Colección: INTERAMER
Número: 62
Año: 1997
Autor: Emilio Carilla
Título: Pedro Henríquez Ureña. Signo de América
La gramática castellana
Fruto, en mucho, de una amistad fortalecida en el Instituto de Filología de Buenos Aires y de una labor ejemplar que convertía a Amado Alonso y Pedro Henríquez Ureña en las dos cabezas principales del famoso Instituto,13 nació esta obra didáctica, con destino inmediato a nuevos programas y orientaciones de la enseñanza secundaria argentina. Los dos tomos de la Gramática castellana (I, Buenos Aires, 1938; II, Buenos Aires, 1939) constituyeron no sólo un importante y poco común esfuerzo de colaboración, sino también un valioso logro que, lamentablemente, no todos estaban en condiciones de asimilar.14
Una breve semblanza de Rufino J. Cuervo, escrita por Pedro Henríquez Ureña pocos años después, nos permite sentar algunas bases generales sobre la elaboración de esta obra. Fundamentalmente, eran los comentarios que, a propósito de Bello y Cuervo, establecía el dominicano sobre filología y gramática:
La historia intelectual de Rufino J. Cuervo es caso único en la América de su tiempo: fue un gramático que se convirtió en filólogo. Es muy distinto el caso de Andrés Bello... Bello fue esencialmente un filólogo que se vio obligado a escribir extensamente de gramática.15
Sin forzar el párrafo, cabe aplicar a Amado Alonso y Pedro Henríquez Ureña las consideraciones que éste último aplica a Bello. (Y había también que limar lo de extensamente).
Es indudable que, de los dos colaboradores, Pedro Henríquez Ureña tenía mayor experiencia que Amado Alonso en este tipo de obras. En efecto, creo que sin establecer una proximidad total, algo nos dice El libro del idioma, que, años antes, había elaborado Henríquez Ureña en colaboración con Narciso Binayán (Buenos Aires, 1928).
Pensando ahora en las diferencias, la Gramática castellana de Amado Alonso y Pedro Henríquez Ureña es un intento renovador de método y conocimientos en la enseñanza del español dentro de la escuela media argentina. Bien acogido, asimismo, en otros países americanos. Alonso y Henríquez Ureña reaccionaban contra las gramáticas logicistas que entonces existían. Su punto de partida (a veces, adaptación) estaba en la recordada Gramática de Bello y en los aportes de Rufino J., Cuervo, mas el apreciable caudal de la lingüística del siglo XX, sin descartar contactos con otras disciplinas.
En la parte esencialmente gramática (ya que no sería justo dejar de lado las partes complementarias) las novedades mayores estaban centradas en el concepto de oración, en la visión innovadora de categorías como el artículo, el pronombre y el verbo; en el género gramatical, en las nociones de fonética y entonación (aquí, siguiendo de cerca a Navarro Tomás), en la ortografía (desligada de reglas abrumadoras). En fin, en sus observaciones sobre los valores expresivos de la lengua, dentro de los límites que un manual de este tipo permite.
Como digo, la Gramática castellana de Amado Alonso y Pedro Henríquez Ureña constituyó un experimento poco común entre nosotros, no acostumbrados hasta entonces a una obra de tal naturaleza. Algunas raíces, no muchas, en las bibliografías respectivas de los autores aparecen en los estudios titulados Aspectos de la enseñanza literaria en la escuela común, de Pedro Henríquez Ureña (Cuadernos de temas para la escuela primaria, La Plata, 1930), y Para la historia de la enseñanza del idioma en la Argentina, de A. Alonso (reproducido, después, en La Argentina y la nivelación del idioma, B. Aires, 1943).
Explicablemente, fueron los discípulos y alumnos de los dos maestros los que se encargaron de defender la Gramática, en tantos aspectos renovadora. Y si para los que hemos sido alumnos de Amado Alonso y Pedro Henríquez Ureña no nos resulta difícil identificar cuales son las partes que cada uno de ellos elaboró (nos ayuda también la bibliografía respectiva), creo que, más que ver la obra a través de sus orígenes o los sectores personales, importa verla como un producto homogéneo del conocimiento y de la amistad fecunda. Con el agregado de la primicia que significó para los argentinos.