<<Biblioteca Digital del Portal<<INTERAMER<<Serie Cultural<<El Río de los Sueños: Aproximaciones Críticas a la Obra de Ana María Shua<<Entrevista con Ana María Shua: Rhonda Dahl Buchanan
Colección: INTERAMER
Número: 70
Año: 2001
Autor: Rhonda Dahl Buchanan, Editora
Título: El río de los sueños: Aproximaciones críticas a la obra de Ana María Shua
26. RB: Tu tercera novela, El libro de los recuerdos
es una reconstrucción de la historia de una familia judía de inmigrantes polacos.
¿Cuál fue la semilla a partir de la cual creció la novela?
AMS: Por un tiempo creí que sería capaz de escribir la crónica de mi familia paterna, los Schoua (ése es mi verdadero apellido). Mi abuelo Musa vino de Beirut (Líbano), empezó casi de la nada y llegó a obtener una gran fortuna. Se casó con mi abuela Ana (descendiente de judíos marroquíes) y tuvieron diez hijos que fracasaron en los negocios y perdieron todo lo que su padre había conseguido. Era una historia muy interesante, pero cuando empecé, con el grabador en la mano, a entrevistar a mis tíos, me di cuenta que para contar la historia “verdadera” hay que tomar partido. Por primera vez entendí por qué los historiadores no pueden ser objetivos y suelen estar embanderados en una u otra corriente política, lo que hasta ese momento me parecía una falta de ética intelectual. Mis parientes no estaban de acuerdo en uno sólo de los hechos acontecidos en la familia. No sólo diferían las interpretaciones, sino el relato de los hechos mismos, la cronología, las consecuencias, los personajes que intervenían. Entonces fue cuando me di cuenta que prefería contar una historia de ficción y también encontré el tono que tendría la novela: una yustaposición de versiones contradictorias, todas igualmente sinceras, todas igualmente creíbles. Y unos pocos entrecruzamientos, intersecciones entre recuerdos difusos y diversos que permitirían ir construyendo la historia. Una vez que me decidí por la ficción, elegí de la realidad lo que me convenía usar para armar mi historia: usé, por ejemplo, la casa de mis abuelos paternos, pero saqué de allí a la familia árabe y puse a una familia de judíos polacos. Por pura comodidad, me quedé con sólo cuatro hijos. Y usé muchas historias reales, tomadas de mi propia familia y también de muchas otras, para construir esta historia inventada. Una vez una tía me preguntó: “Ani, ¿por qué no contaste la verdadera historia de nuestra familia?” “Tía querida,” le dije yo, “si hubiera contado tu verdadera historia, ¿estarías hoy conversando tan amablemente conmigo?” Mi tía sonrió y comprendió.
AMS: Por un tiempo creí que sería capaz de escribir la crónica de mi familia paterna, los Schoua (ése es mi verdadero apellido). Mi abuelo Musa vino de Beirut (Líbano), empezó casi de la nada y llegó a obtener una gran fortuna. Se casó con mi abuela Ana (descendiente de judíos marroquíes) y tuvieron diez hijos que fracasaron en los negocios y perdieron todo lo que su padre había conseguido. Era una historia muy interesante, pero cuando empecé, con el grabador en la mano, a entrevistar a mis tíos, me di cuenta que para contar la historia “verdadera” hay que tomar partido. Por primera vez entendí por qué los historiadores no pueden ser objetivos y suelen estar embanderados en una u otra corriente política, lo que hasta ese momento me parecía una falta de ética intelectual. Mis parientes no estaban de acuerdo en uno sólo de los hechos acontecidos en la familia. No sólo diferían las interpretaciones, sino el relato de los hechos mismos, la cronología, las consecuencias, los personajes que intervenían. Entonces fue cuando me di cuenta que prefería contar una historia de ficción y también encontré el tono que tendría la novela: una yustaposición de versiones contradictorias, todas igualmente sinceras, todas igualmente creíbles. Y unos pocos entrecruzamientos, intersecciones entre recuerdos difusos y diversos que permitirían ir construyendo la historia. Una vez que me decidí por la ficción, elegí de la realidad lo que me convenía usar para armar mi historia: usé, por ejemplo, la casa de mis abuelos paternos, pero saqué de allí a la familia árabe y puse a una familia de judíos polacos. Por pura comodidad, me quedé con sólo cuatro hijos. Y usé muchas historias reales, tomadas de mi propia familia y también de muchas otras, para construir esta historia inventada. Una vez una tía me preguntó: “Ani, ¿por qué no contaste la verdadera historia de nuestra familia?” “Tía querida,” le dije yo, “si hubiera contado tu verdadera historia, ¿estarías hoy conversando tan amablemente conmigo?” Mi tía sonrió y comprendió.