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<<La enseñanza de la historia antigua de México
Colección: INTERAMER
Número: 29
Año: 1994
Autor: Josefina Zoraida Vázquez y Pilar G.Aizpuru, Comps.
Título: La Enseñanza de la Historia
La enseñanza de la historia antigua de México
No quiero imaginar un cambio en la enseñanza de la historia antigua de México a partir de los libros de texto. Los libros de texto deberán ser el producto final, depurado, de un proceso que tenga como eje la información detallada a los maestros de los objetivos y los contenidos de esta parte de la historia de México. Esto hace necesarias previas obras de consulta preparadas ex profeso y guías extensas para la enseñanza. Por otra parte, no puede considerarse que el fruto de una nueva concepción de la historia de México quede limitado a una población escolar. La preparación adecuada de los niños y adolescentes se logrará cuando los conocimientos que adquieren a través de la educación formal estén diseminados en su entorno social. La difusión de la historia de México entre los adultos es, por tanto, otro de los requisitos del cambio de las formas de enseñanza.
La historia antigua de México debe convertirse en un instrumento más de la formación de una conciencia moderna que deseche la mentalidad colonialista.
- Debe servir para que todo mexicano encuentre en ella una parte indispensable de la descripción científica del devenir que da cuenta de su presente. El pasado indígena tiene un enorme peso en la historia de México. No es posible comprender la realidad actual de nuestro país sin la referencia a la época prehispánica.
- Debe servir para que una parte considerable de la población reconozca en ella las raíces de sus propias tradiciones. Esto, obviamente, en relación a la línea de continuidad cultural de la que hablara Gamio.
- Debe servir para que los componentes de una sociedad pluricultural adquieran un conocimiento que facilite la comprensión de las tradiciones culturales ajenas como una base de comunicación, comprensión y respeto recíproco.
- Debe servir para que todo hombre conozca cómo distintas sociedades humanas han construido formas de vida que les han permitido enfrentar su historia. El conocimiento de culturas ajenas permite apreciar racionalmente la propia y construirla para el futuro en un momento de grandes transformaciones. El conocimiento de las tradiciones de estructura fuerte permite también comprobar que la vida humana puede cargarse de valores más profundos, de disfrutes más plenos y de un sentido mayor que el que ofrece una visión limitada a los problemas inmediatos.
La historia mesoamericana, por otra parte, debe ser enseñada como el desarrollo de un complejo cultural, a fin de que el alumno pueda comprender al mismo tiempo la unidad de la tradición mesoamericana y la particularidad y pluralidad de sus manifestaciones en el tiempo y en el espacio. La evolución histórica de Mesoamérica no debe presentarse como una mera sucesión de culturas, sino como la transformación de un conjunto de sociedades que arrancan del nomadismo para llegar a las organizaciones estatales.
La visión equilibrada de la historia se pierde al fomentar el orgullo de descendencia de altas civilizaciones. Los vicios de esta tendencia son muchos. En primer lugar la atención se centra en unas cuantas tradiciones mesoamericanas. Importan de ellas sus logros culturales, y se habla de sus conocimientos matemáticos, médicos, astronómicos, filosóficos o artísticos totalmente descontextualizados, evaluados con parangones que más se aproximan a la cultura griega que al pensamiento mesoamericano. Las antiguas sociedades se mistifican y se ofrecen como caricaturas idealizadas.
Creo, en contra de esta tendencia, que la enseñanza de la historia ha de dirigirse a la transmisión del conocimiento científico y no al fomento de un orgullo nacionalista. Los llamados logros culturales deben ser mostrados en el contexto global de las sociedades en las que surgieron, con sus aplicaciones en su momento histórico, con sus funciones y limitaciones. Para citar un ejemplo, deberá enseñarse cómo la vida sedentaria no nace súbitamente a partir del descubrimiento de la germinación de las plantas, sino de una adaptación paulatina durante milenios del hombre nómada a una economía basada en un consumo de productos agrícolas.
La idealización recurre a los héroes y a los hechos gloriosos. Afortunadamente, la historia mesoamericana no da mucho para ello. Las fuentes documentales son las únicas capaces de crear héroes, y ya se ha visto que cubren tiempos, temas y espacios reducidos. Los hechos gloriosos de los que habla la historia documental o son bélicos de los tiempos prehispánicos y por lo tanto no memorables para todos o nos hablan de los héroes vencidos por la conquista. Otro tipo de héroes, como el filósofo Quetzalcóatl, no tienen una existencia muy claramente documentada. Esto favorece una historia sin héroes, en la que los sujetos verdaderamente importantes son los pueblos constructores de cultura.
Propongo una enseñanza de la historia antigua de México totalmente alejada de la mistificación y la idealización. La educación no debe propiciar la búsqueda romántica del pasado, sino la capacidad de enfrentarse al presente. No es lógico incrustar los antiguos valores en la vida actual. La concepción que lo pretenda será una visión ahistórica, descontextualizada, de las sociedades pretéritas.
Ni historia que enorgullezca ni historia que avergüence. Historia que dé una explicación científica de los procesos culturales. Los antepasados y sus formas de existencia han quedado muy atrás, y con ellos las responsabilidades. A nosotros nos pertenece un conjunto de tradiciones de cuyo aprovechamiento y modificación seremos responsables en nuestro presente. Esto debe quedar claro en el alumno, y debe regir la enseñanza de los temas tradicionalmente considerados escabrosos, ya utilizados para denostar al indígena, ya irracionalmente relativizados. El sacrificio humano, el canibalismo, el sojuzgamiento de unos pueblos por otros, deben ser tratados como prácticas importantes en la vida de las sociedades mesoamericanas. Son hechos culturales que es necesario comprender en su momento histórico. No se trata de justificarlos, como no se pueden justificar los sufrimientos que produjo la Colonia. Son los fardos históricos del ser humano. Nuestra obligación es no consentir la existencia de nuevas cargas.