores populares urbanos, y entre ellos las mujeres, se constituyen en grupos de presión. Las movilizaciones de mujeres de los 70, así como las primeras organizaciones no gubernamentales de desarrollo y luego los estudios de género, son en cierto modo el testimonio de una o dos generaciones de mujeres dirigentes y profesionales, académicas y políticas que emergen como parte de este proceso. Desde los años 70 han habido diversos esfuerzos sistemáticos por visibilizar la condición de las mujeres, pero es sólo entre fines de los 80 y comienzos de los 90 que se toma conciencia sobre la relevancia de los problemas, saberes y prácticas de las mujeres. Esto no es casual, el Perú inicia esta década en medio de la más profunda crisis económica y política del siglo. A los graves problemas estructurales e históricos no resueltos se suma una coyuntura de inestabilidad y terrorismo. Mientras, las mujeres de los barrios populares siguieron tejiendo sus redes y jugaron, por tanto, un papel central en la reconstrucción de la sociedad. Por otro lado, en los 80 se registra en el Continente un cambio de perspectiva. Tras las experiencias autoritarias, el eje articulador del debate intelectual se desplaza hacia la democracia. No se trata sólo de reemplazar unos temas por otros sino, como dice Lechner (1980), de una nueva densidad en el debate. Sin duda, las prácticas de las mujeres y los estudios de género aportan a esa nueva densidad, no sólo con la reflexión sobre la vida cotidiana sino el haber puesto lo personal en el centro de la discusión teórica y política. Pero este cambio de perspectiva tendrá también que alimentarse de la tensión sobre tradición y modernización en que se sustenta la sociedad peruana, así como de las situaciones límite, de inseguridad e inestabilidad, que han experimentado los peruanos. Tomando en cuenta las premisas anteriores, trataremos de informar de las movilizaciones de las mujeres y los estudios de género en el Perú. Para ello, nos referiremos a:
Las mujeres en el país de todas las sangres El Perú es una sociedad pluricultural, de accidentada geografía y desarrollo desigual. Tradición y modernidad se combinan en una población mayoritariamente mestiza que vive con gran esperanza, pero al mismo tiempo con dramatismo por las dificultades de integración nacional. Desigualdades sociales, distancias regionales, pobreza y etnicidad marcan la vida cotidiana de grupos sociales, hombres y mujeres. A pesar de las dificultades por las que ha atravesado el país, la expansión del sistema educativo en el presente siglo ha permitido importantes ganancias en la democratización de la sociedad: expansión de clases medias, formación de capas profesionales y, de modo particular, acceso de las mujeres a la educación. Es así que en los años 40 las niñas de 6 a 14 años que asistían a la escuela eran sólo un 25%, en tanto que en 1981 representaban el 88%. Entre 1940 y 1990 las mujeres analfabetas pasaron del 60,3% al 17,4% en tanto que los varones del 45% al 4%. Debemos aclarar que la población analfabeta en el Perú es aquélla que no lee ni escribe castellano, y que sin embargo mantiene en gran parte la tradición oral del habla quechua o aymará, lenguas nativas del Perú antiguo. Al respecto debemos agregar que si bien a lo largo de las décadas que van del 40 al 60 el analfabetismo femenino era un problema de las mujeres en general, entre los 80 y 90 éste se circunscribe sobretodo a las mujeres de edad adulta (Centro, 1993). Los cambios más significativos en cuanto al nivel educativo de las mujeres corresponden, según datos de una encuesta reciente (ENDES 1991-1992), a los últimos veinte años. Siguiendo la cohorte de edad se puede comprobar que hace veinticinco años, las mujeres entre 20 y 24 sin instrucción eran el 19%, en tanto que actualmente son sólo el 2%. En cuanto a la educación superior, las mujeres entre 20 y 24 años que habían alcanzado este nivel eran el 15%; actualmente son el 36% las jóvenes de esa misma cohorte con educación superior. En cuanto a la actividad económica, según los datos de 1981, la población económicamente activa (PEA) femenina asalariada era alrededor del 38% del total de las trabajadoras, siendo 98 000 obreras y 355 000 empleadas; el resto se encontraba en la condición de trabajadoras independientes (363 000), trabajadoras del hogar (154 000), entre otros. Del total de mujeres asalariadas se consideraba que sólo un 19% estaban sindicalizadas. En lo que respecta a la inserción de las mujeres en el trabajo en los últimos veinte años, según la información disponible, la tasa de actividad pasó del 20% al 40% lo que da cuenta de una presión creciente de las mujeres por trabajo, principalmente en el medio urbano. Sin embargo, el trabajo de las mujeres en el campo está usualmente subestimado. Por otro lado, en los últimos años se ha producido una expansión de pequeñas empresas y talleres, unidades de producción que se basan principalmente en el trabajo familiar. Por último, más de 100 000 mujeres están organizadas en torno a actividades de sobrevivencia tales como comedores populares y comités de vaso de leche (para el reparto diario a niños), muchas de las cuales pasan más de 8 horas en tareas voluntarias propias de dichas organizaciones. En 1989, había 4 000 comedores populares y más de 7 000 comités de vaso de leche. En cuanto a la participación política de las mujeres, debemos señalar que, en este caso como en el de los campesinos, recién se da en la década de los 80, manifestándose la presión de estos sectores por su inserción en la vida política. Si bien las mujeres habían logrado el voto desde los años 50 a raíz de una decisión del Presidente de turno, es con la modificación de la Constitución de 1979 y la ampliación del voto a los analfabetos, así como la puesta en marcha de elecciones municipales, que se abren nuevos canales de expresión para los campesinos y las mujeres. Aunque la participación de las mujeres en la clase política se mantuvo en un reducido 10%, desde 1970 se podía observar una masiva y creciente irrupción de las mujeres en la vida social y política. Éstas constituyen liderazgos femeninos intermedios a nivel gremial, barrial, partidiario y cultural cuyo papel hemos analizado en otros trabajos (Henríquez, 1994). Estos logros se vieron pronto amenazados por la crisis económica y el terrorismo. Asimismo, varias dirigentes populares sufrieron atentados y fueron asesinadas. El rasgo más notable del proceso de movilización de las mujeres desde los años 70 es el masivo impulso organizador que se estaliza en formas muy diversas. Es así que a las tradicionales formas organizativas sindicales y gremiales se suman las organizaciones territoriales de vecinos por barrios, y luego de sobrevivencia, principalmente constituidas por mujeres. Asimismo, núcleos de mujeres profesionales impulsan grupos de discusión o talleres de estudio sobre la condición de las mujeres en torno a los cuales luego se constituyen las organizaciones feministas que conforman una coordinación y centralización propia. Por último, las mujeres que militan en partidos, aportan a las propuestas políticas una perspectiva que incorpora los temas de la vida cotidiana, las relaciones de pareja, etc. Por ello, en la década de los 70, es usual referirse a las tres vertientes del movimiento de mujeres: la vertiente popular, la feminista y la política. Poco a poco, la trayectoria de estas vertientes se transformó, trascendiendo los escenarios particulares y promoviendo el debate más allá de los espacios propios de mujeres. Este tránsito, aunque parcial, tiene entre sus ejemplos más significativos:
Como parte de dicho tránsito debemos destacar el masivo proceso de organización y socialización pública de las mujeres de las organizaciones de sobrevivencia que contribuyen a la valoración de las tareas domésticas, la confluencia de organizaciones por los derechos humanos y los derechos de las mujeres, en momentos en que la defensa por los derechos humanos es amenazada, y el rol de las organizaciones feministas, que ganan en interlocución y así se constituyen en una corriente de opinión logrando sensibilizar a los medios de comunicación. Itinerarios del saber: Aprender, conocer, reconocer Los estudios inicialmente realizados se orientaron, en su mayoría, a apoyar las prácticas sociales populares, feministas y políticas. Las ONG, así como algunos centros de estudios realizaban un tambien tipo de acompañamiento de las movilizaciones sociales dando fundamento a sus demandas. Con excepción de algunos trabajos pioneros, es recién desde 1985 que se observa un esfuerzo sostenido en cuanto a investigación, tanto desde instituciones académicas como desde instituciones feministas. Entre los 70 y los 90 se produce un viraje de los Estudios de la Mujer a los estudios de género. Al respecto, Ruiz Bravo (1995) identifica tres etapas. La primera está caracterizada por el predominio de los estudios de las ONG destinados a visualizar las mujeres. La segunda corresponde a la década de los 80, marcada por la crisis y la violencia, en la que se presta mayor atención a la presencia de las mujeres en las organizaciones populares; la tercera correspondería a los años 90, en la que se focaliza como tema de investigación la identidad de género como construcción social y se institucionalizan los estudios de género. La labor educativa de las
ONGD: Acompañamiento, Los centros de promoción de desarrollo en el país han tenido un crecimiento acelerado en los últimos quince años. Antes de 1975 la actividad en instituciones privadas de investigación o en centros privados de promoción estaba muy restringida a esferas altamente especializadas. Actualmente las ONGD se han diversificado y expresan la pluralidad de la sociedad peruana. De un modo u otro intentan cubrir los vacíos que deja la acción del Estado formulando propuestas alternativas. La expansión de las ONGD estuvo marcada, en una primera etapa, por el apoyo a las movilizaciones populares y su desarrollo organizativo. Esta década, en cambio, está caracterizada en su mayoría por orientaciones vinculadas al desarrollo empresarial, la gestión y el mercadeo. Aunque usualmente las ONGD están identificadas con la promoción del desarrollo, muchos nuevos esfuerzos, especialmente entre profesionales jóvenes, están orientados a propuestas culturales alternativas, como música, foto, teatro. El período 1975-1980 es cualitativamente significativo en la constitución de ONGD que se orientaron de modo prioritario al trabajo con mujeres o que las tuvieron como únicas beneficiarias, algunas de éstas definiéndose desde su constitución como instituciones feministas. Pero el trabajo con mujeres no se desarrolla sólo en las ONGD feministas. En la práctica, la mayor parte de las ONGD en Lima y provincias, aunque no incluyan en su trabajo programas de promoción de la mujer, tienen a las mujeres como beneficiarias. Un estudio realizado en 1986 en Lima, a base de una encuesta de 60 ONGD que trabajan con mujeres, mostró que la mayoría tenía como destinatarios a una organización de mujeres (clubes de madres, comedores, comités de salud, comités femeninos). Entre las ONGD encuestadas el 77% declaró tener, entre 1984 y 1988, proyectos cuya base era una organización de mujeres en tanto que entre 1975 y 1979 sólo era el 37%. En la elaboración de proyectos, hay una reorientación de aquéllos elaborados en escritorio a aquéllos que toman en cuenta las demandas de las organizaciones de mujeres. Estos cambios, registrados por el estudio en cuestión, se debían a la afirmación de las organizaciones de mujeres como interlocutoras y a las posibilidades para el trabajo institucional que abre la gestión de los municipios sobre todo en Lima Metropolitana. Sin embargo, el mismo estudio señalaba las contradicciones que se derivaban de la ambigüedad respecto al tratamiento de los problemas específicos vinculados con la condición de la mujer y, por tanto, en el trabajo desde una perspectiva de género. Las evaluaciones existentes revelan los resultados positivos logrados en cuanto a la autoafirmación y la autovaloración de las mujeres beneficiarias y/o participantes en los problemas de las ONGD (Backhaus, 1988). Otros señalan, entre las tareas por resolver, el enclaustramiento del discurso sobre la mujer en unos casos y la desexualización del discurso social en otros. En los últimos años, se han efectuado significativos esfuerzos interinstitucionales para coordinar proyectos e iniciar procesos de evaluación y sistematización de experiencias, como asimismo un mayor esfuerzo en cuanto a investigación y propuestas de política. Aquí queremos insistir en la labor educativa de las ONGD que trabajan con mujeres, reforzando el papel de las organizaciones como espacio de resocialización y de autovaloración pero también atendiendo demandas específicas en cuanto a capacitación para mejorar destrezas y habilidades. Según diversas fuentes, los proyectos de promoción del desarrollo incluyen una gama variada de temas, desde aspectos de salud y sexualidad hasta aspectos técnico-productivos. Se estima que su cobertura alcanza del 5 al 10% de las mujeres de sectores populares de Lima (Montero, 1990). Sin embargo, no constituyen una alternativa al sistema educativo formal por la falta de continuidad. A pesar de ello, estos programas llegan a las mujeres adultas que son una demanda insatisfecha en los barrios populares de Lima y que buscan en la educación no sólo un instrumento de trabajo y de superación sino también un medio para el diálogo, la autonomía y la defensa de derechos en diversos campos de la vida social. En los últimos años, se han multiplicado las ONGD que apoyan programas de capacitación y crédito para la pequeña empresa. Esto responde a una mayor disponibilidad de recursos en esta línea, pero también a la creciente expectativa de las mujeres por impulsar talleres productivos y formar pequeñas empresas. Este es el caso no sólo de ONGD que trabajan con mujeres sino de muchas otras que en sus inicios no las tuvieron como principales beneficiarias. Por otro lado, las ONG que trabajan con mujeres en el Perú han constituido sistemas intercomunicados y foros que han ampliado su capacidad de propuesta. Es el caso de sistemas de intercomunicación en campos como la salud y la mujer, los medios de comunicación y los derechos de las mujeres. Los interlocutores de estos programas son el Estado, los municipios y cada vez más se apela a los jóvenes y a la opinión pública. Debemos hacer mención aparte del Foro Mujer y de la Red Nacional de la Mujer. El primero surge como una iniciativa interinstitucional (CESIP, Flora Tristán, Manuela Ramos, Mujer y Sociedad, Aurora Vivar) para aportar a la coyuntura con propuestas de política. La segunda se forma a raíz de un esfuerzo nacional de elaboración del Plan Nacional de la Mujer solicitado por el Gobierno en 1990 pero que no fue oficializado. Este esfuerzo recogió aportes multipartidarios de instituciones y personas, que más tarde se congregaron en torno a una Red Nacional. Universidades y profesiones La universidad peruana viene atravesando serios problemas desde los años 70. Ello se debe por un lado al desinterés creciente de los gobiernos por una universidad desde la cual se forjan corrientes críticas frente al Estado, pero también a otros factores estructurales, como la escasez de recursos para atender a una población joven en expansión como resultado del crecimiento demográfico y de la democratización de la educación. Sin embargo, será en los 80 que la universidad toca fondo, para usar la expresión de Portocarrero (1993), a la distancia que toma el Estado de la universidad, al cual se suman los estereotipos que contribuyen a generar el terrorismo en torno a los universitarios provenientes de las universidades nacionales como potenciales terroristas. A diferencia del resto de los países de América Latina, que aumentaron el presupuesto designado a la educación superior, en el Perú éste se estancó en alrededor del 20% del presupuesto destinado a la educación. Tanto en las universidades nacionales como en las universidades privadas los bajos sueldos de los profesores hicieron, prácticamente, desaparecer al profesor de tiempo completo. Esta crisis fue acompañada de una proliferación de universidades privadas y de institutos técnicos y academias preuniversitarias. En los últimos años, las universidades tanto nacionales como particulares están tratando de mantenerse, cada una a partir de sus propias estrategias. Por ello, en el sistema universitario existe una gran estratificación en cuanto a pagos académicos, sueldos de profesores y calidad de la enseñanza que no siempre son correlativas. Entre los retos actuales de la universidad peruana está la distancia cada vez mayor entre la profesionalización y las oportunidades de trabajo, la relación entre empresa y trabajo y las fuentes de financiamiento. El ingreso a la universidad, si bien es una aspiración de todos los jóvenes, es un proceso selectivo, por lo que muchos jóvenes optan por la educación superior nouniversitaria que ofrecen institutos y academias. La educación superior universitaria en el Perú sólo contempla el 10% de la demanda potencial. Es el nivel que más déficit muestra según la información disponible (Centro, 1993). Según la misma fuente, en la educación superior nouniversitaria la participación de las mujeres es mayor que la de los hombres, en tanto que en la educación universitaria dicha participación es menor. En 1981, las mujeres eran al 50,9% de la población de educación superior no-universitaria y en 1990 representaban también alrededor de la mitad de los estudiantes matriculados en los institutos superiores tecnológicos de Lima. En cambio, en la educación superior universitaria las mujeres han pasado del 27% de los ingresantes en 1960 al 39% en 1990. La orientación de las mujeres en carreras universitarias mantiene una cierta división del trabajo. Es el caso de profesiones predominantemente femeninas como obstetricia, servicio social, educación. Sin embargo, debemos señalar que también han ingresado masivamente a profesiones tales como derecho, ingeniería y ciencias de la comunicación, incluyendo Periodismo. En los institutos superiores y tecnológicos, a las tradicionales preferencias de contabilidad y enfermería se ha sumado la de computación. No hay estudios sobre la incorporación de las mujeres a la comunidad académica. Es posible que las pioneras hayan tenido que enfrentar prejuicios y resistencia durante la primera mitad de este siglo. En todo caso, las docentes universitarias en los 60 eran una excepción. A pesar de que las mujeres docentes en la educación superior son aún un número reducido, su presencia en los claustros ha crecido rápidamente en poco tiempo. Según los datos disponibles, en 1982 había alrededor de 3.000 mujeres docentes universitarias, mientras que en 1987 eran 5.000. Estas últimas sólo representan el 22% del total de docentes, pero en el período mencionado las mujeres docentes aumentaron en más del 66%, en tanto que los varones sólo lo hicieron en un 2,5%. En la universidad peruana los temas vinculados a la condición de las mujeres, la discriminación y las relaciones de género no habían sido temas privilegiados ni en los contenidos curriculares ni en la investigación. Recién desde los años 70 se observará un interés al respecto, a partir de las tesis de ciencias sociales, tanto en San Marcos como en la Católica. Excepto en los contenidos referidos a la problemática de las familias, mujer y educación, mujer y trabajo, los contenidos curriculares no muestran cambios significativos hasta la década de los 80. Al respecto debemos señalar que en la Universidad Católica, las carreras de Psicología, Trabajo Social y Sociología ofrecían cursos y contenidos sobre sexualidad y roles sexuales, mujer y bienestar social, sociología de la familia y de la mujer, movimientos sociales y feminismo. En otras universidades los esfuerzos son aislados y dispersos, muchos de ellos promovidos desde ONGD. En 1990 surgió el primer programa académico de estudios de género en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Católica, que detallaremos más adelante. Otras universidades como la Universidad Nacional Federico Villarreal y la Universidad Nacional de San Agustín de Arequipa están haciendo esfuerzos de diverso orden para innovar el currículo y ofrecer cursos específicos; este es el caso también de la Universidad del Pacífico, que se destaca en el campo de la gestión pública y empresarial. Mención aparte merecen la Universidad Cayetano Heredia, dedicada predominantemente a la Medicina y Psicología, que ha incorporado en su currículo cursos sobre salud y sexualidad. La universidad y los estudios de género Los estudios sobre la condición de las mujeres en el país, y la lenta y errática maduración de una perspectiva de género en el trabajo de investigación, se alimentaron de corrientes intelectuales latinoamericanas así como de las reflexiones provenientes de otras latitudes. Sin embargo, la reflexión y la producción de conocimiento, como toda actividad intelectual, son también autorreflexión, y en el caso del Perú más aún, pues el itinerario que aquí presentamos transcurre en una época de grandes tensiones y cambios. Asimismo, en este caso, más que en otros temas, la relación entre objeto-sujeto de estudio está sometido a múltiples tensiones. Aquí nos referiremos a los pasos previos y antecedentes necesarios de los estudios de género. Pasos previos, antecedentes necesarios Entre los 70 y los 80, se producen varios debates. Estos, así como la reflexión sobre la condición de las mujeres, la identificación de sus principales problemas y las líneas interpretativas propuestas, se alimentan de tres fuentes principales: las redes latinoamericanas, las redes feministas, y el debate nacional y el desarrollo de las ciencias sociales en el país. En primer lugar, la comunidad académica latinoamericana, encarnada principalmente en el Centro Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO), tendrá un papel más activo desde que puso en marcha el Programa de Investigaciones sobre Mujer y Sociedad, y a través de este programa se destacó la labor de M. C. Feijóo y T. de Barbieri. Una segunda fuente está constituida por las redes internacionales a las que activamente se vinculan las organizaciones feministas. En este contexto se conocen los trabajos de K. Young, Ch. Bunch, J. Jacquette y más tarde de C. Moser, cuyas propuestas incidirán no sólo en las organizaciones feministas sino en general en los programas de promoción de las ONGD que trabajan con mujeres. Una tercera fuente tiene que ver con las raíces históricas y nacionales y se expresa sobre todo en los debates que marcan los 70 y los 80. Un primer debate se produjo en torno a la relación entre clasismo y feminismo, una polémica marcada por el peso del movimiento clasista y de los partidos de izquierda. A diferencia de Chile, en que esta polémica se expresa en cierto modo en la distancia entre feministas y políticas, en el Perú el dilema tiene varias aristas. Para algunas se reedita la polémica feminismo y política, aunque artificialmente, en cierto modo, pues como lo afirma Barrig (1986), en el origen del feminismo en el Perú hay una doble militancia ligada a los partidos de izquierda. Una segunda manifestación, más compleja, de este debate se expresa en las posiciones en el interior de la izquierda que diferencian a las tendencias más humanistas de las más radicales. Este drama se nutre de los escritos de J. C. Mariátegui (1970), referente obligado del pensamiento social en el Perú, quien escribió dos breves pero estimulantes ensayos respecto a las mujeres y el feminismo. Mariátegui ha sido recordado recientemente en el centenario de su nacimiento. Su obra ha caracterizado una época y sus escritos han sido objeto de múltiples y controvertidas lecturas. Un segundo debate, estuvo signado por el papel de las organizaciones de sobrevivencia y el potencial del trabajo doméstico. Al respecto existe una vasta literatura, que polarizó a las ONGD que trabajaban con mujeres populares y a las organizaciones feministas que cuestionaron las actividades de sobrevivencia como prolongación del trabajo doméstico. A lo largo de la última década, estas organizaciones y sus dirigentes han demostrado que no sólo valoran sus organizaciones como escuelas sino que hay núcleos entre ellas con capacidad de propuesta. Sin embargo, persiste hoy aún el debate en torno a la relación entre ellas y el Estado a través de los programas asistencialistas. Un tercer debate, está marcado por la evolución de los acontecimientos políticos en el país y la evolución de las perspectivas teóricas contemporáneas en las ciencias sociales, incluyendo la evolución de las corrientes feministas que pasan a reconocer la universidad y el pluralismo. Hoy las preocupaciones confluyen en torno a los problemas de la identidad nacional, las identidades de género, las relaciones entre etnicidad y género, las brechas intergeneracionales, etc. Los temas discutidos en el Taller de Investigadoras de FOMCIENCIAS (Mannarelli, 1990) y las primeras investigaciones realizadas como parte del Programa de Género de la Universidad Católica; reflejan esta preocupación (Fuller, 1993; Rivera, 1993). A nivel académico entre los esfuerzos pioneros debemos mencionar el curso sobre Sociología de la Familia que Violeta Sara-Lafosse dicta en la Universidad Católica desde 1969. Asimismo el Taller de Estudios de la Mujer impulsado por el Instituto Nacional de la Cultura con auspicio del Instituto de Estudios Internacionales de la Haya que se realizó en la Universidad Católica en 1978 reuniendo, por iniciativa de Virginia Vargas, a Vicky Mennen, Virginia Guzmán, Narda Henríquez, Roxana Carrillo, Kate Young, Magdalena León de Leal y, Concepción Dumois, para sólo mencionar algunas. Entre los espacios de intercambio académico y de investigación, que tienen lugar en el Perú, debemos mencionar en los 80 la Reunión sobre Mujeres Latinoamericanas realizada en Lima, organizada por Flora Tristán en 1985. Otro esfuerzo importante es el promovido por Perú Mujer que organiza el Congreso de la Mujer a nivel andino y que se realiza en la Universidad Católica en 1982. Este último contó con expositoras como E. Jelin y F. Tabak, además de reunir a un número considerable de ponentes peruanas. A fines de los 80 se destacan entre las instituciones que despliegan una labor de investigación y divulgación Flora Tristán, ADEC-ATC e IEP. Pero corresponde a FOMCIENCIAS, que animó el Taller de Investigación sobre Mujer y Sociedad y promovió la elaboración de balances sobre el estado de la cuestión en diversas disciplinas, así como al programa interinstitucional de SUMBI dedicado a analizar y proponer políticas en el ámbito urbano con perspectiva de género, el haber promovido reflexiones críticas de más largo alcance, así como fomentar el diálogo interdisciplinario. Es en este contexto que surge el primer programa académico de estudios de género en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Católica. Nociones de género: Aportes y relevancia En los trabajos que dan cuenta de los estudios de género en los países del Continente, encontramos que hemos pasado de los trabajos pioneros que indagaban sobre el papel de la experiencia femenina en la producción del conocimiento y de la preocupación inicial por la investigación sobre la mujer a postular la necesidad de un análisis sobre la dimensión de género de los procesos sociales. Aunque este proceso no sea generalizable a todas nuestras instituciones y países, de alguna manera sintetiza el hecho de que el interés específico logra convertirse en parte del interés general, aunque sólo lo sea parcial y simbólicamente. Los aportes de los estudios de género se pueden sintetizar en varias dimensiones de carácter teórico y práctico:
Presentando una experiencia Cuando las universidades latinoamericanas dejan de ser universidades de élite para convertirse en universidades de masas se abren las puertas por las que ingresan las mujeres a un mundo predominantemente masculino. Esto ocurre en el Perú después de la década de los 60. Tendrán que pasar todavía algunos años más para que se constituya un cuerpo académico femenino reconocido. No se trata de personalidades individuales sino de uno o dos generaciones, de una comunidad de intereses, de un colectivo en el que de algún modo encarne como proyecto el incidir en el currículo desde una perspectiva de género, feminista o no. La emergencia de una masa crítica femenina con esas características será la que, vía diversas modalidades, cristalice en equipos de docentes y/o investigadores los que legitimen los estudios de género en la comunidad académica y en los institutos de investigación. Las dificultades radican en que es un cuerpo académico especializado. Por tanto, es resultado de largos períodos de experiencia y estudios, muchas veces como esfuerzos personales e individuales, no como resultado de políticas institucionales de formación de recursos. En estos casos no es sorprendente que se produzcan deserciones o falta de continuidad. Una segunda dificultad está en el funcionamiento jerarquizado de la vida universitaria, de modo que aun cuando exista la masa crítica antes mencionada y una voluntad activa, pueden existir rigideces en las altas esferas directivas de la universidad. Por otro lado, como señala Schwartzman (1993), en las universidades latinoamericanas conviven conflictivamente diversas tradiciones. Asimismo, son instituciones que están sujetas a diversas presiones y tensiones internas entre la docencia, la investigación, la extensión o proyección social y la orientación vocacional. En efecto, la vida universitaria se sustenta en la docencia, la cual en la mayoría de los casos constituye una carga pesada y exigente al igual que mal remunerada. En el Perú, sólo unas pocas universidades pueden contar con equipos estables de investigadores, usualmente a tiempo parcial. En este sentido, lo que vislumbramos no es la gestación de un nuevo pacto entre la universidad y el Estado, como se anuncia en otros países latinoamericanos, sino la confluencia de acuerdos parciales entre sectores de la sociedad y campos de la vida académica y profesional: no siendo esta confluencia una expresión de la pluralidad, sino de las tendencias a la privatización y del marketing que reforzaría la ya existente aguda estratificación entre los centros de estudios superiores. A pesar de las restricciones antes señaladas, consideramos que la universidad tiene algunas ventajas comparativas. Los programas de estudios de género en las universidades, ya sean en cualquiera de las modalidades que se han venido desarrollando en el Continente diplomas, maestrías o simplemente cursos estarán sometidos a la interpelación continua de los colegas de la comunidad académica. Esta interpelación es saludable y necesaria. Siempre existe el riesgo de que un programa se vuelva autosuficiente y el programa se vuelva un enclave por voluntad propia o porque hay desinterés de parte del resto de la comunidad académica; hay que estar alertas a esta posibilidad. Las investigaciones sobre la condición de las mujeres en áreas como las Ciencias Sociales en el Perú tienen un desarrollo tardío en comparación con otros países de América Latina. Es así, por ejemplo, que en la convocatoria a concursos de investigación en América Latina, como ocurrió en el caso del Programa Mujer y Sociedad de CLACSO, la participación de investigadoras peruanas fue reducida. Porque como hemos dicho anteriormente, las ONGD no privilegiaron las actividades de investigación, y en las universidades son pocos los equipos de investigadores que han logrado continuidad. El Programa de Estudios de Género de la Universidad Católica surge como propuesta para llenar este vacío, abriendo un espacio de reflexión crítica y de reelaboración conceptual. En efecto, el equipo de docentes e investigadores de Ciencias Sociales, que desde sus orígenes está conformado por seniors y juniors, se propone fomentar la confluencia de los aportes teóricos de las diversas disciplinas y las contribuciones provenientes de las canteras de las académicas feministas. El Programa incluye desde sus inicios un trabajo interdisciplinario. En una primera etapa (1990-93), se concentra en estructurar el currículo del Diploma de Estudios de Género que se ofreció por primera vez en 1991 y que a la fecha cuenta con tres promociones. El Diploma consta de 35 créditos cursados en dos semestres. El currículo incluye tres cursos básicos comunes nuevos y cursos que se venían ofreciendo en la Universidad. Los estudiantes deben concluir con la presentación satisfactoria de una memoria basada en una sistematización de experiencias o en un trabajo de investigación. Los esfuerzos de investigación en esta primera etapa se concentran en el tema de la construcción de las identidades de género en las mujeres de diversos grupos sociales. En una segunda etapa (1994-1996), el Programa está destinando sus mayores esfuerzos a la consolidación del equipo, fomentando vínculos interinstitucionales en el país y con el extranjero. Se está trabajando con grupos específicos de profesionales tales como funcionarios del sector público y se espera volcar la experiencia adquirida a otras disciplinas en la Universidad Católica y otras universidades. Para ello se están elaborando carpetas de trabajo y publicaciones. A las líneas usuales de investigación vinculadas a cultura, desarrollo y democracia se sumaron, en este período, esfuerzos específicos por constituir grupos de trabajo. Este es el caso del equipo de trabajo en salud y derechos reproductivos, políticas sociales y género, pero también se realizaron debates en torno a aspectos de ética feminista, el amor y el arte, la masculinidad, familia y código civil. Finalmente, el Programa enfrenta hoy nuevos retos vinculados a la incidencia de los estudios de género en las políticas y en el sistema educativo. Asimismo, éstos deberán elucidar los aspectos vinculados al funcionamiento institucional, en la medida en que los estudios de género corresponden a una perspectiva de trabajo y no a una disciplina su ubicación institucional tiene carácter experimental. Al respecto habrá que evaluar cuáles son los mejores caminos a recorrer que garanticen por un lado la continuidad de un equipo pero que a la vez se mantenga un espacio abierto y flexible de trabajo. En los últimos años se ha alertado sobre los riesgos de la institucionalización de los estudios de género. Con respecto a domesticación que podrían correr los mismos al perder su capacidad crítica y creativa, asimismo se señala que haría falta un análisis que ponga en juego la articulación entre diversos campos de identidad, género y clase, etnicidad y generación (Anderson, 1995). Esto obliga también a tener presente la necesidad de estar alertas a nuestros propios prejuicios y prenociones sobre los géneros, advertencia que recientemente nos hiciera Marta Lamas en la reunión de Mar del Plata (1994). Crítica cultural y crítica feminista: Retos y tareas Como hemos señalado en otras oportunidades (Henríquez, 1994), la experiencia iniciada en la Universidad Católica se sustentó no sólo en la crítica feminista sino también en la crítica cultural. La crítica cultural a la que aludimos se refiere a los términos del debate latinoamericano originado por la crisis de paradigmas pero también por los procesos sociales y políticos que vivió el Continente experimentando períodos de regímenes autoritarios y revalorando la democracia. La crítica feminista enriqueció las reflexiones del mundo académico otorgando una nueva dimensión al conocimiento, al visibilizar a las mujeres y mostrar el sesgo androcéntrico de las diversas disciplinas. A esto debemos agregar los aportes de las nociones de género cuyas proposiciones contribuyen a enriquecer el conocimiento de la realidad social, las interacciones entre las personas y el mundo de la vida. Desde Rubin a Scott disponemos de un bagaje conceptual que ya forma parte necesaria de la formación de cualquier cientista social y no sólo de los especialistas en género. La crítica cultural y la crítica feminista han sido para el equipo del Programa de Estudios de Género de la Universidad Católica, puntos de partida. De esta primera ruta se desprenden numerosos retos y tareas. Como hemos señalado, los programas académicos de estudios de género reciben una avalancha de voces críticas, llamados de alerta, tareas y demandas. Estas como otras experiencias de mujeres levantan muchas expectativas pero también se les adjudica una sobrecarga. En consecuencia, estos programas deberán asegurar continuidad de equipo y recursos, y a la vez constituirse en factor catalizador en la producción de conocimiento. En este camino, será muy importante nutrirse de otras experiencias y compartir errores y logros. Los estudios de género deben responder no sólo a los llamados de alerta de la crítica feminista sino a las exigencias y retos intelectuales del aporte al conocimiento. La criticidad ha sido fuente creativa de conocimiento y ha caracterizado a las Ciencias Sociales en América Latina y el Perú, pero la criticidad del mundo de hoy exige no sólo desmontajes y develamientos sino reelaboraciones y aportes teóricos a las diversas formas de intervención en la sociedad. La vida académica en América Latina es, a menudo, un bien escaso, pues perviven amenazas autoritarias y oscurantistas al ejercicio intelectual. Por ello, la vida académica es un bien preciado, y el intercambio académico una forma de solidaridad que debemos fomentar. Políticas educativas y estudios de género Los estudios sobre la discriminación contra las mujeres y los estudios de género han contribuido a sensibilizar diversos sectores de opinión, incluido el sector público, pero su incidencia en cuanto a políticas educativas ha sido limitada. De hecho se pueden identificar varias iniciativas que desde los 70 apuntan a superar el contenido sexista de la educación y la práctica educativa, pero éstos han sido sólo medidas ocasionales, o experiencias piloto discontinuas. Como muchos especialistas lo reconocen, el sistema educativo se ha expandido en el Perú pero la calidad ha disminuido. Asimismo, existe preocupación por la significativa reducción del gasto público, en un momento en que no sólo las condiciones de las aulas se han deteriorado sino también el nivel nutritivo de los escolares. Este marco de creciente deterioro no ha favorecido la recuperación de experiencias piloto o la continuidad de innovaciones como la coeducación que se introdujo en 1970. A pesar de que se han intentado aplicar varias reformas educativas en los últimos años, sólo en la reforma de 1970, caracterizada por una orientación humanista, se otorgó una atención especial al proceso de revalorización de la mujer, constituyéndose una comisión a tal fin. Dicha comisión contó con el aporte de especialistas de organismos públicos y privados, de la academia del magisterio y de organismos no gubernamentales. En el marco de la reforma se promovió la coeducación. Sin embargo, ésta sólo alcanza a la fecha a la mitad del alumnado de secundaria en Lima. Otros dos programas que deben ser mencionados son el Programa de Educación en Población que preparó material educativo para la secundaria y, un Programa de Apoyo a la Educación de Adultos, que se ha realizado en los últimos años, también orientado a introducir contenidos en el currículo. En los dos casos se ha contado con la colaboración de especialistas de ONGD y el apoyo de instituciones que trabajan con mujeres. Durante el gobierno aprista se impulsaron proyectos de educación en población que se discontinuaron en los primeros años del gobierno actual. Se incorporaron al currículo materiales sobre procesos demográficos, la condición de las mujeres y la familia. Entre 1988 y 1989 se había logrado trabajar con educación primaria y los dos primeros años de secundaria, pero no se había hecho esfuerzo alguno para trabajar en educación de adultos. A partir de esa fecha, sólo en algunas regiones ha continuado el trabajo con el apoyo de ONGD. Es el caso de Arequipa, que cuenta con un equipo de especialistas interesados en seguir impulsando esta línea de educación en población. A lo largo de estos años el Ministerio de Educación también contó con el apoyo de organizaciones feministas como Manuela Ramos y otras instituciones vinculadas a la planificación familiar. En cuanto a la educación de adultos escolarizada, el Ministerio de Educación cubría el 5% de la demanda potencial nacional en 1989 a nivel de educación primaria, y el 7% a nivel de educación secundaria. En Lima Metropolitana, la mayor parte del contingente inscrito en educación primaria de adultos eran mujeres (61%); en secundaria las mujeres representaban el 43% (Centro, 1993). Aunque el Ministerio de Educación ha impulsado diversos programas no disponemos de información al respecto. Entre los últimos, debemos destacar el convenio firmado entre el Ministerio de Educación y Perú-Mujer, una ONG que trabaja con mujeres, a base del cual se han elaborado materiales sobre familia y sexualidad humana a ser incluidos en los planes y programas de los cursos de educación primaria y secundaria de adultos, que los mismos publicados en 1994. Este convenio incluía la capacitación de docentes, aunque ésta ha sido parcial. En ninguno de los dos casos antes mencionados disponemos de información sobre las prácticas de los maestros, sobre cómo se trabajan con las guías pedagógicas, cómo se internalizan los contenidos, qué aprendieron los alumnos, etc. Algunas investigaciones alertan sobre las prácticas discriminatorias de los maestros, lo cual es más grave aún si se toma en consideración que estamos hablando de maestros mal remunerados, la mitad de los cuales, además, no poseen título. Sin duda, la atención de la calidad profesional de los maestros es uno de los temas prioritarios en la agenda del sector al que el gobierno aún no le ha prestado suficiente atención. A nivel universitario el Programa de Estudios de Género de la Universidad Católica ha estado concentrado en la formación de profesionales de Ciencias Sociales y afines. Por otro lado, en el curso del presente año se ha iniciado un proyecto destinado a reforzar la enseñanza de las Ciencias Sociales en las universidades del interior del país que incluye módulos sobre las relaciones entre los géneros, equidad y desarrollo. Como hemos señalado anteriormente, las ONGD que trabajan con mujeres y el movimiento feminista tienen larga experiencia principalmente en la educación de adultos no escolarizada, aportando nuevos enfoques pedagógicos, a pesar que su cobertura es limitada y sus programas ocasionales. Desde una perspectiva histórica en el Perú, como en América Latina, las distancias entre varones y mujeres tienden a desaparecer en cuanto al acceso a la educación en los niveles de primaria y secundaria, pero éstas persisten a nivel de la educación superior, donde se matriculan 60 mujeres por cada 100 varones, según las cifras disponibles para 1988. En este contexto, las preguntas más relevantes no sólo tienen que ver con cuántas ingresan, sino cuáles son los contenidos y de qué modo los contenidos y las prácticas pueden ser discriminatorias, o cuál es la orientación vocacional que permita también el acceso de las mujeres a los requerimientos de la ciencia y la tecnología. Al respecto, instituciones internacionales como la CEPAL y UNESCO han reconocido el aporte de las perspectivas de género en el mejoramiento del sistema educativo, postulando un enfoque integrado con políticas que refuercen las complementariedades y también que debiliten las oposiciones, permitiendo que los objetivos de crecimiento y equidad se consideren simultáneamente. Se señala asimismo que el sistema educativo debe incorporar políticas que actúen sobre las dimensiones socioculturales y las relaciones sociales que se oponen a la equidad entre los sexos, como afirma María Luisa Jáuregui (1994) al hacer un balance de los principales trabajos sobre el tema. En el Perú existe un ambiente favorable al logro de la equidad de género a pesar de que las condiciones materiales son adversas. El incluir este tema en la agenda de los dilemas de la educación tendrá que ser parte de un camino de ida y vuelta, en el que especialistas en género y en educación confluyan tratando conjuntamente varias de las dimensiones y retos de un nuevo proyecto educativo. * Coordinadora del Programa de Estudios de Género de la Universidad Católica. Investigadora interesada en temas sobre Movimientos de Mujeres, Ciudadanía y Políticas Sociales. Recientemente publicó Encrucijadas de saber: Estudios de género en las ciencias sociales (Lima: Universidad Católica, 1996).
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