Colección: INTERAMER
Número: 50
Autor: Inés Azar, Ed.
Título: El puente de las palabras. Homenaje a David Lagmanovich
UN PRÉSTAMO SURESLAVO
EN EL DIALECTO
DE LOS ISLEÑOS DE LUISIANA
Samuel G. Armistead
University of California, Davis
Hace algunos años tuvimos el privilegio de la presencia de David Lagmanovich como profesor visitante en esta universidad. Una de las muchas conversaciones que tuve con él durante su estancia aquí resulta ser sintomática de los vastos conocimientos filológico-literarios que posee nuestro insigne amigo. Un día le mencioné —como de paso— uno de mis proyectos actuales: la exploración de la lengua y la literatura oral de un pequeño núcleo hispánico de Luisiana.1 Sin haber sabido nada de estos planes míos hasta el momento mismo, don David contestó instantáneamente y sin vacilar: “Ah, sí, claro, el dialecto que estudió MacCurdy,” identificando así certeramente el trabajo pionero de Raymond R. MacCurdy (1950), al que debemos el descubrimiento de este dialecto de origen canario, uno de los más desatendidos de toda la dialectología hispánica.2 La anécdota sirve para recalcar el seguro dominio de todo el hispanismo que caracteriza la admirable erudición de David Lagmanovich, dominio que abarca desde los problemas más céntricos, más candentes y actuales, hasta los vericuetos más recónditos y exóticos.
Los isleños de la “parroquia” de San Bernardo, a unas 35 millas al sur de Nueva Orleans, en la orilla este del Misisipí, son descendientes de unos inmigrantes canarios que llegaron a Luisiana en 1778, a raíz de una iniciativa colonizadora emprendida durante los años en que el territorio estaba bajo el dominio de España (1762-1803).3 Hoy en día, los isleños siguen hablando un español con características muy propias y distintivas: trátase de un dialecto originalmente canario y un tanto arcaizante, que a la vez ha adquirido numerosos préstamos del francés local (cadjin), del inglés y de varios dialectos hispanoamericanos.4
Luisiana ha de ser —con mucho— el estado más variado, desde un punto de vista étnico, de todos los EE.UU.5 Entre los convecinos de los isleños en el delta del Misisipí figura una numerosa comunidad de pescadores de origen yugoslavo, oriundos de los puertos del sur de la costa dalmática: Dubrovnik, Kotor, Korcula y otros.6 Esta inmigración sureslava comenzó a llegar a Luisiana en la segunda mitad del siglo XIX y hoy día los yugoslavos constituyen un grupo étnico muy significativo en Nueva Orleans y en el delta, sobre todo en la parroquia de Plaquemines, al suroeste de la parte meridional de San Bernardo habitada por los isleños. Las dos poblaciones, muy conscientes y orgullosas de sus orígenes, sus lenguas y sus culturas respectivas, coinciden en su dedicación a la pesca y por lo tanto no son infrecuentes los contactos.7 A veces, incluso, en mis encuestas entre los hispano-hablantes de San Bernardo, me he encontrado con algún anciano isleño, quien, con cierto orgullo, me informaba que sabía contar hasta diez, amén de recordar alguna que otra palabra, en la lengua de los eslavos del otro lado del río. En el dialecto isleño, estos yugoslavos se conocen por tacos. Como, por ejemplo, en una de las décimas tradicionales que se cantan entre los isleños:
Mira, no faltan tacos
y en tu plaza pongo otro...
Si no quieres poner tacos,
pon quien te dé la gana.
(MacCurdy 1975, 590-591)
Según los mismos isleños, tal designación tuvo su origen porque, durante la época cuando los antepasados de los tacos empezaban a llegar a Luisiana, la costa de Dalmacia aún formaba parte del Imperio Austrohúngaro. Los tacos se llamarían así por ser austríacos y la voz taco ha de ser sencillamente una deformación de tal designación nacional. Como ahora veremos, semejante etimología dista mucho de convencernos.
Es bien sabido que varios grupos humanos han llegado a ser apodados —de manera informal y humorística o bien, por otra parte, despectivamente— a base de alguna palabra o frase de uso especialmente frecuente en la lengua que hablan. La diáspora judía, tan rica en contactos inter-culturales, nos proporciona varios ejemplos: En el turco coloquial de Istanbul, los sefardíes llegaron a calificarse de kekeréš, por su costumbre de puntuar toda conversación con la muletilla: ¿Qué queréš? O sea: “¿Qué quieres (que te diga, que haga, etc.)?” En Israel, para los judíos sefardíes y orientales, los ashkenazíes son los vus-vus, llamados así por su característica manera iterativa de preguntar: Vus? Vus? (“¿Qué? ¿Qué?”). Los sefardíes de Grecia y Turquía, recién llegados a los EE.UU. a principios de este siglo, se encontraban con una población judía ya bien establecida en las ciudades norteamericanas. Los inmigrantes advenedizos habían de experimentar cierto dépaysement y cierta frustración, al toparse con la comunidad mayoritaria ashkenazí, cuya lengua —el yiddish— y cuyas costumbres centro-europeas guardaban muy poco en común con la herencia hispano-balcánica de los sefardíes orientales. A menudo se daría el caso de la señora sefardí, quien, al hacer sus compras en algún comercio judío, se encontraba con cierto escepticismo respecto a la autenticidad de su identificación étnico-religiosa. Se entablaría, por lo tanto, el siguiente interrogatorio anglo-hebraico: “So you say you’re Jewish?... Ma šemekh? (‘What’s your name?’)”. Había de darse semejante confrontación con tal frecuencia, que, en el koiné judeo-español formado en EE.UU. en la primera parte del siglo XX, se llegó a inventar una nueva designación gentilicia, producto de la impaciencia e irritación de los inmigrantes sefardíes frente a la desgana con que se acogía su identidad como judíos. Por lo tanto, al ashkenazí se le calificó humorísticamente de šmého o šméha (con sufijo genérico español, según se aplicaba a hombre o a mujer). Se podría decir, por lo tanto, un poco despectivamente: “Es un šmého” o “Es una šméha” o bien “Eso lo dizen (hazen, etc.) los šméhos”.8
Sería fácil multiplicar los ejemplos del mismo fenómeno referentes a otros grupos étnicos y sociales: Los indios hopis de Arizona, al entrar en primer contacto con los españoles, los calificaron de castillas, por la frecuencia con que nombraban su tierra de origen conservándose incluso hasta hoy día la pronunciación palatal de la ll, reflejo de un remoto lleísmo, en contraste con el yeísmo moderno del español mejicano y del suroeste de los EE.UU. (Espinosa 1935). En español moderno, la voz bisoño designa al novato, al inexperto en cualquier oficio. La palabra nos traslada a la Italia del siglo XVI, donde los soldados españoles, recién llegados e ignorantes de la lengua italiana, recalcaban iterativamente sus menesteres, insistiendo en la única palabra funcional que sabían decir: bisogno.9 Pensemos también en los soldados ingleses de la época napoleónica, calificados en España de godemes, por la frecuencia con que recurrían al conocido taco anglo-sajón: God damn it! O bien, los soldados franceses de la misma época, caracterizados por los españoles como los didones, recordando la conocidísima expresión: dis donc.10 En Chile, a los españoles los califican de coños, a base de la muy usada palabrota peninsular, ya caída en desuso y semánticamente vacía en algunas hablas de América.11 Específicamente del ámbito de Luisiana, se nos sugieren un par de ejemplos más. Un antiguo apodo anglosajón, ya caído en desuso, expresivo de cierto desprecio por los francófonos locales, era kiskedees, basado en el sintagma Qu’est-ce qu’il dit? En la jerga mobileña (Mobilian Trade Jargon), una lingua franca comercial amerindia usada por las varias tribus de la costa norte del Golfo de México, la palabra yama expresaba una afirmación excesivamente cortés e incluso un tanto servil (como en inglés: Yes, sir, boss). La voz llegó primero a ser una designación alternativa de la jerga misma y de ahí pasó a su significado actual: un apodo despectivo que se aplica a cualquier indio, sea la que fuera su tribu u origen.12 Y no faltan creaciones muy recientes, incluso de última hora: En Acapulco, muy concurrido ahora por turistas canadienses de lengua francesa, los mejicanos han creado un nuevo apodo para designar a tales visitantes norteños: los tabarnacos, reflejando así la pronunciación franco-canadiense (tabarnac) de una blasfemia de uso frecuentísimo: tabernacle!13 Y de este mismo año de 1991 parece ser la nueva designación jergal y despectiva, con que los italianos remedan el habla defectuosa —especie de neo-lingua franca de finales del siglo XX— del aluvión de refugiados del Tercer Mundo recién llegados a Italia: “Africans and Asians can be seen everywhere, selling cheap goods in the streets... To the Italians, these immigrants are known sneeringly as vu cumpra, a distorted form of the phrase Vuoi comprare?—Do you want to buy?” (Hornblower y Zintl 1991, 38).
A estas alturas, nos convendría ejemplificar otro fenómeno lingüístico: Son las muletillas, las voces que usamos cuando hacemos una pausa, para llenar el hueco, mientras pensamos lo que queremos decir a continuación; en fin, las palabras o semi-palabras que en inglés se llaman fillers o hesitation forms y en alemán Verlegenheitswörter (“palabras de desconcierto”). Así, en varias modalidades del castellano, se dice e::: (prolongada), éste, esto:::, ahora, ahora bien, pues, pos, digo;14 en catalán ara bé, bé, doncs, veiam (“veamos”); en portugués bom, pá (de rapaz[?]; se usa generalmente entre hombres), pois, pois-pois; en portugués brasilero bom, e:::, e então, e isso aí o é (“y así es”), ne (= não é?), pois é (“pues así es”), sab’ com’ é?; en francés alors, ben euh (de bien), et:::, hein?, puis, tu vois; en italiano allora, bé, cioé, cosí, dunque, ebbé, embé (de ebbene), quindi; en alemán also (“así que”; con acento fuerte en la primera sílaba), na::: (“pues, bien”), nu::: (“bien, pues, ahora bien”); en griego e:::, loipón “bien, pues”, vlépeis “ves”; en ruso mmm (nasalización bilabial prolongada), nu::: (“bien”), t’k (=tak skazat’ “para decirlo así”), tam (“ahí”); en inglés, aparte del well introductorio, right, see y you know, la muletilla favorita es sencillamente uh, que brilla por su omnipresencia.15
Los dialectos serbocroatas claro está que emplean su propio repertorio de tales palabras y palabrejas con que se tapan las pausas en la corriente del discurso.16 En serbocroata, tales voces tienen su designación especial: poštápalica “palabras-bastón” —o precisamente lo que decimos en español: muletillas— derivada del verbo poštápati “andar con un bastón”, basado a su vez en štâp “bastón” (seguramente de origen alemán: Stab).17 Y resulta que una de las muletillas preferidas del serbocroata es precisamente la voz tàko “así, de este modo”, que puntúa la conversación a cada momento, figurando también en la forma iterativa tàko tàko, así como en una cantidad de frases hechas.18
Es aquí, por lo tanto —y no en unos supuestos austríacos— donde creo que hemos de buscar el origen de la designación isleña de los convecinos eslavos. Bien nos podemos imaginar el asombro con que los canarios luisianenses escuchaban por primera vez una lengua extraña y totalmente incomprensible, cuyo único punto de apoyo, cuya única característica reconocible era la insistente repetición de la voz tàko a lo largo del discurso que fuera. En tales circunstancias, resulta casi inevitable que los yugoslavos de Plaquemines habrían de quedarse de tacos, dándose así la insólita presencia de un préstamo sureslavo en el habla de una aislada comunidad hispánica del delta del Misisipí.
Vaya este divertissement lexicográfico, sobre uno de los detalles más exóticos de un exótico dialecto hispánico, como una expresión de sincera admiración por mi querido amigo y colega, David Lagmanovich.
NOTAS
1. Véase mi monografía (1992), así como las publicaciones anteriores que allí se consignan. En el presente contexto multi-cultural y poli-idiomático, me complace agradecer de todo corazón a los siguientes amigos y colegas, quienes han servido de informantes y de cuya generosidad y erudición me he aprovechado: Marta Altisent, Milton M. Azevedo, Rina Benmayor, Manuel da Costa Fontes, John F. Fetzer, Gustavo Foscarini, Hiram F. Gregory, Michèle Hanoosh, Iacob M. Hassán, Reginetta Haboucha, Maria Kotzamanidou, Solly Lévy, Oro A. Librowicz, Albert B. Lord, John S. Miletich, James T. Monroe, Irvan Pérez, Daniel Rancour-Laferrière, Joseph V. Ricapito, Candace Slater, William A. Stuart y Stanko B. Vranich.
2. Véase MacCurdy (1950) y para la literatura oral, MacCurdy (1975), junto con un breve artículo mío (1980-1981) y la monografía citada (1992).
3. Para la colonización española y la historia de los isleños, véase sobre todo Din (1976; 1988); también Acosta Rodríguez (1979); Holmes (1970); McDermott (1974); Moore (1976); Rodríguez Casado (1942).
4. Véase mi artículo, “Tres dialectos,” en Lingüística Española Actual (1991). Los otros dos dialectos son el bruli (ya a punto de extinguirse), que se hablaba en las inmediaciones del pueblo de Donaldsonville (entre Nueva Orleans y Baton Rouge), y el adaeseño del noroeste de Luisiana. Sobre estos dos dialectos, véanse también, para el bruli, MacCurdy (1959) y para el adaeseño, Stark (1980); Armistead y Gregory (1986); Lipski (1987; 1990). Últimamente Lipski (1990) ha estudiado el dialecto isleño desde la perspectiva de la muerte de las lenguas (language death).
5. Véase, por ejemplo, Cooke y Blanton (1980-1981) y, para las tribus de indios de Luisiana, Kniffen, Gregory y Stokes (1987).
6. Véase Vujnovich (1974; 1980-1981); para los orígenes geográficos (1974, 41-55).
7. Algunos de los vocablos adquiridos por los inmigrantes yugoslavos en su nuevo contexto cultural coinciden con voces españolas y con galicismos y anglicismos (de origen romance) presentes en el dialecto isleño: por ejemplo, bira “beer” (del inglés beer, pero igual podría provenir del italiano birra; cfr. isleño biera, del cadjin bière); briza “breeze” (del inglés breeze; pero cfr. italiano brezza; isleño brisa); falta “fault” (del inglés fault; pero cfr. italiano [arcaico] falta; isleño falta tiene los mismos significados que en español académico); kokije “oyster shells”; nótese también el verbo deskokijavat “culling oysters” (del cadjin coquille “concha”; isleño coquilla); kosta “coastal land between river levee and marshes” (cadjin côte, isleño costa “costa, localidad”); marketa “mercado” (del inglés market; isleño marqueta); perca “pushing pole” (del cadjin perche “pole, fishing pole”; isleño percha “push pole”); rijo “river” (del isleño río?). Si gafe “oyster tongs” no refleja inglés gaff “garfio”, tendrá que ver con cadjin agrafe “gancho” e isleño agrafa “oyster tongs”. Para el francés cadjin, me refiero a Daigle (1984); Ditchy (1932); Read (1931); para las voces isleñas, MacCurdy (1950) y mis propias encuestas; las formas yugoslavas provienen de Vujnovich (1974, 72). Sería de mucho interés estudiar sistemáticamente los préstamos cadjins (¿e isleños?) en el habla yugoslava de Luisiana. La tendencia a admitir tales préstamos románicos siempre tendría que verse en el amplio contexto de la peculiar situación lingüística y cultural de Dalmacia. Toda la costa, desde Istria a Montenegro, ha participado, desde hace muchos siglos, en una constante simbiosis eslavo-románica, tanto en lo que se refiere al antiguo substrato dalmático (Bartoli 1906; Fisher 1976, inter alios), como en la masiva influencia ulterior veneciano-italiana sobre la terminología marinera y pesquera (Kahane, Kahane y Koshansky 1953-1954; Bidwell 1964-1965). Huelga decir que el fenómeno de la lingua franca marinera y colonial se extiende, en grado mayor o menor, a todo el Mediterráneo y más allá (véanse, por ejemplo, Kahane 1938, 1940, 1976-1977, 1989; Kahane, Kahane y Tietze 1958; Whinnom 1965, 1971, 1977; Hymes 1971; Alvar 1977; Granda 1977; Schuchardt 1979, 26-47), pero parece indudable que la continua presencia románica en las costas del Adriático había de crear un distintivo Sprachgefühl, especialmente propenso a la adquisición de préstamos provenientes de las lenguas romances (Bartoli 1906). Tales voces como imbarkavati y uzati, citadas por Vujnovich (1974, 72), igualmente pueden haber tenido su origen en el italiano que en el inglés. En algún caso, incluso, el isleño y la lengua marinera de Dalmacia (no sabemos si en su modalidad luisianense también) llegan a coincidir exactamente, no porque haya habido ningún contacto directo entre las dos hablas, sino porque las dos comparten un vocabulario pan-mediterráneo común. Así es el caso, por ejemplo, de isleño bita “abita, bita”; s.-cr. bìta (este del veneciano bitta) (Kahane, Kahane y Koshansky: núm. 35; Kahane, Kahane y Tietze: núm. 94; sobre la voz española: Corominas y Pascual 1980-1991) e isleño timón; s.-cr. timûn (este del veneciano timón) (Kahane, Kahane y Koshansky: núm. 355; Kahane, Kahane y Tietze: núm. 650; Corominas y Pascual). Resultaría sumamente interesante ver hasta qué punto sobrevive en Luisiana el léxico románico pan-mediterráneo del habla de los inmigrantes croatas, dedicados aún a oficios marineros no tan diferentes de los de sus antepasados de la costa adriática.
8. No cabe duda que esta nueva voz judeo-española tuvo su origen específicamente en la experiencia de mujeres —las amas de casa— y no de hombres, pues el neologismo refleja el sufijo posesivo femenino -ekh, en cuanto la forma masculina, šemkha (con acento en la sílaba final), difícilmente habría podido producir šmého, šméha.
9. Para otras explicaciones ligeramente diferentes, véase Corominas y Pascual (1980-1991, I, s.v.). También consta en portugués: bisonho.
10. Se daba la misma voz, dido “forastero”, en la lingua franca usada en las costas del Norte de Africa en el siglo XIX (Schuchardt 1979, 43-44). Los polifacéticos escritos del maestro de Graz, tan espléndidamente eruditos y fascinantes por un lado, como a veces desesperantemente mercúricos e impenetrables por otro, también nos proporcionan otros dos casos del fenómeno que aquí nos ocupa. Así, en el Pidgin English del Pacífico, “for the French the name man-a-wiwi was created just as one spoke of a langue d’oïl in the Middle Ages... Throughout the Pacific, the French are referred to as wiwi... ‘The Maori know very well how to distinguish French from English; they call the former wiwis (from oui, oui), just as the natives of New Caledonia usually call the French oui-men and the English yes-men‘ ” (Schuchardt 1979, 24, 112-113, n. 26; y bibliografía allí aducida). Así también, en el italiano de Istria, se designaba a los eslavos con la voz cuje: “In similar fashion, in Rovigno, ...the Slavs in the area are called cuje (bara cuje, quanti cuje), which means ‘hear’ in their language” (Schuchardt 1979, 120-121, n. 62). Trátase del verbo cùti; la forma no refleja el imperativo, sino la 3ra persona singular del presente; el imperativo sería cûj. Una variante del mismo apodo se usa aún hoy día en Viena, donde cuš (de la 2da persona singular del tiempo presente: cùješ) sigue siendo una forma sobremanera insultante de designar a los inmigrantes croatas. Un ejemplo más, que recuerdo haber oído en no sé qué contexto neo-helénico, se refiere al apodo de los musulmanes griegos: wallahídes o sea “los hijos de wa-allah”, por la costumbre de usar con frecuencia tal exclamación árabe.
11. Véanse Santamaría (1983, s.v.) y el indispensable Kany (1960, 72, 148-150); también Cela (1968-1971, I, 26); y para un rico despliegue de expresiones actuales: Martín (1974, 90-92).
12. Sobre la voz yama, véase Kniffen, Gregory y Stokes (1987, 97; sobre la jerga: 124-126 et alibi); para más datos lingüísticos: Reinecke et al. (1975, 727-728); Haas (1975).
13. Es extenso el repertorio de semejantes jurons, o, como se dice en el Canadá, sacres (la mayoría con sus formas eufemísiticas ancilares, consignadas aquí entre paréntesis): baptême (baptêche); câlice (câline); calvaire (pronunciado calvare); Christ (Christophèr, Christophe, Christie); ciboire (cibol); Esprit; hostie (‘stie); sacré (‘acré); sacrifice; sacristi; simonac (St. Simonac); tabernacle (pron. tabarnac) (tabarnouche, tabarouette); Vierge (pron. Viarge). Huelga decir que también hay combinaciones (hostie-de-tabarnac) e, incluso a base de las mismas exclamaciones, se han creado nuevos verbos: baptémer “blasphémer”; sacrer “to curse” (Rivard y Geoffrion 1968; Vinay et al. 1962). Constan algunos de estos jurons en Rivard y Geoffrion (1968, 14, 92, 168, 606, 607); para algunos usos de sacré: Dionne (1974, 587). Nótese la expresión lâcher des sacres “lâcher un feu roulant de jurons” (Clapin 1974, 288).
14. Constan formas distintivas en los dialectos judeo-españoles: en Oriente: az (del hebreo ‘az “pues”), bien, bueno ma... (= el ma pan-balcánico: “pero”), ése, éste, esto:::, aquél, el aquél, un aquél (cuando no se puede especificar de qué se trata); en Marruecos, igual se da el aquél, así como algunas voces de origen árabe: awa (interrogativo), iwa, wa (“y”). Awa es la partícula interrogativa árabe ‘a-wa. Iwa es igual que árabe marroquí aywa “alors! et alors! Eh bien! à propos...; or, or; donc, donc; allons...” (Mercier 1951; Harrell et al. 1966). En lo que se refiere al dialecto de los mismos isleños, alguna vez se usa éste, como en otras modalidades regionales, pero las muletillas más frecuentes son ¿ve(s)? y ¿sabe(s)?, calcadas, según parece, sobre las hesitation forms del inglés: see?, you know? Para amplia documentación, véase mi libro (1992, 139-163). Lo mismo se nota, como muletilla, en el habla de luso-hablantes de segunda generación residentes en los EE.UU.: tu sabes? La misma explicación podría tener el tu vois? del francés canadiense, modelado quizás sobre el inglés: see?
15. En la lista anterior, en general no tomo en cuenta consideraciones sintácticas, que nos llevarían más allá de los propósitos de este breve artículo. Sobre hesitation forms en inglés, véanse, por ejemplo, Bloomfield (1948, 186); Bolinger (1968, 52-53); Hockett (1958, 142-143). Como innovación muy reciente, se da ahora la repetición insistente de o.k.? a cada momento (bastante cargante, por cierto, si se me permite un juicio puramente subjetivo). Otros recursos son la prolongación indeterminada de la sílaba anterior a una pausa: and so::: y, al parecer característico (exclusivamente?) de Nueva York, la repetición de la sílaba ba..., ba..., ba....
16. Entre ellas: òvaj “this . . ., let’s see, well” (al comienzo de una frase); pa “and then, and so, but, well”; te “and so” (Benson 1971).
17. Nótese también como en portugués se dice bordão.
18. Véanse (s.v.) Benson (1971); Grujic (1974); y, para las frases hechas, el clásico diccionario de Karadzic (1986-1987).
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