Colección: INTERAMER
Número: 62
Año: 1997
Autor: Emilio Carilla
Título: Pedro Henríquez Ureña. Signo de América
El método crítico de Pedro Henríquez Ureña
Si, como digo, Pedro Henríquez Ureña no se detiene mayormente en explicar los sistemas que aplica en los propios estudios críticos, descubrimos por lo pronto que su rico epistolario representa aquí, si no una guía firme, por lo menos una serie de indicios orientadores que opino puede servirnos de elemental introducción. De manera especial, pienso en las cartas enviadas a Alfonso Reyes, Félix Lizaso y Emilio Rodríguez Demorizi.
Lo que sobre todo esos testimonios muestran es la doble y previsible cara: por una parte, lo que acepta o establece; por otra, lo que rechaza. Hay que tener también presente cosa muy explicable el extendido lapso de una obra que abarca medio siglo. Así, como Pedro Henríquez Ureña comienza su labor crítica en una época en que el nombre de Menéndez y Pelayo dominaba rotundamente el campo de esta disciplina en el ámbito hispánico, no debe asombrarnos que, al trabajar muchas veces en temas afines, sea precisamente la crítica de Menéndez y Pelayo el modelo por excelencia. Así, igualmente, lo aprecia y elogia. (Y no hace falta demostrar lo que, en el sistema crítico de Menéndez y Pelayo, representan ideas y sistemas personales del siglo XIX).
Creo que es también importante subrayar, en su etapa de formación (corrijo: en una primera etapa que extiendo hasta 1920) la obra y el nombre de José Enrique Rodó, de gran representación en la juventud hispanoamericana de comienzos del siglo, de crítica ético-social y de dirección americanista. No tengo ninguna duda de su influencia en el entonces juvenil Pedro Henríquez Ureña.
Dentro de lecturas más generales, recuerdo unas amistosas pero vivas reacciones del dominicano contra juicios de Alfonso Reyes que insistían en la importancia que habían tenido y tenían en América las lecturas y modelos franceses. Por el contrario, Pedro Henríquez Ureña hacía hincapié en que su formación era preferentemente inglesa. Yo creo que, desde nuestra perspectiva, lo exacto es afirmar que, en el caso de Pedro Henríquez Ureña, el modelo francés tuvo menos peso que el que observamos en la mayor parte de los escritores hispanoamericanos de su tiempo. No hace falta probar esto, ni tampoco mostrar que, aunque en menor grado, también llegaron hasta el dominicano y con fuerza esos franceses. Tenemos a nuestro alcance un ejemplo rotundo, que nos evita mayores pruebas, y es el que nos ofrece la obra escolar que tituló Tablas cronológicas de la literatura castellana (1a ed., Universidad Popular Mexicana, México, 1913; 2a. ed., corregida y ampliada, Boston-Nueva York, 1920).
Como el propio Pedro Henríquez Ureña declara (y como, por otro lado, era fácil comprobar) el modelo de las Tablas era el cuadro que figura al final de la difundida Histoire de la littérature francaise de Gustavo Lanson (1a. ed., París, 1894). La diferencia reside en el hecho de que, en Lanson, figuran acompañando la Littérature, y en Pedro Henríquez Ureña, solas. Por eso, dice éste, da indicaciones más detalladas. Dentro del carácter esquemático de las Tablas, predominan ostensiblemente, como corresponde, los autores de lengua castellana. Novedosa resulta la inclusión de autores importantes que corresponden a otras lenguas de la península y, sobre todo, de autores hispanoamericanos. Aunque aclara que su inclusión es circunstancial, señala también que los incluye por su importancia, por haber residido en España, etc. En fin, la disposición obedece al marco histórico-político 6 bis.
Para comprender mejor la formación crítica de Pedro Henríquez Ureña debemos colocarnos en los años en que se afirma su naciente obra literaria.
Algo he dicho al mencionar los nombres, no homogéneos, de Menéndez y Pelayo y Rodó. Como panorama más general, es justo agregar que, a principios del siglo, tienen aún bastante difusión los conocidos sistemas franceses del siglo XIX. Particularmente, los de Sainte-Beuve, Taine y Brunetiére. Por otra parte, es patente la reacción, que viene también de Francia, y que se encarna sobre todo en la crítica impresionista de Anatole France (para citar un representante nítido).
Frente a tan absorbentes modelos (y más allá de lo que, por ejemplo, pudo absorber de ellos Menéndez y Pelayo), el joven dominicano procura orientarse con cautela. Se da cuenta, asimismo, de los peligros de la erudición. O, cuando debe entrar en ella, aspira a evitar los extravíos de la sequedad y del mero dato, que nota en tantos estudios de su tiempo. Repito: la erudición reducida al simple acarreo de noticias y bibliografías, sin ningún avance sobre la materia recogida. Igualmente, repara en la abundancia de los estudios sobre atribuciones, que constituye entonces una especie de moda. Se trata de indagaciones, más o menos fundadas, en las que la meta es demostrar que tal obra clásica es de Fulano o Zutano. (Y Fulano y Zutano suelen ser autores como Cervantes y Lope). Otra inclinación que también abundaba y que Pedro Henríquez Ureña igualmente soslaya es la del descubrimiento de posibles plagios.
Lugar aparte, si bien merece de la misma manera la oposición de Pedro Henríquez Ureña es el casillero, también copioso, de los estudios sobre influencias. Tan nutrido entonces como hoy. De más está decir que el juicio negativo del maestro dominicano se dirige al tipo de trabajos de corte rutinario, donde el enfoque de las influencias se limita a un simple cotejo policial y no representa ningún avance crítico. Especialmente en obras importantes, donde hace falta subrayar el proceso de recreación o transformación. (Vale decir, la tarea que, por ejemplo y con frutos, se propuso la crítica estilística).
En otro nivel, si bien en ocasiones no desdeña detenerse en datos biográficos de un autor, su enfoque sólo se detiene en aquellas noticias que pueden ayudar a la compresión de la obra, y no en la acumulación indiscriminada de biografismo que, siguiendo sobre todo la pauta del aún vigoroso Sainte-Beuve, nutría infinidad de semblanzas literarias de aquellos años. En este sector, hay una particularidad que aparece tempranamente en la obra crítica de Pedro Henríquez Ureña y que se mantuvo sin mayores cambios a lo largo de toda su vida: es su propensión a llevar los datos biográficos, pocos y esenciales, al lugar de las notas. Y, de nuevo con la confesión del propio autor, es ésta otra de las deudas que dice tener con Gustavo Lanson.7